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lunes, 20 de julio de 2020

Padre de la Revolución americana, deísta.

[Thomas Paine]
Uno de los pocos excesos que me estoy permitiendo bajo este extraño ciclón, son las visitas a la librería Barnes &Noble. Las baldas aún están a medio poblar. Estas calvas quizás se deban a cuestiones de limpieza (puede que los libros tengan que pasar por un proceso de cocción vírica) o tal vez porque se esté esperando la llegada de las novedades.

Una de esas novedades no tiene balda, sino que descansa en una de las numerosas mesitas que salpican los pasillos. Hay que bajar los ojos un poco para dar con ella pero el letrero que la anuncia como clásico nos orienta.

Se trata de Common Sense, Sentido común, obra de Thomas Paine. Hijo de cuáquero y de madre anglicana, Paine desembarcó en Filadelfia a los treinta y siete, con cartas de recomendación escritas por el mismísimo Benjamin Franklin.

Algunos nombres bastante relevantes de la historia estadounidense, el de Jefferson entre ellos, admitieron el gran servicio que Paine había prestado a la causa americana y a la humanidad. Y, sin embargo, Paine siempre tuvo más detractores que simpatizantes. Probablemente porque se atrevía a llamar al pan, pan y al vino, vino y quería que la honestidad de su mensaje llegara a todos por igual.

Paine era un devoto defensor de la verdad y la razón. Lo mismo levantaba la voz para defender los derechos de las mujeres, que se manifestaba en contra de la esclavitud o de los duelos. Alexander Hamilton, secretario del Tesoro, fue una de los muchas víctimas de esta práctica. Con la misma virulencia con la que se oponía a la monarquía (aunque en Francia contempló con horror que la desaparición de esta no traía la anhelada razón), criticaba los abusos del poder político.

Probablemente fuera su Edad de la razón, libro que comenzara a escribir en 1793 mientras estaba encarcelado en París, un análisis del mundo de la religión, el que le diera la puntilla. Paine tuvo la osadía de arremeter contra la Biblia tachándola de cruel, (Paine también reconocía que en su lectura se podía encontrar algo de valor), para reemplazarla con otra creencia, el culto a su propio dios, un Dios de la Naturaleza.

Por obra y gracia de las Iglesias y los poderes pertientes, (incluso el presidente Washington, mucho más hábil en el delicado arte de doblar lo que se piensa, temeroso de que su imagen pudiera ennegrecer la suya, le dio la espalda), Paine murió vituperado y en la ruina, aunque con plena conciencia de que la razón estaba por encima de la religión, pero por debajo de la Ley.   

jueves, 24 de enero de 2019

¿Quién puso la primera piedra para que desaparecieran las culturas nativas norteamericanas?

Two Native Americans, wearing feather headdresses, looking at photographic film
Me da la impresión de que, entre los presidentes estadounidenses, Jefferson siempre fue el que tuvo que luchar más para controlar sus instintos. Los que hayan leído mi reseña sobre el libro de Nancy Isenberg, Blancos pobres. Cuatrocientos años de historia nunca contada de las clases en América sabrán de lo que hablo. Jefferson abogaba por la eliminación de la esclavitud, aunque esa defensa se desmorona cuando nos enteremos de que, como pasa con los caballos, tenía criaderos de esclavos que luego vendía. Jefferson argumentaba que su intención era diluirlos hasta que se tornaran blancos.

Con los nativos americanos Jefferson tiene el mismo problema. No. Peor. Porque, aunque a los pueblos nativos americanos los considerara una noble raza, víctima de la historia, a varias de sus hijas las casó con hombres que decían ser descendientes de Pocahontas, fue bajo su mandato cuando se comienza con la expulsión o deportación o como quiera llamarse, de masas ingentes de estos pueblos. Confinados y condenados a la extinción al oeste del Misisipí. Aunque el empujón no paró ahí. Pero la tierra es la tierra. Seguramente Jefferson temiera que los nativos americanos se la vendieran a los británicos o a los franceses e hicieran peligrar así el sueño americano.

Pero estos actos no le impidieron a Jefferson albergar un interés romántico, otro Fenimore Cooper, por las primeras civilizaciones norteamericanas. En su celo por rescatar su herencia ante la inminente hecatombe que sabía se les venía encima, él mismo elaboró un glosario con voces indias que le costó reunir treinta años. Desgraciadamente, el arcón en el que iban los papeles le fue sustraído. Ofreció una recompensa a quien se lo trajera. El baúl apareció, pero solo se recuperaron unas pocas cuartillas en pésimo estado. Pero había que civilizarlos. Este era su plan. Lo primerito era dejarles algo de tierra, prácticamente se quedaron pelados obligados a venderla, para que pudieran dedicarse a las labores ganaderas. Leer y escribir, fundamental, como también lo era saber algo de números. La instrucción a mujeres en tareas domésticas, indispensable. En cuanto a los hombres, además de la ganadería, también se les formaría en otro tipo de trabajos. Pero nunca lo llevó a cabo. En su lugar, puso la primera losa para que se extinguieran.

¿Hipócrita o filántropo?