miércoles, 24 de agosto de 2016

De La Habana viene un barco cargado de...

Seguramente, a los españoles que tienen la suerte de veranear en las costas, la idea de trabajar durante su periodo vacacional no se les pase por la imaginación, a menos que una insolación u otro tipo de exceso les haya tocado la consciencia.

Pero ese no es el caso para el diligente americano que cualquier ocasión, el verano no iba a ser menos, le basta para sacarse unas perrillas. Eso sí, toda ganancia implica una inversión inicial que, nuestros personajes, no tienen reparos en abordar. No sé si en su bolsa de viaje habrán metido toalla, protector solar y bañador, pero lo que sí sé es que muchos vienen equipados con extras: me estoy refiriendo a detectores de metales.

A estos modernos buscadores de tesoros normalmente se les puede ver escaneando la arena de la playa, bien antes de que despunte el sol o al atardecer, recorriendo con su vara de zahorí largos trechos. Además del detector de metales, si son verdaderos profesionales de la materia, se cubrirán los oídos con auriculares, un amplificador de la señal, al tiempo que reductor de molestias acústicas y de mirones y curiosos. También, en la mano que les quede libre, si se toman la detección en serio, llevarán una especie de pala colador, a poder ser de acero inoxidable, que les permitirá recoger el botín.

Es cierto que los jubilados son los que tienen más tiempo y dinero en sus manos para subvencionar esta afición, aunque también se ven expertos más jóvenes peinando las costas y adentrándose en las aguas. Según parece, los tesoros más preciados se encuentran ahí, entre el tobillo y el pecho. La culpa, por lo visto, de que haya proliferado tanto cazatesoros y de que los mayores tengan que aventurarse al agua es del oro. El precio del metal los ha zambullido.

A veces este interés da resultados, aunque se requiere mucha paciencia y tiempo, pues las latas de cerveza suelen ser los habitantes más comunes de la arena. En Florida, por ejemplo, estos peinadores han encontrado tesoros procedentes de naufragios y, en menor escala, los típicos crucifijos de oro tampoco son inusuales en las costas americanas. Por si acaso deciden hacer de este entretenimiento su segundo o tercer o quizás cuarto trabajo, una advertencia. Las exploraciones en los parques estatales están prohibidas, pero ¿quién dice que no puedan encontrar un tesoro?

Y a ustedes, ¿qué les parece? ¿En época de crisis se lanzarían al agua?

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