lunes, 15 de agosto de 2016

Los políticos, ¿tienen mascotas?


De los insultos muchas veces aflora el ingenio. Eso es lo que sucedió gracias a las elecciones presidenciales de 1828. Los opositores del candidato demócrata, Andrew Jackson, asqueados con su eslógan Let the People Rule (Dejemos que gobierne el pueblo), aprovecharon la ocasión para tildarlo de imbécil, distinción que, en su traducción originaria, (jackass), se escoge al burro como encarnación de la estupidez. Jackson adoptó la imagen del animal en lo que le restaba de campaña.

La identificación de la testarudez del partido demócrata con este animal aparece gráficamente en una tira cómica de 1837, donde se ve a Jackson tirando de un burro que se niega a moverse, en alusión a la negativa del cuerpo democrático a seguir las directrices de Jackson. Décadas más tarde, en concreto 1864, aparecía su complemento republicano: un elefante. Pero fue el ilustrador político Thomas Nast, el que, años más tarde, consolidaría la pareja política.

Nacido en Alemania, a Nast se le consideraba el látigo de los demócratas, aunque también fue extremadamente crítico con las posiciones republicanas. De hecho, a su pluma se debe que Grover Cleveland, el candidato demócrata, saliera elegido en 1884, después de casi treinta años de mandato republicano.

La tira que inauguró esta relación asno-elefante salió en 1874 en la revista Harper's Weekly. La escena, titulada Third Term Panic (Pánico del tercer trimestre), es pretendidamente bucólica. El burro va disfrazado con una piel de león, asustando a los animales del bosque, que, a su paso, huyen despavoridos. También el elefante está desorientado, a punto de caer en un hoyo etiquetado como inflación y caos. Para que el lector sepa quién es quién en todo momento, Nast marca la piel del burro con un Caesarism (Cesarismo) y la del elefante con un Republican Vote (Voto republicano).


Ni que decir tiene que la visión que tiene Nast del burro es inferior a la del elefante, al que casi ve como una víctima del atolondramiento y estulticia del asno. Si al burro lo ve torpe y obstinado hasta la perdición, al elefante lo ve íntegro y cabal. Si, con el burro intenta llamar la atención sobre sus humildes orígenes, con el elefante busca evocar realeza y elegancia. Si, con la aparente delgadez del burro pretendía rememorar periodos de escasez apenas olvidados, la sombra de la Guerra de Secesión aún no se había desvanecido, con el elefante clama fortaleza y poder, siempre aptos para el combate.

No es raro que, con esta saca de virtudes, los republicanos se dieran prisa en hacerlas suyas, adoptando al paquidermo como su símbolo, mientras que los demócratas no quieran ver ni en pintura al équido que les ha tocado en gracia.

Curiosidad: la mascota de los libertarios es un roedor: el puercoespín.

Y ustedes, ¿con qué se quedarían? ¿Tal vez con ninguno? ¿Creen que los grupos políticos deberían tener mascotas?

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