Séneca ya se quejaba de que los alumnos de su tiempo sabían menos que sus predecesores. También en Salamanca, siglos después, Pedro Simón Abril, filósofo y pedagogo, pidió que se le permitiera impartir clases en la lengua vernácula en lugar del acostumbrado latín, seguramente hastiado con la reticencia de los alumnos, pero las Cortes de Castilla desestimaron esta petición. Y, supongo que, en otros muchos lugares, ocurriría lo mismo. Poco a poco los sabios tuvieron que ir adaptándose a las nuevas corrientes, si se prefiere, a los nuevos hábitos y costumbres que los estudiantes, estos ciudadanos, demandaban.
Ese mismo deterioro o evolución, depende de quién lo contemple, no quedó en el antaño y ha pervivido hasta nuestros días. Es indudable que el conocimiento nos da forma, moldea nuestro espíritu y, probablemente, nos hace más tolerantes. El saber es un tesoro que ensalza a la persona, la
humaniza, y, su valor, es imposible de calcular.
Jay Leno, un famoso comediante y presentador de televisión estadounidense, se lanzó a la calle, cámara y micrófono en mano, para realizar el
test de ciudadanía estadounidense, una batería de preguntas que se requieren para el examen, que la aquí presente suscribe, tuvo que aprobar para conseguir dicha ciudadanía. En otra ocasión hablaré del proceso de la obtención de dicha ciudadanía.
El resultado, desastroso: a las preguntas de "Contra qué país se luchó para conseguir la Independencia" o "Qué es la Proclamación de Emancipación", (respuestas correctas Inglaterra y la abolición de la esclavitud), se dieron respuestas tales como "Francia" o "No lo sé".
Indudablemente, esta ignorancia pone los pelos de punta, pero, lo que más sobrecoge, es la despreocupación y el
flamenquismo con el que acepta esa laguna y que, a todas luces, la entrevistada no tratará de subsanar.
Esta
resistencia al conocimiento comienza en el colegio, y es ahí, a mi entender, donde debe comenzar la transformación porque esta sociedad, al menos la estadounidense, se ha
emperejilado en que todo el mundo salga con un título universitario bajo el brazo, como el que sale con una barra de pan, y no creo que esa sea la respuesta.
Tres bloques son los que
ofertaría en los niveles esenciales. En el primero solo se impartirían lectura, escritura y nociones básicas de matemáticas. El segundo bloque incluiría las mismas nociones pero añadiría un idioma como materia opcional y un menú a la carta con estudios de formación profesional obligatorios, dependiendo de la especialización que se pretenda. Un mecánico, por ejemplo, no tendría las mismas necesidades de manejarse en otro idioma que el estudiante al que le gustaría ser, pongamos por caso, recepcionista, ya que, probablemente tendría más ocasiones para su uso. El último bloque sería el comienzo de la ruta a la carrera universitaria. El idioma, por supuesto, sería obligatorio, y, los conocimientos, más amplios, abarcarían las ramas que en la actualidad se ofrecen en la enseñanza básica.
Al alumno también se le daría la posibilidad de
explorar todos los bloques, se mantendría una especie de jornadas abiertas perpetuas para que así pudiera, junto a sus tutores, determinar la opción por la que sintiera mayor inclinación. Un periodo de varios meses creo que bastarían.
Soy consciente de que, lo que acabo de proponer, algunos, tal vez lo secunden, otros, no sabrán que decir, mientras que al resto les parecerá una abominación. Pero una cosa está clara. Lo que sí es una abominación es que, en las universidades, se proyecte
Kung Fu Panda para explicar, como han hecho algunos de mis antiguos compañeros, la filosofía oriental. Y no. No sé si fue la primera, la segunda, la tercera o la cuarta parte. A este paso seguro que ya han visto la tetralogía al completo.