martes, 12 de julio de 2016

Tutulitis aguditis

Un trillón de dólares: esa es la deuda que los estudiantes universitarios estadounidenses tienen contraída ya sea con el Estado o con una entidad bancaria. Como es de esperar, los intereses de los préstamos bancarios suelen ser más altos que los gubernamentales.

Cuenta la leyenda, que, durante los 70, los doctores, con el bolsillo repleto a partir de sus prácticas, se declaraban en quiebra dejando a deber al Fisco y a las entidades prestadoras, de ahí que el Estado tomara medidas para evitar estos fraudes. La misma leyenda dice que este tipo de préstamos no se condonan (solo en contadas excepciones y a discreción del juez), y que la persona afectada está obligada a devolverlo hasta el final de sus días.

Obama, mediante la Student Aid Bill of Rights, quiere abandonar el cargo flexibilizando estas demandas y, en algunos casos, incluso condonar la obligación de devolver el préstamo a nivel federal. La causa principal por la que un estudiante pudiera beneficiarse de dicha exención se basa principalmente en su capacidad para demostrar que la institución logró convencerlo con falsas promesas y publicidad engañosa.

En la fábrica de sueños estadounidense el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad se dan como derechos inalienables, y en la educación se han apoyado para alcanzarlos. Pero como los sueños, sueños son, también corren el riesgo de desvanecerse. En un país donde existen aproximadamente 5300 universidades sé de primera mano que no todas gozan de una espléndida salud y que, la calidad de la enseñanza impartida, normalmente hecha a medida de un alumno que no tiene motivaciones por el conocimiento, deja mucho que desear.

En esta fábrica de sueños la titulitis es de rigor. Mediante los costos de las, en muchísimas ocasiones, exageradas matrículas, el alumno considera que se ha ganado otro derecho que, a la vista está, pronto se hará inalienable: El derecho a tener su título enmarcado cuando a veces, intelectualmente hablando, no lo merezca. Es inevitable que la recurrente imagen del jugador profesional universitario becado con fondos de los contribuyentes o los contratos blindados de sus entrenadores me vengan a la cabeza.

Este sueño vuelto pesadilla puede y se debe contener regresando los ojos a los colegios, a los primeros estadios en los que aún podemos concienciar a niños y, tal vez, a sus tutores, de que no todos han nacido para ser programadores de videojuegos o para ser investigadores del crimen como sucede en la serie de televisión CSI: Las Vegas.

Solo así se parará esta factoría de pesadillas y, posiblemente, también se evitarían males mayores. Ahora solo está por verse si América quiere.

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