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lunes, 18 de diciembre de 2023

Santa y sus renos.

Para estas fiestas, una entrada literaria dedicada a Santa Claus con el que, sin duda, es el poema navideño más famoso de Estados Unidos. Lleva por título A Visit from St. Nicholas, Una visita de San Nicolás, aunque también se le conoce por Twas the night before Christmas, la primera línea del poema. El autor: Clement Clarke Moore. Profesor universitario, magnate inmobiliario y, por supuesto, escritor. Precisamente este año estamos celebrando el bicentenario de su creación. El poema fue publicado de forma anónima en The Sentinel, un periódico de la ciudad de Troy, en el estado de Nueva York. No fue hasta 1837, cuando Moore decide reclamar su autoría al verlo publicado con el nombre de otro.   

Pero no es Moore el que convierte a San Nicolás en Santa Claus, sino el que, probablemente, fuese el escritor más odiado por Mark Twain. James Fenimore Cooper. Fue en su novela The Pioneers, Los pioneros, escrita en 1822 y publicada en febrero de 1823, donde aparece dicha identificación. 

Aunque hay que decir que es el ingenioso Washington Irving, a su vez enormemente influenciado por Sir Walter Scott, el que pone a Santa en su Historia de Nueva York, de 1809, a surcar los cielos de Manhattan. En cuanto a los renos, dos de los animalitos, Donder y Blitzen, ya los menciona Sir Walter Scott, aunque con ortografía distinta. En cuanto a los renos americanos, hay un poema de 1821, The children´s friend, el amigo de los niños, donde el trineo de Santa va tirado por un reno sin nombre. En este pequeño poema escrito por Arthur J. Stansbury, un ministro presbiteriano, Santa Claus es el obispo San Nicolás, que viene con el trineo cargado de libros para repartir entre los niños que hayan sido buenos.  

En el poema de Moore aparecen ya los ocho renos con nombre y apellidos. A saber: Dasher, Dancer, Prancer, Vixen, Comet, Cupid, Donder y Blitzen, nombres que, por cierto, parece que se sacaron de unos caballos que así se llamaban. El noveno, el famoso Rudolph de nariz roja, no llega hasta 1939, en plena depresión. Rudolph fue producto de una campaña comercial de Montgomery Ward, unos grandes almacenes de Chicago. Y Robert May, su creador.

miércoles, 16 de agosto de 2023

Roosevelt y las comadrejas.

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La ignorancia de Kantaro Suzuki hoy nos lleva hasta Theodore Roosevelt, que, en un discurso presidencial que dio en San Luis en 1916, ya nos alertaba de las palabras que dicen una cosa pero que pueden comunicar algo muy distinto. 

Los maestros de esta torcedura sin duda son los políticos, aunque tampoco faltan en otros gremios. A este tipo de palabras las llamó Roosevelt weasel words, palabras comadreja, ya que, igual que el hurón que se bebe el jugo del huevo dejándolo seco por dentro, los que se valen de estas palabras actúan con las mismas pretensiones: dejarnos secos para privarnos de la verdad. 

Recordemos también las anotaciones de Mark Twain sobre la diferencia entre la palabra adecuada y la que casi lo es

miércoles, 17 de mayo de 2023

A por los números.

Cortesía Peggy Grebb. USDA ARS

Y seguimos adelante con la "credibilización". Esta vez de la mano de Mark Twain, aunque nuestro autor admite que la originalidad que incluyo a continuación no es suya, sino del primer ministro británico Benjamín Disraeli. 

Hay tres clases de mentiras: mentiras, mentiras gordas y las estadísticas

martes, 11 de octubre de 2022

Cónsules y embajadores literarios.

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Ya vimos que uno de los empleos que tuvo Harte fue el de cónsul, (el servicio consular apareció en 1792), aunque no fue el único escritor estadounidense que se hizo con puesto similar. También mencionamos a su homólogo destacado en Venecia, William Dean Howells, autor altamente influenciado por el realismo y que, por cierto, tradujo al inglés a Pérez Galdós. Pero no fueron los únicos que sirvieron en el extranjero. Seguro que todos nos acordamos de su excelencia, el señor embajador Washington Irving, un enamorado de España que perdió la salud allí, pues, la constante inestabilidad política de nuestra querida España no le sentaba bien a nadie. En otras entradas también mencionamos a James Fenimore Cooper, autor del famosísimo El último de los mohicanos, y que se nos fue de cónsul a Lyon, aunque previamente le habían ofrecido el puesto de embajador en Suecia pero lo rechazó por miedo a no poder compatibilizar sus responsabilidades literarias con las del puesto. Vamos, que lo que Cooper temía era que el embajador trabajara más que el cónsul y no tuviera tiempo ni para cargar la pluma. Y el impresionante Nathaniel Hawthorne, autor, entre otras joyas, de La letra escarlata y La hija de Rappacini, también estuvo de cónsul en Liverpool. 

La lista de destacados no queda aquí. Podemos añadir a Joel Barlow, poeta de Connecticut y autor de The Columbiad, que estuvo de cónsul en Argelia. James Russell Lowell, gran defensor de reflejar jergas y variedades dialectales y especialmente hábil con la sátira, L. H. Mencken y Mark Twain fueron dos de sus más ilustres discípulos, también fue embajador, primero en España y luego en Gran Bretaña. El famoso abolicionista y pensador, Frederick Douglass, en 1889 fue nombrado por el presidente republicano, Benjamin Harrison, embajador en Haití, y James Weldon Johnson, miembro del grupo Renacimiento de Harlem, años después hará de cónsul en Venezuela y Nicaragua bajo el liderazgo de Roosevelt. Y no eran solo los escritores los que se llevaban estas golosas plazas. Roma, como era de esperar, normalmente quedaba reservada a los pintores más destacados del país. 

Fue Teddy Roosevelt, en 1905, el que profesionalizó el servicio diplomático, esto es, abrió las plazas para que los hombres de negocios también tuvieran acceso a ellas. Al fin y al cabo, estos servicios, especialmente el de cónsul, se encargaban de los asuntos mercantiles, especialmente los portuarios. El rescate de marineros no faltaba. Años más tarde, también se requeriría que el pretendiente a la plaza opositara. 

Y cómo les llegaron estas plazas a los literatos? Algunas veces por recomendación, como fue en el caso de Harte. Por lo visto, la esposa de Howells era prima de la sobrina favorita del presidente Hayes, de ahí que el tío no pudiera negarse. También daba puntos escribir la biografía del presidente que estuviera dirigiendo el país en ese momento. Hawthorne publicó la de Franklin Pierce, y se le ofreció Liverpool. Howells haría lo mismo con Lincoln y, en reconocimiento, se le da Venecia, consiguiendo, de paso, evitar que se le llamara a filas durante la Guerra de Secesión. 

Afortunadamente, de estas estadías nos han quedado piezas como Nuestra vieja casa o los Cuadernos ingleses, las dos de Hawthorne, en las que al lector se nos permiten cosas tales como asistir al proceso creativo de un monstruo literario o asomarnos a lo que es ser político y escritor en el extranjero. 

miércoles, 5 de octubre de 2022

Harte, ¿destacado en? Segunda entrega.

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Segunda entrega...

En los años 60 del siglo XIX ya tenemos a Harte relativamente acomodado, casado y con hijos a los que luego abandonaría, para centrarse en cuerpo y alma en su gran amada, la literatura. En mayo de 1864 fundó, junto a Twain, Charles Warren Stoddard, Charles Henry Webb y Prentice Mulford la revista literaria semanal Californian, que tuvo una vida breve pero intensa. Cuando despareció la revista, encontró empleo como editor en otra, la Overland Monthly, y es aquí donde publicará, en 1868, su primera historia y, probablemente, su mejor pieza: The Luck of Roaring Camp, calificada por algunos de indecente, valoración que, sin duda, contribuyó a darle mayor reconocimiento literario, aunque, a cambio, tuviera que quedarse sin la jefatura del departamento de Literatura en la Universidad de California, plaza a la que se había presentado y que conseguiría dos años después. 

También fue secretario del superintendente de la Casa de la Moneda de San Francisco, por eso tuvo que dejar el trabajo de editor, no daba abasto, aunque no dejó de hacer las reseñas literarias por las que era admirado y reconocido en las dos costas americanas y allende los mares, en Inglaterra. Harte también era aficionado a la poesía, y, para su desgracia, se le conoce por un poema que ahora chirriaría bastante, no ya tanto por su calidad, sino por el estereotipo de la persona asiática que nos presenta. Recordemos que San Francisco fue un núcleo preferente para la llegada de la inmigración china y Harte, como artista, la recoge con su pincelada. "The Heathen Chinee", también conocido por "Plain Language from Truthful James", de 1870, era el título del poema en cuestión.   

En 1871 lo deja todo, y se va de tour por América, a dar conferencias y promocionar sus obras y, aunque las conferencias eran rentables, Harte estaba rodeado de agentes que le sangraban en comisiones, y que, prácticamente, lo dejaron a él y a su familia en la miseria. Asique puso rumbo a Alemania a tomar posesión de su oficina consular. Hizo parada en Inglaterra para visitar la tumba del difunto Dickens, el cual, por cierto, había leído su obra y la apreciaba, y, de paso, saludar a Joaquin Miller, amigo y poeta que conoció en California. Poco tiempo después de su comisión en Crefeld lo trasladaron a Glasgow, lo que le facilitó el volverse a subir a la tarima para dar más conferencias, recordemos que el público inglés era gran admirador suyo, esta vez sin agentes que lo desangraran, con lo que, entre el puesto de funcionario y las conferencias, sus arcas engrosaron sustancialmente, aunque, cinco años después de su nombramiento se quedará sin la golosa plaza. Supuestamente lo retiró del circuito el presidente Cleveland. Algunos dicen que fue por una historia que leyó en el periódico Sun y que no debió de gustarle demasiado. El caso es que Harte se mudó a su querida Londres para no regresar nunca a su, igualmente, bien amada América.      

martes, 4 de octubre de 2022

Harte, ¿destacado en ...?

La prospección áurea que hicimos la semana pasada en el Kit de inglés me ha traído a la memoria a Francis Bret Harte, escritor desplazado. Harte nació en la capital del estado de Nueva York, Albany, pero se forjó, literariamente hablando, en California. Allí permaneció unos cuantos años, hasta que, comido por las deudas, aceptó un puesto de cónsul en Crefeld, Alemania, apadrinado por que su colega literario William Dean Howells, también cónsul, pero en Venecia. Y eso, a pesar de la mala prensa con la que le regó Mark Twain, breado y cansado de tener que socorrer a su supuesto amigo con préstamos constantes que Harte parece ser que nunca le agradeció, y que, peor aún, nunca quiso devolverle. 

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A Harte, hijo de un profesor universitario especialista en Literatura Griega, muchos lo consideran el maestro y creador del relato que mejor supo captar la fiebre del oro en California. Y lo hizo con gracia, humor y delicadeza, aunque a veces, con su regionalismo, se le pueda tachar de sensiblero. Gran lector de los clásicos, Smollett, Goldsmith, Cervantes, Las Noches de Arabia, pero, sobre todo, de Dickens, su frágil estado de salud le obligó a que se educacara en casa, marchó a San Francisco en 1856, cuando solo contaba diecisiete años, aún con la imagen del padre que perdió a los once, titilándole en las pupilas. 

Y con los buscadores de oro se marchó. En los chamizos de Tuolumne County pasó tiempo buscando pepitas, que, para suerte nuestra, se materializaron en preciosas piezas literarias. Los cuentos de los argonautas o Brown de Calaveras son algunas de esas perlas. Decir que a Twain, por aquel entonces periodista del Morning Call de San Francisco, le llegaron noticias de las Calaveras después, cuando los hermanos Gillis, anfitriones de jugadores, mineros y hombres de vidas sombrías, le invitaron a que pasara el invierno de 1864 en su cabina. Al año siguiente, Twain nos dejó su propia versión en The Celebrated Jumping Frog of Calaveras County, historia que escuchó en un salón de boca de un tal Ben Coon y que lo catapultaría a la fama. 

Después de las prospecciones, Harte se colocó en la diligencia de la Adams Express Company, y, como en las películas del oeste, con el rifle cargado entre las piernas. Ocho meses después, lo tenemos de aprendiz de farmacéutico, pero casi envenena a un paciente con un preparado y tuvo que poner pies en polvorosa. De ahí, pasó al manejo de una imprenta, luego a profesor de escuela, y vuelta a San Francisco, pues, las familias de los alumnos que lo contrataron no podían seguir pagándole el jornal. Y, casualidades de la vida. Entró en el periódico Golden Era buscando colocación en la imprenta, y allí que se da de bruces con el que luego sería su odiado benefactor, Mark Twain. 

El jueves, segunda entrega...

jueves, 10 de octubre de 2019

Kit de inglés 165: to cut corners

Esta semana to cut corners. Literalmente cortar esquinas y que en español podríamos traducir por tomar atajos economizar esfuerzos. 
La forma parece que se la debemos a Mark Twain, el gran cínico americanoque, en 1869, la deja escrita en sus Inocentes en el extranjero. 
La pronunciación de andar por casa: tu cat córners. Y la buena aquí (segundos 8-9). 
The boyhood home of the American writer Mark Twain was this gray house on Hill Street, Missouri, the house described as Tom Sawyer's home in Mark Twain's best known story, "The Adventures of Tom Sawyer"

Frase: 
Trump is dangerously cutting corners in his quest to remake the Judiciary.

Trump se está atreviendo mucho al tomar atajos en su búsquedad por rehacer el Poder Judicial.  

martes, 21 de mayo de 2019

El motín nunca debió pasar

Ya se sabe que España ha dado unos cuantos supercentenarios, personas que viven más de ciento diez años, y que para el 2040 probablemente la esperanza de vida sea la más elevada del planeta. Herman Wouk no era español, tampoco supercentenario, pero casi. Acaba de dejarnos con casi ciento cuatro. Probablemente pocos habrán oído hablar de él. Los que gusten del cine antiguo seguramente lo reconozcan. Y los que hayan leído el Relato de un náufrago de García Márquez puede que también lo recuerden ya que se menciona en la obra. 

El motín del Caine, en la que aparecían entre otros Humphrey Bogart y José Ferrerestaba basada en su novela homónima y por la que se llevó el Pulitzer en 1951. Parece que Wouk, este hombre con fuerte apego a la fe judía, experto en el Talmud, era especialista en guerras. Vientos de guerra y Tormentas de guerra, publicados décadas más tarde, se emitieron como miniseries en la pequeña pantalla y con actores de primera. Robert Mitchum y Ali Mac Graw.  

Severely wounded being transferred to hospital ship for transport, Hoboken

A Wouk no le gustaba nada dar entrevistas. Huía de la fama que da un Pulitzer, sumergiéndose en la creatividad. A su maestro, Mark Twain, lo encontró de joven, cuando un vendedor ambulante, una especie de representante de Planeta DeAgostini, le vendió a la familia las obras completas. El uso que hiciera Twain de la Biblia, aunque solo fuera para burlarse de la religión, le fascinaba a la joven promesa. Pero fue antes, cuando su padre le leyera las historias del Mark Twain judío, Sholem Aleichem, el autor de la obra El violinista en el tejado, genio del humor y de la naturalidad, cuando se despertó la conciencia escritora de Wouk.

Por cierto, que los que se quedaran con la duda de saber de qué parte estaba Wouk en el motín, aquí va la respuesta que dejó escrita en su diario: el motín nunca debió pasar.  

jueves, 6 de diciembre de 2018

¿A quién le gustaba el pan y el queso?

The Baker
Y ya que tenemos al pobre Fenimore Cooper agarrado de los pelos, no lo dejamos escapar. Marchando una del círculo de los Knickerbocker. Nueva York. De 1807 a los años 30 del mismo siglo. La escuela literaria estadounidense más importante antes de que aparecieran las voces trascendentalistas de Massachusetts.

Salmagundi, la revista satírica que fundaran Washington Irving, su hermano William, y el amigo común de ambos, también cuñado, James Kirke Paulding, solo duró un año, diferencias con el editor, aunque fue lo suficiente como para que el estilo de estos, especialmente el de Irving, calara en la sociedad neoyorquina y dejara al público con ganas de leer más las crónicas de estos tarados.
El nombre de dicha escuela procede de una obra de Irving. Knickerbocker’s History of New York, (Historia de Nueva York por Knickerbocker), de 1809. A los neoyorquinos se les conoce con el nombre de Knickerbocker, de ahí la elección. En esta novela Irving también construye un personaje inexistente, un tal Dietrich Knickerbocker de profesión historiador, que probablemente fuera el que catapultara el éxito literario de Irving. De hecho, este mismo historiador (voz que satiriza los modos holandeses en el Nuevo Mundo) es el que narra lo que le aconteciera a Rip Van Winkle. Para lanzar el interés del posible lector por la obra, Irving publicó varios anuncios en distintos periódicos con el comunicado de que el joven historiador había desaparecido del hotel en el que se alojaba. El propietario amenazaba con publicar el manuscrito que no se llevó con él, si no pagaba la factura adeudada. Ni que decir tiene que el público siguió con gusto la extraña desaparición del historiador.

Cuando Irving comenzó su periplo europeo pocos años después, el grupo de los Knickerbockers comenzó a desmoronarse. Miembros como Fenimore Cooper dieron vida a otras organizaciones donde dejar su impronta. El Club del pan y el queso (The Bread and Cheese Club) es uno de ellos. La hija de Fenimore Cooper, Susan, no tenía muy claro por qué lo del pan y el queso, pero parece que, en la ceremonia de aceptación del candidato, si quedaba algo de queso del almuerzo deliberador, el aspirante era rechazado. A Fenimore le pasó lo mismo que a Irving. Que al venirse a hacer las Europas, el club se fue diluyendo, aunque aguantara como jabato unos quince años. Decir que el club perdía lustre con la ausencia de mujeres, mientras que, en el círculo de los Knickerbockers, sí que se les daba acogida. Lo que no tengo muy claro es si los Knickerbockers también se ponían a pan y queso o si se limitaban a otras delicias gustativas. O a ninguna.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Las 115 formas de hacerlo fatal

Last of the Mohicans, 11/17/20
Hace unas semanas mencionaba a James Kirke Paulding, y no sé porqué, pero me ha traído a la memoria el que sea probablemente el ensayo más desternillante que Mark Twain nunca escribiera. Se trata de una sátira del estilo de otro Jaime. El de James Fenimore Cooper, creador de El último mohicano. Para ponerlo a caldo se ensaña con dos novelas, The Deerslayer (1841) y The Pathfinder (1840), incluidas en Historias de las medias de cuero y que probablemente tuvieran en Daniel Boone su fuente de inspiración. ¿Y qué era lo que Twain despreciaba sobremanera? La ñoñería con la que, según él, Fenimore Cooper trataba el encuentro entre el pionero y el hombre nativo, en su mayoría iroqueses.

Twain fue capaz de detectar en la obra de Cooper una lista de 115 infracciones que, según él, un buen escritor nunca comete. La lista son 6 páginas bien surtidas de un análisis ingenioso y concienzudo, llagado de pullas hilarantes con las que el lector no puede evitar la risa inducida por este ojo de halcón.

He aquí, en inglés, una selección de las joyas de las que hablamos. Y la traducción a continuación.


  1. En una historia se tiene que conseguir algo y llegar a algo.
  2. Los episodios de un relato son partes necesarias de este y deben contribuir a su desarrollo.
  3. Los personajes en un relato deben estar vivos, excepto cuando se trate de muertos, en cuyo caso el lector siempre debe ser capaz de distinguir los muertos de los que no lo están.
  4. Los personajes de un relato, tanto los muertos como los vivos, tienen que tener una excusa para estar ahí.
  5. Cuando los personajes de un relato entablan una conversación, lo que dicen debe sonar a una conversación entre humanos, sus palabras deben ser adecuadas para las circunstancias del momento, tener un significado reconocible, además de un propósito, ser relevantes, y no deben salirse del asunto tratado, deben ser interesantes para el lector, ayudar a la narración y hay que dejar de hablar cuando a los participantes no se les ocurre nada más que decir.
  6. Cuando el autor describe el carácter de un personaje, su conducta y su habla deberán justificar dicha descripción.
  7. Cuando un personaje habla como un prepotente, un estirado, un sentencioso, un regalo de navidad que ha costado 7 dólares al comenzar un párrafo, no debe hablar como un juglar negro al finalizar este.
  8. Los sucesos deben ser creíbles, los personajes de la historia deberán limitarse a las posibilidades con las que cuentan y dejarse de milagros. Y en caso de decidirse por el milagro, el autor debe hacerlo creíble, de tal manera que resulte posible y razonable.
  9. Se intentará ahorrar al lector las vulgares estupideces en las que tanto el escritor como sus personajes hayan podido incurrir.
  10. El autor hará que el lector sienta un interés genuino por los personajes de la historia y su destino. También hará que el lector ame a los buenos de la historia y odie a los malos.
  11. Los personajes de la historia estarán tan claramente definidos que el lector será capaz de adivinar lo que cada uno haría en situación de emergencia. 
Un kit valiosísimo sin duda para escritores y para desempolvar a estos dos autores.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

América no para de reír


Mucho antes que David Foster Wallace y su pantagruélica Broma infinita estuvo Henry Louis Mencken.

Puede que el cínico baltimoriano H. L. Mencken supiera de matemáticas un cero pelotero y que su pasión por lo alemán, se le consideraba un experto en Nietzsche, casi le despeñara por las tripas del fascismo, pero de comedia sabía largo y tendido. En On Being an American (En ser americano) nos dejó esto.
Sostengo que esta elevación de la política al plano de la auténtica comedia es particularmente americana, y que en ningún otro sitio este baile de dudosa reputación, el arte de la batalla ficticia, se ha desarrollado con tanta pureza.  
También en On Being an American llama a América "Edén de payasos" y "ciudadela de la democracia en la que se venera una dinastía de payasos''.

Pero la culpa no es de los políticos, según el crítico, sino de las masas ignorantes que los obligan a subirse al escenario a hacer su numerito de la cabra, convirtiéndolos, de este modo, en un atajo de insufribles demagogos. Y todo porque las masas son unas envidiosas de cuidado.

Pues sí. Según Mencken el vulgo mira con una mezcla ensalivada de odio y recelo a los ricachones que se presentan al asiento político. Al hacerles cumplir con esta exigencia, la perenne condena a estar sobre las tablas, sacia su corazón vengativo. La risa, trofeo para la eternidad, está asegurada con la bisoñez de los actores.

Pero el libertario Mencken excusa la mezquindad y estupidez de la turba. La culpa no es suya, sino que todo viene por el mismo mal: la religión. Su blanco, lo que mejor conoce, el cristianismo, hace de la felicidad, según él, una alucinación en el desierto de la que el ignorante hijo de la democracia no se puede liberar, tan arraigada está, que únicamente le permite concentrarse en cómo le va a quitar al prójimo lo que tiene.

No sé si Tocqueville hubiera estado de acuerdo con la América vista por un americano, pero reírse, no cabe duda de que se hubiera desternillado, como los espectadores de hoy, con esta retransmisión en vivo atenta al gazapo.

Una cita de Shakespeare para terminar, aunque Mark Twain, el otro gran cínico americano, era su escritor favorito. 

"El mundo entero es un teatro, y todos los hombres y mujeres simplemente comediantes". 


Mencken hubiera añadido: y de los malos.

lunes, 10 de octubre de 2016

Las dos preguntas que deberían aparecer en el examen de ciudadanía

Totalmente de acuerdo con Trump. El examen de ingreso para alcanzar el derecho de permanencia en el país debería ser obligatorio. Y, ni que decir tiene, que las preguntas a incluir deberían ser de temática estadounidense.

Teniendo esto en cuenta, me parece entonces que dos cuestiones de conocimiento general se hacen inevitables. Acojámonos al tipo test, tremendamente socorrido, pues no creo que el comité evaluador vaya a estar por la labor de leerse preguntas de desarrollo, demasiado cansado y lleva mucho tiempo, quizás requiera ahondar en fuentes de información bibliográfica y, lo que es peor, se deja la puerta abierta a algún contestatario que no esté de acuerdo con el veredicto y, encima, sea capaz de defenderlo.

1 ¿Quién escribió en su diario yo soy el americano?

A Bill Clinton  
B Hillary Clinton 
C George Carlin  
D Mark Twain

Efectivamente la respuesta correcta es la D. Mark Twain tomó esta cita de su amigo Frank Fuller, aunque mucha gente se la atribuye, erróneamente, al escritor. Por cierto que Fuller era muy diestro con los negocios, entre ellos, llevaba uno de preservativos. Me parece que esta curiosidad, tal vez por falta de espacio o por pudor, no aparecería en el test. 

Me he atrevido a incluir a George Carlin, (este vínculo contiene lenguaje obsceno), porque, entre cosas, George es un nombre bastante común y, he pensado que, quizás alguien, todavía retenía la memoria de este comediante, sino ya por sus sátiras políticas y humor negro, por su uso y abuso de la cocaína y por su lenguaje blasfemo y soez sobre el escenario, que eso siempre anima mucho a retomar a los ausentes. 

Los otros dos miembros ya los conocemos, pero me ha parecido necesario darle un respiro al equipo creador del test dada la dificultad de las opciones restantes.

2 ¿Quién dijo dejar América es como perder veinte libras y echarse una novia nueva?     
A Bill Clinton  
B Phil Ochs
C Samuel Clemens
D Hillary Clinton 

Esta pregunta, lo admito, es un arma de doble filo, porque, aún más que su antecesora, pone a prueba la integridad y la lealtad del examinando. El tándem Clinton, aunque proscrito, reconoce que se está al tanto de los enemigos electorales, con lo cual, aunque su presencia resulte molesta, nótese que también aparecen en 1, al mismo tiempo se marca la naturaleza recalcona del combinado, hinchando así su efecto demoníaco, que también salvador, para el aspirante. En la opción C, de nuevo, tenemos al grandioso Mark Twain, esta vez con su nombre y apellido de nacimiento.  

Solo nos queda la opción B. Admito que separar al matrimonio ha sido cruel por mi parte, pero tengo plena confianza en que el candidato pasará este obstáculo sin problema alguno.  

Phil Ochs es la respuesta correcta. Bien es cierto que podría haber incluido a Bob Dylan en lugar de a Ochs, pero es que a Dylan, lo conocemos todos, y me atrevo a decir que hasta casi que en los ámbitos más conservadores se lo respeta. Ojo, que no quiero quitarle el mérito a Dylan, ni mucho menos. 

Phil, el terror de Dylan y de los gobiernos, aún permanece, injustamente, oculto a muchos. Y no es que no se estén haciendo labores de rescate. Sin ir más lejos el sábado se celebró un acto homenaje a Phil que su hermana Sonny, incansable, lleva celebrando año tras año por la geografía estadounidense. 

El problema de Phil es que, además de ser un visionario, era un contestatario. Y qué decir de sus amigos, sobre todo ese latinoamericano, Víctor Jara. Sus letras, furiosas y asqueadas, nos cantaban a todos, a los braceros también, sí.

Eso sí, ineludible. El tribunal examinador, sin plantilla. 

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Error en la escala de Darwin

Últimamente le he estado dando vueltas a la idea de mudarme a un pueblo, pero a un pueblo vacío de verdad, que no interese a nadie, tal vez a un pueblo de los muchos que hay en la América Profunda, quizás en Georgia o en las Carolinas, una retirada, lo reconozco, poco heróica pero profiláctica, pero pronto me he dado cuenta de la futilidad del empeño, pues seguro que alguien, en cuanto le llegara la noticia de mi mudanza, enseguida vendría a reclamarlo, dispuesto a hacerme el favor de quemarme dentro en caso de que me negara a cumplir con su exigencia. Ni siquiera agitar el título de propiedad me serviría de salvoconducto. A la hoguera con ella. También hay algo de miedo, lo reconozco. Debe ser cosa de la sugestión o tal vez la dichosa influencia de las películas. ¿Se acuerdan de la magnífica Deliverance, Defensa en español, basada en la novela homónima de James Dickey, cuando a una panda de amigos les da por adentrarse en los Apalaches y lo que comenzó como una aventura se vuelve tragedia? 

Pero no hace falta que nos lo confirme la ficción. El corazón del hombre es así. Podrido, aunque en el transcurso de la vida, el de muchos, afortunadamente, se oxigena. La cuestión es qué hacer con los que llevan gas venenoso. ¿Se les podrá pinchar como a los globos?

Nadie mejor que el Mark Twain de todos, el mayor de los desencantados estadounidenses, me atrevo a decir, para ofrecernos esta transparencia humana de la que hablo. En sus Cartas desde la Tierra, obra terminada en 1909 pero que no fue publicada hasta 1962, años después de su muerte, quizás temiendo que sus lectores no pudieran soportar su dureza, abjura de la teoría de Darwin que determina que el hombre es un ser superior para abrazar lo contrario. "Indecencia, vulgaridad, obscenidad. [El hombre] las inventó", nos dice. Y todo, porque contamos con un defecto de fábrica. El sentido de la moralidad. "Permanente, indestructible, imposible de erradicar". Es una enfermedad que permite al hombre actuar de mala fe. En una palabra, ser un degenerado.

Entre las noticias de la última remesa vuelve a asaltarme la de los payasos acosando a niños en las escuelas, seres que van arrastrando su máscara, de momento solo se han dejado ver en los estados sureños y cuya sombra, lógicamente, se multiplica, inspirada, allá donde la lleven, porque el hombre no puede dejar de ser el que es, de abandonar ese instinto natural a esperar a ser parte de la rapiña.

Twain se quedó corto. Las piedras, un peldaño más alto en la escala evolutiva.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Autores recuperan manuscritos

De vez en cuando, el mundo de las letras se viste de enhorabuena con la aparición de un manuscrito. Por ejemplo, me viene a la cabeza la alegría que debió sentir la nieta del señor Gluck, al levantar, en 1991, la tapa del baúl que, lógicamente dormía en el ático, y que custodiaba la primera mitad de Las aventuras de Huckleberry Finn (Adventures of Huckleberry Finn), obra de Mark Twain. Sesenta años fueron los que tuvieron que pasar para el glorioso rescate. 

Con Go Set a Watchman (Ve y pon un centinela) de Harper Lee, publicada el pasado año, solo pasaron cincuenta y ocho para que el borrador de lo que fuera Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird) saliera a la luz. Con el libro de Beatrix Potter, The Tale off Kitty-in-Boots que salió la semana pasada, tuvimos que esperar bastante más, ciento dos años, mientras que el de Scott Fitzgerald, cuyo lanzamiento está previsto para abril del 2017, con ochenta, se encuentra a caballo.

Las circunstancias en las que joyas como estas desaparecieron en su día son prácticamente imposibles de rastrear. Del señor Gluck, bibliotecario de la Young Men's Association de Búfalo, sabemos que le llegó un paquete desde Hartford, Connecticut, residencia de Mark Twain. Probablemente no lo almacenó pensando en su encuadernación. Pero la muerte le sobrevino dejando al manuscrito a merced de otras voluntades.

En el caso de Beatrix Potter, la escritora, ilustradora y científica de nacionalidad inglesa, es inevitable pensar que el estallido de la Primera Guerra Mundial tuviera algo que ver con la desaparición del manuscrito, pero también parece ser que su matrimonio y su enfermedad compartían culpabilidad.

Con Harper Lee, más cercana a nosotros en el tiempo, resulta mucho más fácil seguirle la pista al manuscrito, aunque este ha dado mucho que hablar, sobre todo por el oportunismo de HarperCollins, sello editorial propiedad del magnate Rupert Murdoch que lo ha publicado. Y es que muchos se preguntan si, Alice, Lee no hacía nada sin consultar antes con su hermana, hubiera dado el visto bueno a dicha publicación. Lee, enferma y recluida en un centro de atención, no pudo oponerse a la voluntad del sello, que esperó unos tres meses a contar desde el fallecimiento de la hermana a que saliera el anecdotario-borrador de la autora.

A Fitzgerald, el creador de El gran Gatsby, (The Great Gatsby), parece que fueron los tiempos y sus problemas con el alcohol los que lo arrollaron, no la soberbia calidad de sus escritos. Acostumbrado a contar historias de las flappers, alocadas de la edad del jazz, Hollywood comenzó a verlo casi como un fósil. Además, sus problemas con el alcohol le afilaron la causticidad, convirtiéndolo en un apestado. Aunque algunas de las historias que envió en Los tumultuosos treinta fueron aceptadas, Fitzgerald las mandaba directamente a las revistas a pesar de tener agente literario, debido, probablemente a la negativa de este a seguir apoyándolo económicamente, Fitzgerald se oponía a revisarlas, y eso que, desesperadamente, necesitaba el dinero.

Las historias aquí recogidas, se han agrupado bajo el título I'd Die for you, literalmente Moriría por ti, aunque desconozco si la traducción se va a respetar en español. Parece que el título en inglés se fraguó en Asheville, en Carolina del Norte, ciudad en la que Fitzgerald se recuperaba de tuberculosis y de su adicción, mientras Zelda, su esposa, otra gran artista, pintora y escritora, estaba hospitalizada en la unidad de psiquiatría de Highland Hospital. Fitzgerald murió en 1940, ocho años antes de que la sección del hospital en la que se encontraba Zelda, fuera presa de las llamas. Con este caldo de cultivo parece inevitable que el cinismo, la desilusión y la muerte fueran los reyes de estas magníficas historias que, no lo duden, leeré en cuanto salgan.