lunes, 1 de agosto de 2016

La paciencia, ¿sirve de algo?


Gracias a Descifrando Enigma sabemos que Alan Turing, genio de la informática y de otras muchas disciplinas, fue condenado por su homosexualidad y que esa afrenta lo llevó al suicidio. De informática apenas sé nada. Lo que sí sé es que Grace Murray Hopper era, como diríamos vulgarmente, otra bestia parda en la materia.

A la contraalmirante Hopper, pertenecía a las Fuerzas Armadas, a veces se la llamaba Amazing Grace (Increíble Grace), probablemente en alusión al himno escrito por el poeta inglés John Newton en el siglo XVIII, aunque otro de sus apodos era La abuela del COBOL. A Grace también se la conoce, entre otras hazañas, por ser la creadora de lo que se denomina compilador, un programa informático que sirve para pasar de un lenguaje computacional a otro, por desarrollar la depuración de errores de software y también por ser experta en hackear. Por supuesto, cuando informó del descubrimiento de su compilador nadie la creyó y tuvo que esperar unos cuantos años a que su trabajo fuera reconocido.

Pero el saber, como siempre, cuesta, y el precio que puede llegar a pagarse por él a veces desborda, sobre todo, cuando de la persona se espera que cumpla con las funciones que se le han asignado, inutilizando así, una parte de su capacidad para maniobrar.

Eso mismo es lo que le sucedió a esta brillante mujer. A raíz del ataque a Pearl Harbor en 1941 decidió alistarse en la Marina. Pero el camino elegido no sería instantáneo, y, mucho menos, un camino de rosas. Tres veces se le denegó la entrada en la reserva naval porque se consideraba que su labor como profesora de matemáticas en la Universidad de Vassar en el estado de Nueva York podía serle de mayor utilidad a los Estados Unidos durante el conflicto bélico, enseñando a las nuevas hordas de mujeres matemáticas. (Hasta 1969 Vassar solo admitía a mujeres). Las otras dos razones por las que se le denegaba la entrada al cuerpo eran, su edad, se la consideraba demasiado vieja, tenía treinta y siete años, justo la misma edad a la que aprendió a programar, y que, aparentemente, estaba demasiado delgada. Como se ve, todas razones de peso.

Quiso enseñar en Harvard, pero no la contrataron. La constante resistencia del cuerpo burocrático, dominado, claro estaba, por hombres, parece que la hizo caer en manos del alcohol. Incluso estuvo presa en una cárcel de Filadelfia, acusada de desorden público y de conducir en estado de embriaguez. Pero la futura contraalmirante no se desalentó, sino que siguió adelante, escalando con tesón y mucha confianza en sí misma los nudos de la negativa. Desde luego, el efecto Dunning-Kruger, (ver post El limón en la cara), a ella le pasaba de largo. Dicen que Grace también tenía don de gentes y que era un hacha para los negocios. Un acorazado en paciencia, ¿no les parece?

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