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lunes, 1 de mayo de 2023

Tierra en Nueva York.

El 22 de abril acabamos de celebrar el Día de la Tierra, y, para recordarla, nos vamos a las Adirondack, a unas cuatro horas de Manhattan y a dos de Montreal. Zona verde protegida en el estado de Nueva York, y que es bastante grandecita, tiene unos seis millones de acres, más de 24000 km², dimensiones cercanas a las del estado de Vermont. 

Cortesía ARS USDA

Para que nos hagamos idea de su tamaño. Para igualarlo, tendríamos que llamar al Oso Yogui para que nos trajera cinco parques: el Yellowstone, el Yosemite, el Glacier, el Gran Cañón y el Great Smoky. En caso de que alguien se pregunte si las Catskill, también en Nueva York, están en las Adirondack, la respuesta es no. 

¿Y qué podemos encontrar en las Adirondack? Obviamente la lista es larga. Pero, si nos quedamos con algo, es con su hoja caduca. El parquecito es uno de los parques caducifolios más grandes del mundo. 

Allanar el camino para convertir a las Adirondack en parque nacional no ha sido fácil. Sobre todo, porque la propiedad privada se da dentro del parque. Desde 1971, fecha en la que se creó la APA, agencia estatal para la defensa y protección de dicha zona, la resistencia de algunos propietarios, en especial aquellos que disfrutaban de su espléndido silencio en su segunda o tercera o novena casita de campo, se lo ha puesto difícil al gobierno. Seguramente los motores de los coches y las basuras de los excursionistas algo tendrían que ver. Otros visitantes de temporada, como los cazadores, tampoco hicieron ojitos a la protección gubernamental, pues, en los parques nacionales, les está prohibido cazar, Y no olvidemos a los constructores. A ellos creo que tampoco les convenció mucho la idea. 

Fue gracias a Nelson Rockefeller, sí, de los Rockefellers, gobernador de Nueva York, y a los esfuerzos de su hermano predilecto, el pequeño Laurance, cuando los visitantes conseguimos que las Adirondack fueran de gestión pública y pudiéramos ver y respirar, aunque fuera de lejos, la soledad de esas casitas de campo con garaje para meter la barca motora que también esputarían digo yo, su gasolina. 

Aquí dejo una ganga de unos seis millones de dólares junto al Lake Placid, lago Plácido,  

jueves, 22 de junio de 2017

¿Cuál es la dieta alpina?

Aunque los estadounidenses no son muy dados a ajustarse mucho el cinturón (belt), sí que les gusta este accesorio. No faltan el Corn Belt, el Rust Belt o el Bible Belt, lazo que sirve para atrapar distintas regiones en las que cierto elemento, ya sea el maíz, la industria o la biblia, abunda.

Hoy le toca el turno al Borscht Belt, (Cinturón Borsch). Aunque tiene raíces culinarias, y una bastante grande porque se refiere a la remolacha, Borscht es otra manera de decir "judío". Y es que fueron los emigrantes de la Europa del Este los que trajeron esta sopa fría hecha a base de remolacha y con ella, sus tradiciones.

Este Cinturón Borsch, también conocido como los Alpes Judíos, se ceñía alrededor de las montañas de Catskill (el Rip Van Winkle de nuestro querido embajador en España, Washington Irving, era de la región), en el estado de Nueva York. 

Hasta aquí se desplazaban los veranos de los años 20 a los 70, los bolsillos de judíos pudientes y no tanto, y con ellos, su troupe. Comediantes. Sobre todo comediantes. Y no me extraña que fueran los que más abundaran, porque el antisemitismo campante de los 40 y los 50 solo podía dar excelentes filósofos, comediantes o una mezcla de los dos. ¿Quizás una especie de Woody Allen?  No es extraño que estudiara filosofía. 

Mel Blanc, voz del insidioso conejo Bugs Bunny o del desafortunado Pato Lucas entre las mil que tenía, sí, he dicho mil, Jerry Lewis, Danny Kaye, Mel Brooks, Billy Crystal o Jerry Stiller, el papá de Ben Stiller, por citar solo a unos cuantos, la lista es larga, se ganaron la vida actuando en los clubs de la zona. 

Desgraciadamente, de los hoteles, los restaurantes o los clubs solo queda su esqueleto. El fuego, el descubrimiento de nuevas rutas turísticas y la dejadez fueron sus mayores enemigos. El último superviviente fue el Kutsher's Hotel and Country Club, que aún mantuvo sus puertas abiertas hasta el 2013. Aquel entretenimiento colectivo ahora ha sido remplazado con las veleidades de potentados urbanitas que han decidido levantar su sueño sobre los de otros. Normalmente suele coincidir con un estudio de yoga al que irse de retiro.

Una cosa está clara. Tanta creatividad y talento junto no se podrá oler en el estudio de yoga, por mucho que se estire uno para marcarse una natarajasana. No. No es lo mismo. Qué va a serlo.  

Aquí la muestra.