Y ya que la semana pasada hablábamos de escritoras y de cumpleaños, esta semana cae el de una autora precisamente de Pittsburgh, contemporánea de Wharton. Gertrude Stein. A Stein la conocemos sobre todo por dejarnos una etiqueta y que, por cierto, no es suya, sino del joven mecánico, (su nombre, desgraciadamente, no nos ha llegado), que le arreglaba el coche a Stein. Fue el cocinero y hotelero Monsieur Pernollet, propietario del hotel donde se hospedaba Stein, el que se la susurró: Generación Perdida. Con ella marcaba a los autores estadounidenses de los años 20 del siglo pasado que frecuentaban su salón literario en París. Hemingway, Fitzgerald, T. S. Eliot o Sherwood Anderson fueron sus miembros más conocidos, aunque el salón tenía bastante trasiego.
Parece que Wharton y Stein, aunque se solaparon en espacio y tiempo, nunca se conocieron. Wharton vivió en Francia de 1907 a 1937, mientras que Stein ya vivía allí desde 1905. Allí permanecería hasta 1946, año de su fallecimiento. Entre medias, breves estancias en Inglaterra y España.
En cuanto a su vida personal, las dos eran ávidas lectoras y tenían verdadera pasión por los perros. (Highsmith también adoraba los animales, famosa era su colección de caracoles). Las dos conocían a Henry James. Fue profesor de Stein en Harvard y gran amigo de Wharton. Durante la Primera Guerra Mundial, las dos prestaron servicios como voluntarias. Wharton puso sus propiedades a disposición del gobierno francés, mientras que Stein se echó a la carretera haciendo de conductora.
Es en sus opciones literarias donde se abre la brecha entre las dos. El apego a lo tradicional de Wharton, Stein lo pone a prueba con su gusto por la narrativa experimental, especialmente la de Woolf, lo que sin duda alguna no le favorecerá. Tanto es sí que, Yale, la universidad en la que descansa el patrimonio de la autora gracias al denuedo de Thornton Wilder, otro americano expatriado que visitó su salón, tuvo que enfrentarse a múltiples críticas. Una de esas voces se preguntaba cómo era posible que la universidad se hiciera con el corpus de Stein y no adquiriera el de otros artistas, Picasso y Gris, amigos de la autora, entre ellos.
Y he aquí el motivo: porque Stein, siendo peor escritora que Wharton, aunque eso a Stein no la disuadía, (genio literario del siglo, así solía llamarse y Picasso no tenía problemas en recordárselo), tenía una capacidad envidiable para venderse. Y, aunque la mayor parte de su obra no fue publicada en vida, consiguió, a base de tesón y con mucha ayuda de sus conocidos, casi todos hombres, que estos le dedicaran su tiempo.
Aún podemos seguir añadiendo más semejanzas entre las dos autoras. Por supuesto, nos dejaron sus impresiones sobre el estereotipo francés. Wharton las dejó escritas en French Ways and Their Meaning, Las costumbres francesas y su significado, (1919). Stein, por su parte, las retrató en Paris France, París, Francia (1940).
Sus memorias también las unen. La de Stein, escrita en 1933 y titulada The Autobiography of Alice B. Toklas, La autobiografía de Alice B. Toklas, por fin le trajo a Stein algo de la popularidad que buscaba. La de Wharton, A Backward Glance, Una mirada hacia atrás, salió un año más tarde. Los ojos de Wharton, una mujer de setenta y ocho años cuando las escribe, se posan en el pasado con nostalgia, mientras que Stein, más joven e insolente, amiga de cotilleos, nos habla con la misma soltura de la esposa de Matisse que de las amantes de Picasso. Y, para evitar que la tachen de hipócrita y descarada, Stein también comparte con el lector su relación amorosa con Toklas, la voz, ficticia, de su autobiografía.
No cabe duda de que en Francia, según ellas país devoto a sus tradiciones, estas dos autoras encontraron la libertad creativa que buscaban. Expatridas, sí, pero no tan perdidas.