En el asentamiento indio, por ejemplo, las mujeres preparaban un suculento guiso a base de pavo, arroz, maíz, judías, calabaza y patatas. También se veían tipis o tiendas indias, completamente deshabitadas por el calor sofocante y la agresión de mosquitos. Algunos actores llevaban collares de garras de oso, tenían la cara pintada de negro y vestían taparrabos, en clara alusión a las tradiciones indias, y, por lo que supe después, de raigambre hurona.
En los otros campamentos también se cocían demostraciones con destrezas del ayer: elaboración de mantequilla, confección manual de helados, fabricación de velas, hilado o talla de madera. En la misma pradera había una sección con sillas plegables. Era para acomodar a los asistentes de la subasta a sobre cerrado o lo que aquí llaman subasta silenciosa. En un papel los participantes escriben la cantidad que ofrecen por el objeto subastado, evitando así la lucha con una contraoferta. Normalmente estas subastas son de carácter benéfico. El tradicional concurso de a ver quién se embucha más pasteles, previo pago de una cuota de inscripción, por supuesto, no faltaba. Como tampoco faltaba el campamento de la Guerra de Secesión que aquí se denomina Guerra Civil.
Hombres uniformados de azul limpiando sus armas, haciendo prácticas de tiro o enseñando a los asistentes cómo disparar un rifle. La función de las damas también tenía su espacio en el campamento bien al pie de una cocción o paseándose del brazo de un militar. Pero, lo que más tirón tenía sin duda, eran las recreaciones de tres personajes históricos: Abraham Lincoln, Ben Franklin y Daniel Boone, ¿sería porque estos dos últimos eran oriundos de Pensilvania?
Me he enterado de que, este año, tras veintidós ediciones, el festival se ha cancelado. Supongo que por motivos de índole económica. Una lástima que las oportunidades de ocio y conocimiento, independientemente de los estereotipos, se vayan arrumbando. Así perdemos todos, ¿no les parece?
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