Hojeando el Harper's Index de mayo de este año, me entero de que, en 1970, meses después de que Armstrong, Aldrin y Collins, a bordo del Apolo 11 tocaran la luna, (Collins fue el único que no abandonó la nave), un 39% de los estadounidenses era de la opinión que, ir hasta allí, era tirar dinero, mientras que un 56% apoyaba la aventura.
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Para darle gusto al 56% que dijo sí, los Estados Unidos se fue hasta Alemania para contratar, entre 1945 y 1959, a más de 1600 científicos, ingenieros, químicos y otros especialistas de afiliación nazi. El miedo a que la Unión Soviética se hiciera con recetas atómicas, biológicas y químicas que pudieran desestabilizar las aspiraciones estadounidenses y sacar a Estados Unidos de la competición por la carrera espacial sin duda fueron algunos de los detonantes.
Operation Paperclip, Operación clip de papel. Así se llamó a la contratación, secreta, por supuesto, de estos portentosos cerebros. (Lo del clip por poner juntas las hojas con los informes que habían recibido una evaluación positiva). Esta operación estuvo funcionando unos meses, desde su concepción, con el nombre de Operación Cubierta, Operation Overcast, aunque todavía antes, en 1944, a los primeros intentos para cazar talentos se los conociera por Operación Alsacia). La Unión Soviética también haría lo mismo y, en 1946, lanzaría su Operación Osoaviakhim y que se trajo a más de 2200 especialistas alemanes.
A este personal se le detenía e interrogaba para su depuración, aunque las pruebas de acceso estadounidenses no debían ser muy estrictas, porque, por lo visto uno de los captados, el doctor Kurt H. Debus, iba al trabajo en el JFK Space Center, del que era director, disfrazado con su uniforme nazi. Como recompensa a su perseverancia, la NASA hace entrega anual del distinguido galardón que lleva su nombre.
Era en el túnel de Nordhausen, no muy lejos de Buchenwald, el campo de concentración, donde los prisioneros trabajaban levantando los V2, misiles balísticos hijos de las invenciones de científicos como Wernher von Brown, probablemente el más conocido en Estados Unidos, el general Dornberger o Arthur Rudolph, padre del cohete espacial Saturno. Rudolph fue uno de los pocos a los que se colocó entre la espada y la pared, ya que, en 1983, se le dio a elegir entre quedarse en los Estados Unidos y que se le juzgara por crímenes de guerra o regresar a Alemania. Naturalmente, permaneció en Estados Unidos.
Probablemente fueran los esfuerzos del neurólogo Leopold Alexander, consejero en los Juicios de Núremberg, el que lograra el destierro de Rudolph, pero el miedo a hacer de Alemania un perenne enemigo, advertencias de John J. McCloy, subsecretario de Guerra y luego jefe de la misión diplomática con Alemania entre 1949 y 1952, entre otros cargos, y el interés por no ceder el poder espacial, guiado por el empuje del general de las Fuerzas Aéreas, Harry Armstrong, prácticamante se encargaron de hundir las esperanzas por hacer justicia del doctor Alexander. Armstrong, "el hombre que allanó el camino a los astronautas", se trajo, entre otros, al profesor Hubertus Stughold, primer profesor de Medicina Espacial. Extraordinario reconocimiento que compite con una reputación entredicha, ganada con experimentos en prisioneros de Dachau.
Randolph Field, en Texas, fue su primer asentamiento. Luego se desperdigaron. A Wernher von Brown y a su equipo, por ejemplo, en 1950, al comienzo de la Guerra de Corea, se les traslada a Huntsville, la Ciudad del cohete, en Alabama, donde ya hicieron unas cuantas detonaciones con misiles nucleares.
Y, con estos datos en cuenta, el 21 de Julio, a celebrar la llegada del hombre a la luna. Porque yo lo pago.