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miércoles, 6 de enero de 2021

La encarnación del antifacebook.

En noviembre leía un correo de Christina Linares, editora de Renacimiento, anunciando la publicación de "los dos tomos de inolvidables cartas de Elena Fortún a Inés Field durante los últimos años de su vida: Sabes quién soy y Mujer doliente, tras la reciente aparición de Celia lo que dice y Celia en el colegio, así como una nueva edición ampliada de Celia en la Revolución, que incluye el texto inédito titulado «Cómo salí de España».

Sabes quién soy agrupa las cartas que la creadora de Celia escribió a la intelectual argentina Inés Field (1897-1994) entre diciembre de 1948 y mayo de 1950. Recién llegada Fortún a un Madrid en el que se siente extranjera, recibe la noticia de que su marido se ha suicidado en Buenos Aires durante su ausencia. Dan así comienzo meses de nomadismo entre España, Argentina y Estados Unidos y una intensa correspondencia remitida desde el mar y desde tierra firme. La dura realidad del regreso del exilio y el trauma de la guerra asoman en estas misivas que son también un epistolario de amor, amistad y ausencia. Una difícil estancia al norte de Nueva York y la crónica del alejamiento entre una escritora y un hijo mentalmente deshecho por lo vivido en la guerra civil y por no aceptar el éxito literario de su madre, rematan esta crónica que es la historia, contada en primera persona, del regreso a España de esta inmensa escritora, conocida y reconocida por ser la gran autora del género infantil de nuestra literatura, ahora redescubierta como gran autora de literatura sin etiquetas. Su autobiografía novelada Oculto sendero y este epistolario son una buena muestra de ello. 

Mujer doliente agrupa las cartas que la creadora de Celia escribió a la intelectual argentina Inés Field (1897-1994) entre mayo de 1950 y la Navidad de 1951. En Barcelona, la ciudad española más parecida a Buenos Aires, la escritora tuvo su último cuarto propio habitado en armonía antes de entrar en la enfermedad y agonía final que ella vio como justo purgatorio en vida. El amor a Inés se erige como última verdad en medio de una poderosa crónica del desmorone del cuerpo. La luz del último verano en el pueblo de Ortigosa del Monte antes de la entrega final a la experiencia del dolor escrita desde la cama se acercan en las cartas a Inés y al mundo de mujeres amigas –María de la O Lejárraga, Victorina Durán, María Martos, Carmen Laforet, Carmen Conde, Fernanda Monasterio y tantas otras– que nunca dejaron sola a esta inmensa escritora, conocida y reconocida por ser la gran autora del género infantil de nuestra literatura".

El mes pasado, pero ya aquí, en Estados Unidos, también teníamos la suerte de contar con otro acierto literario, en este caso se trata de una biografía sobre la vida de Louise Fitzhugh, otra magnífica escritora de libros infantiles y juveniles que, como Fortún, se zambuyó en la escritura para aligerar la dificultad de estar enamorada de otra mujer. 

Fitzhugh nació en 1928 en Misisipí. La madre de la escritora era una joven y bella bailarina sin recursos económicos. Por el contrario, su padre, un hombre muy acaudalado, se quedó con la custodia de la hija tras un divorcio muy sonado. Fitzhugh, que aún no llegaba al año cuando se produjo la separación, fue criada por la socorrida figura de la institutriz. Tres universidades americanas y estancias en Francia e Italia para estudiar pintura, su verdadera pasión. 

Fitzhugh, al igual que Ellen Raskin, también ilustraba sus propios libros. Desgraciadamente no tuvo mucho tiempo para dejarnos una obra extensa, (otra desafortunada coincidencia con Raskin), pero su novela Harriet la espía, con más de cinco millones de copias vendidas en todo el mundo, es su obra más reconocida. 

Fitzhugh, que vivió casi siempre en Nueva York, frecuentaba el mundo bohemio de los años 50 y 60, ese mundo habitado por beatniks y jipis. La autora, que no tenía pelos en la lengua ni tampoco en la tinta, los recoge para el mundo juvenil. Ni que decir tiene que, en un primer momento, padres y tutores quedaron desconcertados ante la honestidad del nuevo realismo que les presentaba Fitzhugh a través de la joven espía, una adolescente feminista de once años que acabará necesitando terapia psicológica. Con el tiempo, y como se ve por las ventas, dos millones y medio en los primeros cinco años de su publicación, esto es, hasta 1968, ese rechazo pronto quedó en el olvido.

Los que quieran descubrir el mundo creativo y levantar algún que otro fantasma de la vida de esta brillante autora, sin duda deberán tratar de hacerse con un ejemplar de Sometimes You Have To LieA veces tienes que mentir, una fantástico intento que hay que agradecer a Leslie Brody, especialmente cuando, exceptuando su obra, no existe mucho material que dejara Fitzhugh, extremadamente celosa de su intimidad. Su correspondencia, apenas existe. Tampoco dejó diarios esta mujer huidiza, y en vida, solo permitió que dos fotografías suyas se publicaran. La encarnación, sin duda, del antifacebook. 

lunes, 15 de agosto de 2016

Los políticos, ¿tienen mascotas?


De los insultos muchas veces aflora el ingenio. Eso es lo que sucedió gracias a las elecciones presidenciales de 1828. Los opositores del candidato demócrata, Andrew Jackson, asqueados con su eslógan Let the People Rule (Dejemos que gobierne el pueblo), aprovecharon la ocasión para tildarlo de imbécil, distinción que, en su traducción originaria, (jackass), se escoge al burro como encarnación de la estupidez. Jackson adoptó la imagen del animal en lo que le restaba de campaña.

La identificación de la testarudez del partido demócrata con este animal aparece gráficamente en una tira cómica de 1837, donde se ve a Jackson tirando de un burro que se niega a moverse, en alusión a la negativa del cuerpo democrático a seguir las directrices de Jackson. Décadas más tarde, en concreto 1864, aparecía su complemento republicano: un elefante. Pero fue el ilustrador político Thomas Nast, el que, años más tarde, consolidaría la pareja política.

Nacido en Alemania, a Nast se le consideraba el látigo de los demócratas, aunque también fue extremadamente crítico con las posiciones republicanas. De hecho, a su pluma se debe que Grover Cleveland, el candidato demócrata, saliera elegido en 1884, después de casi treinta años de mandato republicano.

La tira que inauguró esta relación asno-elefante salió en 1874 en la revista Harper's Weekly. La escena, titulada Third Term Panic (Pánico del tercer trimestre), es pretendidamente bucólica. El burro va disfrazado con una piel de león, asustando a los animales del bosque, que, a su paso, huyen despavoridos. También el elefante está desorientado, a punto de caer en un hoyo etiquetado como inflación y caos. Para que el lector sepa quién es quién en todo momento, Nast marca la piel del burro con un Caesarism (Cesarismo) y la del elefante con un Republican Vote (Voto republicano).


Ni que decir tiene que la visión que tiene Nast del burro es inferior a la del elefante, al que casi ve como una víctima del atolondramiento y estulticia del asno. Si al burro lo ve torpe y obstinado hasta la perdición, al elefante lo ve íntegro y cabal. Si, con el burro intenta llamar la atención sobre sus humildes orígenes, con el elefante busca evocar realeza y elegancia. Si, con la aparente delgadez del burro pretendía rememorar periodos de escasez apenas olvidados, la sombra de la Guerra de Secesión aún no se había desvanecido, con el elefante clama fortaleza y poder, siempre aptos para el combate.

No es raro que, con esta saca de virtudes, los republicanos se dieran prisa en hacerlas suyas, adoptando al paquidermo como su símbolo, mientras que los demócratas no quieran ver ni en pintura al équido que les ha tocado en gracia.

Curiosidad: la mascota de los libertarios es un roedor: el puercoespín.

Y ustedes, ¿con qué se quedarían? ¿Tal vez con ninguno? ¿Creen que los grupos políticos deberían tener mascotas?