La semana pasada hablábamos de la insolvencia
kentuckiana y cómo el estado se las va a ver y a desear para pagar las jubilaciones de sus funcionarios de a pie, especialmente las de bomberos, polícias y maestros. A Kentucky tampoco le van muy bien las cosas en otros ámbitos. Por ejemplo, es el cuarto
estado del país con el mayor número de fallecidos por sobredosis de opiáceos y opioides. Treinta y siete coma 2 fallecimientos por cada 100000 habitantes. En el 2017 solo Virginia Occidental, Ohio y Pensilvania superaban estas cifras. El Distrito Columbia ocupa la quinta posición, pero no es estado. Según datos del 2015, Estados Unidos era el país con el mayor número de muertes por causa del abuso de opiodes. Por cierto, que
España figuraba en el cuarto puesto.
Para que nos hagamos idea de la envergadura del problema al que nos enfrentamos: en Estados Unidos fallecen
diariamente unas 115 personas por sobredosis. En el 40 por ciento de los casos, los fallecidos iban con receta. Bajo la marca opioides y opiáceos entran la heroína, oxicodeína, la droga de la que se atiborra el doctor House, dihidrocodeína, morfina, fentanilo y otras. Los suicidios y los accidentes en la carretera ya no son las primeras causas de muerte accidental. Ahora la sobredosis de opioides se lleva el
honor y el horror.
Durante la Guerra de Secesión, se podía adquirir opioides sin receta para tratar todo tipo de males. Se piensa que, al concluir, se dio un aumento de las adicciones. Soldados tratando de aliviar su trauma, esposas destrozadas, familias rotas, todo un catálogo de males se trataban con este ungüento amarillo. De hecho, a finales del siglo XIX, hay más mujeres enganchadas que soldados. Y muchas vienen de la clase media alta. Parece que hay que echar la culpa a los dolores menstruales. Unas 300000 personas aquejadas de esta adicción por aquel entonces.
En 1858 en Nueva York, en un centro estatal de desintoxicación para alcohólicos, se comienza a tratar a las gentes pudientes con esta enfermedad. Años más tarde, precisamente en Kentucky, se abrió la primera granja para el tratamiento de la adicción de estos narcóticos. La administración de Coolidge, con las cárceles a tope y sin un lugar para alojar a los drogodependientes, aprueba en 1929 la
Porter Act. Con su entrada en vigor, el gobierno estadounidense creará dos
granjas para narcómanos. La de
Lexington abre sus puertas en 1935. La otra, en Tejas, lo hará tres años más tarde. La de Lexington se cerró en 1974 y la de Tejas en el 75, cuando los santos seguros médicos reconocieron que la adicción era una enfermedad y que, por tanto, no tendrían más remedio que cubrirla. Como es de tipo crónico, pronto se dieron cuenta de que la broma les iba a suponer un dineral, y los muy
pillines se negaron a correr con los costos allá para finales de los 80. Con Ronald Reagan y George W. Bush, vamos. Las grandes compañías han vuelto a cubrir a este tipo de pacientes. Veremos lo que dura.