En el instituto donde trabajo un compañero mencionó que votaría por la demócrata Warren y por el republicano Baker. Reconozco que estos
haceres me descolocan un poco, pues tiendo a pensar que la gente vota ideales, no a los paisanos que los encumbran. Pero no, con cada elección se me presenta una nueva ocasión para corroborar que, en efecto,
la imagen, sobre todo en este país, es la que se lleva al votante de calle y no parece que esta
tradición esté en peligro de extinción.
No hay nada como un rostro que dé confianza, que se vea casi como si fuera el de un pariente cercano, quizás un tío, para la
tía todavía nos queda, una imagen imponente, poderosa, masculina, para asegurarse la confianza del electorado.
No es mi intención quitar el mérito a aquellos que, aun siendo bien parecidos, altos y/o imponentes, un Kennedy o un Washington, por ejemplo, no merecieran la talla de hombres de estado, pero digo yo que su presencia no sería una rémora. Me he paseado por la
Wiki y he tecleado altura de los presidentes y
voila. Con
su 1,63 Madison era el más bajo. Luego pegamos un salto al 1,68. Hay uno con 1,70 y de ahí para arriba, hasta llegar a Abraham Lincoln, Lyndon Johnson y sí, Donald Trump, que, con su 1,93, 1, 92 y 1, 91, forman un triunvirato.
Para llegar al poder, la imagen y la altura sí que ayudan. Y si no que se lo digan a uno de Massachusetts, a
Michael Dukakis, con casco y asomando la cabeza por el tanque, con su casi 1,73. Menuda birria. Comparado con el 1, 88 de H. W. Bush no hay color.