lunes, 29 de agosto de 2016

¿Bailaban los políticos?

A ritmo de hip hop, rap, salsa y otros compases Lin Manuel Miranda ha metido en Broadway su musical Hamilton, y está pegando fuerte. Este fenómeno, que ya comenzó el año pasado, saldrá en septiembre de sus dominios, Nueva York, para compartir las vicisitudes del histórico personaje. Chicago ha sido la ciudad afortunada (aunque la representación se hará con una compañía local) hasta marzo del 2017, cuando el espectáculo, esta vez sí, con la compañía original, se llevará a San Francisco. Los que quieran ver el musical en el Viejo continente tendrán que esperar hasta octubre del año que viene a que desembarque en Londres.

La idea de fraguar un espectáculo alrededor de Alexander Hamilton, uno de los Padres fundadores de Estados Unidos, le llegó a Miranda años antes, mientras esperaba en un aeropuerto. En uno de esos quioscos que ofrecen libros y revistas dio con Alexander Hamilton, una biografía del mismo, escrita por Ron Chernow. Y el resto es historia. Porque es precisamente eso lo que Miranda intenta recuperar. Historia. Porque Hamilton, para empezar, no era de aquí, sino que nació en el Caribe, en la Isla Nieves. Era, efectivamente, un inmigrante. Para añadir a su condición de desarraigado, su padre abandonó a la familia, y su madre también dejó pronto a Hamilton al morir a los treinta y ocho, obligándolo a que se buscara la vida siendo aún niño.

A los once ya lo vemos trabajando de contable en una tienda de comestibles. Con ayuda monetaria de sus tías, Hamilton logró entrar en Kings College, la actual Universidad de Columbia en Nueva York. Unos años más tarde, en concreto 1776, se instala en el terreno militar como Capitán de la Compañía Provincial de la artillería de Nueva York, posición que, probablemente, le catapultara a convertirse en la mano derecha del general George Washington.

No se sabe si por su condición de inmigrante, por su baja extracción social de la que muchos de la luminarias del momento, Adams, Jefferson, Madison y su propio ejecutor, Aaron Burr, (Hamilton murió en un duelo), se burlaban, o, tal vez por desidia, que la importancia de Hamilton se ha desdeñado. Este hombre cuya genialidad rayaba con lo increíble, era un magnífico escritor, sus Papeles Federalistas dan buena fe de ello, pensador, economista, estadista, ducho en varias lenguas, en fin, un perfecto humanista, se las vio y deseó para hacer que su visión se tomara en cuenta. Y no era de extrañar con los pesos pesados con los que tuvo que vérselas, especialmente Jefferson, extraordinario estadista, terrateniente, propietario de esclavos, y defensor de limitar el poder central para otorgárselo a los gobiernos locales y estatales.

Para retratar la azarosa vida de Hamilton, Miranda se ha valido de un elenco de actores de color. Desde el propio Hamilton, pasando por su ejecutor, Burr, George Washington, Thomas Jefferson, Angelica Schuyler Church, cuñada de Hamilton, James Madison y el Marqués De La Fayette. Con esta subversión no cabe duda de que Miranda se ha propuesto no solo dar un bocinazo contra los horrores de la intransigencia, sino también dar alas, aunque solo sea de manera ficticia, a inmigrantes y minorías. Hamilton a todas luces es una obra de emergencia para los tiempos que corren. Por cierto que Dick Cheney, Obama y los Clinton ya han visto la obra. Y Trump, ¿tendrá pensado pasarse? Quizás su anuncio del miércoles lo dictamine.

Y a ustedes, ¿qué les parece que los Padres fundadores muevan el esqueleto? ¿Y que, con la elección de actores afroamericanos y latinos, se haya dado alas a las minorías? ¿Les parece que esta decisión es racista?

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