No es la primera vez que Pence tiene que hacer de tripas corazón y sacar del atolladero al candidato. Días antes tuvo que lidiar con la invitación que Trump le hizo a Rusia para que escarbara en los correos electrónicos de su opositora.
«¿Es que no puedo responder?», se defendió Trump con el candor que le caracteriza.
Faltaba más. La cuestión es lo que se dice y cómo se dice. Y, a todas luces, esta respuesta parece más propia de un niño de tercero, acusando a su compañera de clase de haberle quitado el bollicao, que la de un candidato a la Casa Blanca. Recuerdo que Reagan también tenía ese mismo encanto y dejó a Estados Unidos pasándolas canutas, aunque me parece que, seguramente por influencia del cine, Reagan sabía muy bien cómo controlar sus impulsos frente a las cámaras.
Los que lo defienden argumentan que ya es hora de que haya salido un candidato con arrestos suficientes para decir "verdades como puños", un candidato al que no le importe desafiar lo "políticamente correcto", alguien con valor, alguien que se atreva a decir lo que nadie se atreve a decir; en una palabra, alguien que sea capaz de soltar lo primero que le venga a la boca, independientemente de que sea cierto o no. Los detractores, por supuesto, se amparan en esta incapacidad suya para reprimir sus arrebatos. Eso sí, siempre avalados por la llama, inextinguible, de su candor.
Incluso entre los republicanos ha surgido un movimiento que pide el voto para Clinton, argumentando que el candidato es «totalmente inadecuado para el cargo dado su carácter, temperamento, experiencia y las ideas que profesa». Supongo que sus meteduras de pata irán incluidas en el lote.
La cuestión es decidir si el concepto que Trump y sus votantes tienen de "decir verdades como puños" es lo suficientemente natural como para darle el empujón que reclama.
Y a ustedes, ¿qué les parece?
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