Hace unos meses Prezzo, una cadena de restaurantes británica, nos coloca una encuesta entre los chiquitos de la generación Z. Por supuesto, la encuesta está relacionada con la comida, en concreto con el menú. Prezzo nos dice que, de los 2000 adultos que participaron en dicho estudio, un 86% de los post-millennials indicó sufrir "ansiedad del menú". Esto es, no saber qué elegir.
Algunos de los culpables de esa congelación: la abrumadora cantidad de platos ofertados, la posibilidad de que, una vez se decanten por algo, esté peor que la hamburguesa que se descongelan en casa y que, encima, les dejen el bolsillo tiritando por el sablazo que les meten. También está la pérdida de dotes interpersonales. La covid, lógicamente, ha exacerbado esta desaparición o congelación. Y otra causa, reconozco que esta me ha pillado por sorpresa: miedo a estancarse en la pronunciación del plato.
Para solucionar esta parálisis, el screenager, jovencito criado a los pechos de una pantalla y de la Internet de banda ancha, pide a sus comensales que le elijan el plato. Lo único que no sabemos es si, una vez hecha la elección, el paralizado les monta un pollo por haberle elegido tamaño zapato. Aunque es entre los de la generación Z donde más se acusa esa ansiedad, las otras generaciones también se llevan lo suyo, y se quedan a 19 puntos del grupo en cabeza.
Siguiendo la estela británica, en Estados Unidos también se ha hecho un estudio parecido. Aquí la ansiedad es menor, aunque también se dispara en el grupo Z, con un 41% de ansiosos a la hora de pedir frente al 15% de los que intregran las listas de la generación X y baby boomers, los hijos de la Segunda Guerra Mundial.
Aquí, otro estudio de la generación Z, también relacionado con el cuerpo.