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miércoles, 18 de junio de 2025

¿Algún antídoto?

El peligro es amo sordo y sonámbulo, y, aunque tiene oídos, solo se los presta a la suerte, su lazarillo. Para no desfallecer en esta vigilia todopoderosa, los humanos nos hemos inventado infinidad de distracciones, siendo la lectura de poemas uno de los refugios que mayor consuelo nos proporciona. En ellos, reconocemos el dolor universal y nos tragamos los versos-píldora (analgésico-veneno) que aligeren nuestra existencia. 

Para ahuyentar un poco los horrores diarios que aquejan a este mundo, hoy traemos a Edna St. Vicent Millay, la primera mujer que se hizo con el premio Pulitzer en la modalidad poesía con Ballad of the Harp-Weaver", un homenaje a su madre. Edith Wharton lo había ganado dos años antes, en 1921, con su novela La edad de la inocencia.

loc.gov

Los que la conocieron dicen que era una mujer físicamente arrebatadora, con una personalidad y un carisma fuera de lo común. Casi nunca leía sus poemas pues llevaba los versos en la cabeza. Sus estudiosos dicen que únicamente el estadounidense Allen Ginsberg tenía idéntico tirón con las masas. Por lo visto el galés Dylan Thomas también levantaba multitudes. Por si fuera poco, Edna tenía una voz prodigiosa y una habilidad subyugante en el fraseo musical (tocaba el piano con gran maestría) lo que, sin duda, contribuía a que sus lecturas fueran simplemente irresistibles. Para contrarrestar tanta dádiva, la vida también le entregó múltiples problemas. Una tumultuosa vida emocional y una salud quebradiza. Varias operaciones, padecía de fuertes dolores debidos a la enfermedad de Crohn, tuvo un accidente de coche en el que casi pierde un ojo y olas de depresión que la llevaban a abusar del alcohol.

Edna, que venía de una familia de pocos medios, su madre se divorció de su padre cuando ella contaba nueve años, siempre se consideró una poeta del pueblo. Su poesía es transparente y tiene un sabor folclórico que, a veces, se inclina por lo sentimental. Esta sentimentalidad la reconocemos, por ejemplo, en el poema que le dedicó a la guerra civil española (en 1932 visitó el país): Say that we saw Spain die, di que vimos morir a España, aunque su mano también puede templarse y acercarse al mundo de lo metafísico. "La Donne moderna", así la llamó un crítico del Times Literary Supplement. Aunque su poema favorito no era de Donne, sino de Shelley: Ode to the West Wind, Oda al viento del oeste. Aquí, unos cuantos poemas en versión original y traducida.

sábado, 9 de diciembre de 2023

Kit de inglés 371: Keep up with the Joneses.

Y esta semana, aprovechando la presión de las redes sociales y las compras navideñas, una de invidias con la expresión Keep up with the Joneses, literalmente "seguir el ritmo de los Jones", y que podríamos traducir por sacar dinero de donde se pueda para gastarlo a la misma velocidad con la que lo hacen los que lo tienen o aparentan tenerlo.

Pronunciación a dos velas: "kípap güiz de yóunses". Y la buena aquí, con la historia de los Jones. 

Esta expresión se afianza a principios del siglo XX con una tira cómica del mismo nombre. Arthur R. "Pop" Momand fue el creador y dibujante de la tira que apareció publicada en el New York World.

Sin embargo, aunque parece probable que el uso de esta frase se difundiera con la tira, mencionar que, a mediados del siglo XVIII, antes de la llegada de los Astor y de los Vanderbuilt, en Nueva York ya teníamos a cuatro familias destacadas: a los Livingston, supongo, a los Schermerhorn, a los Mason y a los, efectivamente, Jones. Los Jones no andaban mal de pecunio y eran copropietarios, junto con los Mason, del Chemical Bank, en español Banco Químico. Dicho banco fue, hasta 1995, el tercer banco más grande de Estados Unidos.


Parece que debemos a Elizabeth Schermornhorn Jones, casada con un Jones y, por cierto, tía de la afamada escritora Edith Wharton, que nos haya llegado la expresión. Por lo visto Elizabeth Schermornhorn Jones no reparaba en gastos a la hora de vestir o de decorar su mansión, de ahí que todo el mundo quisiera emular a la señora Jones.     

domingo, 31 de enero de 2021

Expatriadas, no tan perdidas.

Y ya que la semana pasada hablábamos de escritoras y de cumpleaños, esta semana cae el de una autora precisamente de Pittsburgh, contemporánea de Wharton. Gertrude Stein. A Stein la conocemos sobre todo por dejarnos una etiqueta y que, por cierto, no es suya, sino del joven mecánico, (su nombre, desgraciadamente, no nos ha llegado), que le arreglaba el coche a Stein. Fue el cocinero y hotelero Monsieur Pernollet, propietario del hotel donde se hospedaba Stein, el que se la susurró: Generación Perdida. Con ella marcaba a los autores estadounidenses de los años 20 del siglo pasado que frecuentaban su salón literario en París. Hemingway, Fitzgerald, T. S. Eliot o Sherwood Anderson fueron sus miembros más conocidos, aunque el salón tenía bastante trasiego. 

Parece que Wharton y Stein, aunque se solaparon en espacio y tiempo, nunca se conocieron. Wharton vivió en Francia de 1907 a 1937, mientras que Stein ya vivía allí desde 1905. Allí permanecería hasta 1946, año de su fallecimiento. Entre medias, breves estancias en Inglaterra y España. 

En cuanto a su vida personal, las dos eran ávidas lectoras y tenían verdadera pasión por los perros. (Highsmith también adoraba los animales, famosa era su colección de caracoles). Las dos conocían a Henry James. Fue profesor de Stein en Harvard y gran amigo de Wharton. Durante la Primera Guerra Mundial, las dos prestaron servicios como voluntarias. Wharton puso sus propiedades a disposición del gobierno francés, mientras que Stein se echó a la carretera haciendo de conductora. 

Es en sus opciones literarias donde se abre la brecha entre las dos. El apego a lo tradicional de Wharton, Stein lo pone a prueba con su gusto por la narrativa experimental, especialmente la de Woolf, lo que sin duda alguna no le favorecerá. Tanto es sí que, Yale, la universidad en la que descansa el patrimonio de la autora gracias al denuedo de Thornton Wilder, otro americano expatriado que visitó su salón, tuvo que enfrentarse a múltiples críticas. Una de esas voces se preguntaba cómo era posible que la universidad se hiciera con el corpus de Stein y no adquiriera el de otros artistas, Picasso y Gris, amigos de la autora, entre ellos. 

Y he aquí el motivo: porque Stein, siendo peor escritora que Wharton, aunque eso a Stein no la disuadía, (genio literario del siglo, así solía llamarse y Picasso no tenía problemas en recordárselo), tenía una capacidad envidiable para venderse. Y, aunque la mayor parte de su obra no fue publicada en vida, consiguió, a base de tesón y con mucha ayuda de sus conocidos, casi todos hombres, que estos le dedicaran su tiempo. 

Aún podemos seguir añadiendo más semejanzas entre las dos autoras. Por supuesto, nos dejaron sus impresiones sobre el estereotipo francés. Wharton las dejó escritas en French Ways and Their MeaningLas costumbres francesas y su significado, (1919). Stein, por su parte, las retrató en Paris France, París, Francia (1940). 

Sus memorias también las unen. La de Stein, escrita en 1933 y titulada The Autobiography of Alice B. Toklas, La autobiografía de Alice B. Toklas, por fin le trajo a Stein algo de la popularidad que buscaba. La de Wharton, A Backward Glance, Una mirada hacia atrás, salió un año más tarde. Los ojos de Wharton, una mujer de setenta y ocho años cuando las escribe, se posan en el pasado con nostalgia, mientras que Stein, más joven e insolente, amiga de cotilleos, nos habla con la misma soltura de la esposa de Matisse que de las amantes de Picasso. Y, para evitar que la tachen de hipócrita y descarada, Stein también comparte con el lector su relación amorosa con Toklas, la voz, ficticia, de su autobiografía. 

No cabe duda de que en Francia, según ellas país devoto a sus tradiciones, estas dos autoras encontraron la libertad creativa que buscaban. Expatridas, sí, pero no tan perdidas. 

martes, 26 de enero de 2021

De tejana a neoyorquina.

Y si el 19 celebrábamos el centenario de Highsmith, el 24, pero de 1862, hubiera sido el cumpleaños de Edith Wharton, otra superventas que también nos dejó deslumbrados con su virtuosismo para representar la crueldad. Y, aunque Dostoevsky no era su luz, prefería a su amigo Henry James y el trabajo de Balzac y Browning, nos basta con abrir las páginas de su Ethan Frome para confirmarlo. 

En esta pequeñísima novela publicada en 1911, (Wharton cultivó todos los géneros pero fue al relato al que más tiempo le dedicó), estamos ante una narración sin pretensiones morales que bien pudiera haber escrito Highsmith de vivir unas cuantas décadas antes, ya que la crueldad es el centro de exploración. Esta crueldad viene dada por el sexismo de Ethan, el cual vive atemorizado, (como el resto de sus colegas de género), ante la posibilidad de que las mujeres se conviertan en brujas. El terror se desencadena, lógicamente, cuando su sospecha se torna realidad. Una por una, primero la madre, a continuación la esposa y finalmente, la amante, irán cayendo hasta desembocar en su estado final: brujas en toda regla. Por supuesto, como la cosa va de brujas, esta historia de corte gótico solo puede desarrollarse en Massachusetts. 

Millicent Bell, una de las biógrafas de Wharton, dice que esta hizo de Ethan su alter ego. El matrimonio de Wharton no fue un matrimonio feliz. Al igual que Frome, su cónyuge tenía severos problemas de salud. Del mismo modo que Ethan tenía a su Mattie, la joven amante, Edith Wharton también tenía a su Walter Berry, que siempre la animó a que siguiera escribiendo. 

Desconozco si la tejana Highsmith encontraba placer en la lectura de la neoyorquina afincada en Massachusetts que, años después, daría el salto a Francia, salto que luego también daría Highsmith, pero estoy convencida de que no hubiera tenido inconveniente en hincarle el diente a tan espantoso horror.