Dicen que Abraham Lincoln fue la mejor mano literaria que hubo entre los presidentes estadounidenses y algunos incluso se atreven a situarlo entre las plumas más destacadas del país. Su estilo, breve pero intenso, despunta en el famoso discurso que dio en Gettysburg, Pensilvania, en 1863, aún en medio de la guerra de Secesión. Al general Ulysses S. Grant, uno de los presidentes con peor fama entre los historiadores aunque últimamente los estudiosos le están tratando con más benevolencia, se le concede la segunda plaza literaria presidencial. Los entendidos alaban sus Memorias, y el incomparable Mark Twain, amigo íntimo de Grant, lo tenía por magnífico escritor. Gran admirador de Lincoln, Grant se decanta por una prosa enérgica, clara y directa, propia de general, despojada de adverbios y que gusta de una aparente simplicidad que la hace apetecible a los oídos.
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Ted Sorensen no fue presidente, pero son muchos los que opinan que los discursos del nebraskeño superan los que redactara Lincoln. Sorensen fue el alma gemela de John Kennedy. Elaboró, entre otros, el discurso inaugural del presidente, los discursos del estado de la Unión o el que Kennedy diera en la Universidad de Rice, en Texas, buscando apoyo para su programa lunar. El famosísimo Ich bin ein Berliner (Soy berlinés) también es de Sorensen, como lo son el discurso sobre la crisis de los misiles en Cuba, el de los Derechos Civiles, y el que Lyndon Johnson recitara por primera vez ante el Congreso.
Y qué es lo que hacía tan especial a Sorensen. Ni más ni menos que su habilidad para llevarse al huerto el espíritu americano con frases de hilo poético capaces de enardecer al personal y, al mismo tiempo, de mantenerse conciliador con el adversario, dígase los rusos. Y tanto fue así, que uno de sus discursos, Estrategia para la paz, pronunciado el 10 de junio de 1963 en la Universidad de Washington, convenció al mismísimo Nikita Khrushchev, el líder soviético, a que firmara un tratado en agosto de ese mismo año con Estados Unidos y el Reino Unido para finalmente prohibir las pruebas nucleares en atmósfera, espacio y bajo el agua.
Para los interesados en los trucos de Sorensen. Todo buen discurso debe ser claro, breve, ingrávido y caritativo. Es decir, que tenga clase y no se agarre a la yugular del contrincante para dejarlo moribundo en el suelo. Y que tenga sustancia, no solo palabrería.