miércoles, 17 de agosto de 2016

Brfxxccxxmnpcccclllmmnprxvclmnckssqlbb11116 igual a Albin

Lo admito: tal vez me falte imaginación o quizás sea demasiado conservadora a la hora de elegir nombre para un bebé, pero, si tuviera que elegir uno, Lechuga, Vagina o Correos no serían parte de mi repertorio. Los motivos creo que son fáciles de imaginar.

La decisión del director general de los Registros y del Notariado de Fuenlabrada (Madrid) de aceptar Lobo como nombre para un recién nacido me ha hecho sonreír, primeramente, por cercanía, hace años que mi esposo cambió el nombre, y segundo, porque creo que han predominado la lógica y el buen tino.

En Estados Unidos la negativa a conceder a los padres la prerrogativa de llamar a sus hijos como gusten, es prácticamente inaudita. De hecho, en 2009, un matrimonio del estado de Nuevo Jersey, saltó a los periódicos gracias a una tarta de cumpleaños. Cuando a la petición de qué nombre le ponemos (a la tarta, claro), la respuesta fue un Adolf Hitler Campbell, los ojos del pastelero hicieron chiribitas.

De nada valieron los esfuerzos del panadero ni los de otros sorprendidos para despojar al infante del ofensivo apelativo y sacudirse el asco y estupor de encima. Siempre y cuando el nombre no fuera obsceno o contuviera numerales o símbolos no existía ilegalidad, determinaron las autoridades. Así que tanto el pequeño Adolf Hitler Campbell como sus hermanitas JoyceLynne Aryan Nation Campbell y Honszlynn Jeannie Campbell, que se sepa hasta la fecha, retuvieron su identidad.

Acogiéndose a la cláusula del "debido proceso" de la Quinta Enmienda por la que "el gobierno no puede iniciar acciones penales contra una persona por una conducta que afecta ciertos derechos fundamentales", siendo la libertad de expresión, uno de ellos, papá Campbell consiguió que su derecho prevaleciera. Es cierto que, un año más tarde, la familia perdió la custodia de los hijos por causas desconocidas.

Más cerca aún, el 2013, en el estado de Tennessee, Lu Ann Ballew desestimó la petición de que un bebé fuera llamado "Messiah" (Mesías) ordenando que el nombre se cambiara a Martin. La razón de la magistrada: solo había una persona que se hubiera ganado ese título. Jesucristo. La orden le costó el puesto.

En Estados Unidos, la libertad de llamar a la persona lo que los padres decidan no es nueva. Ya en los censos del siglo dieciocho y diecinueve se recogen nombres tales como King's Judgement, (Juicio del rey), Noble Fall (Noble caída) o Cholera Plague (Epidemia de cólera). La capacidad para dirimir lo que es adecuado y lo que no como siempre recae en cada estado. Pero lo que es común a todos ellos es su afán por no tropezar con el derecho fundamental de la libertad de expresión. Sus regulaciones normalmente son de corte tipográfico, decisión que me parece, está basada en razones económicas, ya que la actualización de un software adecuado supondría un enorme desembolso. Así, por ejemplo, en California, el umlaut y las tildes no están permitidos. En Texas los números romanos se permiten como sufijos, por ejemplo Pijo III sería correcto, no así Pijo 3, mientras que New Hampshire prohíbe todos los signos de puntuación con la excepción de apóstrofos y guiones. Vermont parece despuntar con su liberalidad aceptando marcas registradas, por ejemplo Apple, enfermedades como ántrax, y todo tipo de obscenidades, aunque desaconseja esta última opción.

En un país donde conviven tantas culturas y donde prima la exaltación de la individualidad, a veces, como se ve, a golpe de excentricidades, no es de extrañar que los padres quieran resaltar la personalidad y la unicidad de sus vástagos. Y los estados han recogido esta voluntad a la perfección, pues, al fin y al cabo, su voz, es la suya.

Pero, los hijos, ¿deben pagar por el narcisismo de los padres? ¿Están condenados a soportar las burlas? ¿Y el acoso escolar? Los americanos son fervientes seguidores de la creencia nietzscheana de que si no te mata, te hace más fuerte, perpetuando así este entrenamiento en las generaciones futuras. Y parece que las investigaciones no los desmienten. Por lo visto, solo en contadas ocasiones, cuando al nombre se le puede poner cara y, por tanto, personalidad, existen más posibilidades de que se vuelva contra el portador y contra su azote, la sociedad.

Con la nomenclatura, a mi entender, se da a las sociedades una oportunidad para demostrar su entereza, tolerancia y capacidad para aguantar las trastadas de los donantes, su inconsciencia e incluso su rabia, una rabia que, en caso de tapiarse, tal vez pudiera encontrar alojamiento en violencia. El caso americano puede parecer extremo, pero, quizás ese extremismo, ese a mí qué, es lo que ha favorecido que les siga el éxito. Quizás no vendría mal importar una dosis, sana y siempre bien entendida, claro está, de ese a mí qué, ¿no les parece?

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