Como acabamos de pasar
Los Idus de Marzo y se
aproxima el aniversario del nacimiento de su autor, marchando una
visita a
Thornton Wilder, viejo conocido de esta casa. En
Los Idus de
Marzo, Wilder recrea al mimógrafo Décimo Laberio, (en su
novela le otorga el nombre ficticio de Pactino). El dramaturgo latino,
contemporáneo de Publilio Siro, no se ganó el afecto de Julio
César, ya que, con lengua afilada, criticaba su política
dictatorial. Así que, a los 64, el César lo condena a subirse al
escenario a que representara uno de sus propios mimos, despojándolo así de su título de caballero. Ya sabemos que, por aquel entonces, en un
46 antes de Cristo, los que tocaban las tablas eran un atajo de
despendolados y no merecían dignidades algunas.
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Cortesía loc.gov |
La obra, publicada en 1948, está inspirada en las cartas antimussolinianas que el poeta y también aviador romano, Lauro de Bosis, lanzaba desde su aeroplano. Su avión fue derribado mientras esparcía sus pasquines contra el Duce. A de Bosis está dedicada la obra. Por cierto que, en 1927, de Bosis escribió una tragedia clásica con un título bastante premonitorio: Ícaro.
Fue ese 46 antes de Cristo, cuando a Julio César se le ocurre ofrecer un premio al mejor autor de mimos que, obviamente, Décimo Laberio no ganó, al pronunciar un discurso con tintes criticones contra el emperador. Wilder sitúa esta convocatoria un año después, en el 45 a. C. El César de Wilder deja escrito en su diario que se ha visto forzado a suspender la representación porque esta carecía de mérito literario y que la cancelación no la hizo de buen grado, sino que la decisión lo mortificó.
Me molestó cerrar el teatro. La obra no tiene mucho mérito literario, pero hasta ahora nunca he coartado la libertad de expresión de los ciudadanos ni castigado ninguna opinión, por agresiva que haya sido. Además, me irrita pensar que muchos supondrán que he suprimido la obra porque muchos de sus dardos iban dirigidos contra mí.
Y termina con una añoranza helena.
¡Oh, si entre nosotros hubiera un Aristófanes! Podría poner en la picota a Clodia y a César, y luego hacer reír al público de su propia risa. ¡Oh, Aristófanes!
Mussolini, qué preferiría. ¿Las obras griegas o las latinas?