miércoles, 21 de diciembre de 2016

El Imperio contraTrumpa.


Pues empieza bien Trump, y eso que todavía no es presidente. Ha hecho que el Imperio acabe de romper aguas. El general de las Fuerzas Aéreas encargado del programa F-35 Joint Strike Fighter le ha dicho a Trump, con buenas palabras, faltaba más, que no cree que el programa "esté fuera de control".

El 12 de diciembre Trump colgó en su cuenta de Twitter lo contrario, añadiendo que "podrían ahorrarse millones de dólares en compras militares y (de otro tipo) después del 20 de enero", fecha de la toma de posesión del cargo.

La rabia contenida del mensaje del teniente general Chris Bogdan trasluce un que te crees tú eso, con un no sabes donde te estás metiendo aderezado con un toque final, clásico y marcial, de te felicito por tu audacia.    
“The new administration I believe is putting everyone on notice, not just industry but the department that it wants better value from its dollar. I applaud the new administration for doing that.” 
"Creo que la nueva administración nos está advirtiendo a todos, no solo a la industria sino al departamento de que quiere un mejor precio. Aplaudo a la nueva administración por hacer eso".  
Cada F-35 Joint Strike Fighter cuesta 100 millones de dólares y tanto las Fuerzas Aéreas como la Marina y el Cuerpo Especial de la Marina los utilizarán. El programa tiene una vigencia de 55 años (de momento ya ha consumido 15) y se espera que cueste 1.5 billones de dólares.

A nadie le gusta que le metan las manos en los bolsillos, pero el estamento militar de momento ha conseguido vadear muchos recortes. Quizás se deba a la sagacidad de las contratas y, también hay que decirlo, a un acorazado sistema burocrático.

Al alcanzar la jubilación, muchos militares no pueden resistir los placeres del mundo de los negocios, convirtiéndose en asalariados, ¿consultores, tal vez?, de las empresas que se llevan las contratas en el Departamento de Defensa, y que, por cierto, suelen ser siempre las mismas. Un mano a mano entre gigantes lo que bloquea la comparación de precios. Vaya, parece que la palabra monopolio aún no se ha extinguido del todo.

No es extraño que cuando se rescata a Eisenhower advirtiendo de los peligros del complejo industrial-militar, la urticaria reaparezca. Porque a nadie le gusta, aunque sea palabra de muerto, que le agiten la conciencia. Muchos ciudadanos están aferrados a la idea de que la industria armamentística es el motor de la economía estadounidense, y les resulta incomprensible aceptar que le escatimen los cuartos cuando se trata de defender al país.

"¿Cómo se puede permitir que los combatientes vayan en modelos desfasados, que, dicho de paso, todo el mundo tiene?" Humillante. Y una vergüenza. Porque han perdido operatividad y, de tanto usarlos, se deterioran, claro. Las voces de solidaridad se desatan. ''Si fuera mi hijo el que estuviera en ese cascajo, yo también pediría que modernizaran el parque aeronáutico". Su trabajo no tiene precio. El efecto eslabón desencadenado. Una voz tras otra. Nuestros soldados merecen respeto y toda la ayuda que pueda prestárseles es poca. No hay duda al respecto. Como tampoco la hay de que es indecoroso quitarle a la ciudadanía capital social, por no mencionar el destino que le espera a esta inversión.

 El ándeme yo caliente y el que venga detrás que se hinche a cáscaras de altramuces si es que puede tiene un fuerte arraigo en Estados Unidos. La supervivencia del más fuerte, del más valiente, del más osado, del más... emprendedor. La Belleza de la economía.

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