domingo, 11 de diciembre de 2016

William Randolph Hearst con esteroides.

Saturados de pizza, incomestible, con el pizzagate de la semana pasada en Washington, he recordado que Melissa Zimdars, profesora de Comunicaciones en Merrimack College, Massachusetts, sacó el mes pasado una lista con páginas webs que proporcionaban noticias falsas o engañosas.


También el mes pasado, Laura Sydell publicó en npr (National Public Radio) un artículo sobre la creación de noticias falsas.

Jestin Coler, propietario y editor de Disinfomedia, un mundo de noticias falsas, fue el protagonista del artículo. 

De su sello, nos dice Coler, es la noticia de que un agente del FBI fuera asesinado por filtrar los correos electrónicos de Clinton. Era mentira. Su defensa: Esto es lo que la gente quería oír. 

Por lo visto al principio lo que le interesaba era crear una página web que recogiera las voces de la derecha alternativa, publicar historias falsas o engañosas y luego denunciar esas historias públicamente y señalar que eran ficticias. 

También dice que los escritores que trabajan para él han intentado escribir noticias falsas para los demócratas, pero nunca muerden el anzuelo. 

El engorde o adelgazamiento de la noticia haciéndola un bolo alimenticio envenenado no es algo nuevo, pero aún con los efectos electorales encima, parece que su hedor no deja de ensancharse.  

William Randolph Hearst, el magnate de la prensa amarilla cuyo retrato recordamos por Citizen Kane, ya sabía de esto, de la especulación, de la hipérbole y de las verdades a medias, tácticas infalibles. Si hubiera tenido a mano internet, de buen grado se hubiera servido de ella para tratar de convertirnos en miembros de las brigadas de los useful idiots (idiotas útiles). 

A veces, es muy difícil, a mí por lo menos me cuesta horrores, destilar en este fango la ganga de la mena. La noticia que apareció hace unos días en el Washington Post anunciando que la CIA ha descubierto que Rusia metió las manos en las urnas americanas para que Trump llegara a la Casa Blanca me ha dejado con peor cuerpo porque, además de arrimarme contra el paredón de los idiotas útiles, una vez más se confirma que al sensacionalismo y a la falsedad siempre les recubre la misma pátina: poder y odio.

Una exposición libre y abierta de los correos electrónicos de los personajes públicos, incluso la de los mensajes más delicados, parece descabellada. Pero con esta medida, si lo pensamos bien, llevamos las de ganar. Así nos ahorraríamos mucha literatura basura, aunque a estos artistazos se les tocaran los ingresos. Pero estoy segura de que, siendo personas de tantos recursos, enseguida darían con otra gallina a la que pintarle los huevos.

Además, así los rusos y algún que otro americano menudo chasco se llevarían, ¿o no?

Por el momento, me limitaré a devorar the Onion, (la Cebolla), el portal de noticias satíricas. Una de las pocas verdades de las que estoy convencida.

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