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Lomax Collection |
Abrimos la semana con una de música. Hoy le toca el turno al
country. Hace unos días que terminó
Country music, serie de ocho capítulos, dieciséis horas en total que saben a poco, del director y productor
Ken Burns.
Burns, hijo predilecto de PBS, la televisión pública, hace un extraordinario esfuerzo para traernos la historia del
country.
Inevitablemente tiene que comenzar con la familia Carter. Una de las hijas, June Carter, contraerá matrimonio con un gigante del
country, Johnny Cash. Las entrevistas a Rosanne Cash, hija del primer matrimonio de Cash, también excelente cantante de
country y que estará en Pittsburgh en un mes, y en menor medida las entrevistas con John Carter Cash, hijo de June y Johnny, le sirven a Burns para darnos un primer plano de los monstruos que acecharon al hombre y al artista.
Seguimos a Hank Williams, el Shakespeare
hillbilly, el chico de los Apalaches que nació con espina bífida y que, para calmar los terribles dolores que le producía, murió a manos de una sobredosis en el asiento trasero de su coche. A Jimmie Rodgers, huérfano de madre a los seis y criado a caballo ente Misisipi y Alabama, en brazos de la buena voluntad de parientes. A Bob Wills y su banda Los Texas Playboys, impulsor del estilo
Western Swing y
devoto del
yodel, ese gorjeo al estilo tirolés. A Patsy Cline, para mi gusto la voz más pura del
country, que nos dejó pronto en un accidente de avión.
Al irresistible Merle Haggard, un hombre de carácter difícil, varias veces estuvo en prisión, pero que, gracias al concierto que Johnny Cash dio en San Quintín en 1959, la cárcel en la que estaba recluido, pudo salvarse. O a Loretta Lynn, hija de minero y cantante de letras
feministas. O a la magnífica Tammy Wynette, la siempre triste primera dama del
country, casada con otro grande del mismo estilo, George Jones, un hombre plagado de infelicidad que hará de sus letras extraordinarias joyas de dolor y lirismo.
A Charley Pride, el único representante de color, que al principio tuvo que vérselas para que le aceptaran en un género eminentemente blanco. A la más conocida e igualmente fantástica Dolly Parton. A Willie Nelson, ahora conocido pero que le costó meter la cabeza.
A Khris Kristofferson, el chico que lo tenía todo, y que fue rechazado por la familia por abandonar una vida académica, y que, al igual que Dolly Parton y Jones, es admirado por sus letras. A Emmylou Harris, a la magnífica familia Judd, compuesta por madre e hija. Ashley Judd, la actriz, también es hija.
Y ya en los 90 del siglo pasado, nos encontramos con el ecléctico de Garth Brooks, apasionado de la exuberancia de Freddy Mercury. De puntillas pasamos por cantantes como Glenn Campbell o Kenny Rogers, pero su ausencia se disculpa dada la lista inagotable. Más de cien leyendas de la música
country: Roy Clark, Little Jimmy Dickens, Cowboy Jack Clement, Dwight Yoakam, Guy Clark, Marty Stuart y muchos otros...
Con
el documental que le llevó a Burns ocho años, también descubrimos dos cosas: que, para ser buen cantante de
country, como mínimo se necesita ser de Oklahoma, mejor si se es de Tejas, y que, para abrirse camino, hay que subirse al escenario del Grand Ole Opry, en Nashville, Tennessee.