martes, 7 de mayo de 2024

¿Malvado abril?

    Si Shakespeare hubiera sabido que abril sería el mes que nos lo trajera y el que también nos lo llevare, tal vez no le hubiera dedicado tantas alabanzas al mes que más veces aparece en su producción literaria, “¡Oh! ¡Qué parecida es esta pasión naciente a la belleza insegura de un día de abril!” (Los dos hidalgos de Verona, acto I, escena 3, líneas 85-86) y lo hubiera abandonado a favor del vecino mayo.
    Siglos después, el poeta, dramaturgo y crítico literario estadounidense, T. S. Eliot, ya sobreaviso con la desaparición del Bardo en abril, nos hunde en la mente la malignidad del mes con el estilete del primer verso de su afamado poema, The Waste Land (La tierra baldía): "Abril es el mes más cruel". Del aparente verdor que todo lo inunda, brotan "lilas en tierra muerta, mezcla memoria y deseo". Al hombre que sobrevive el invierno no le pasa desapercibido que esa renovación anual de vida son solo puñados de tierra sobre féretro. De la mano primaveral logramos una escapatoria momentánea, humedecida con la savia, cada vez más reseca, de nuestra memoria y con la de aquellos que nos aprecian, hasta que la suya, también se extinga. 

    No cabe duda de que Eliot debía tenerla tomada con la primavera porque años más tarde, en su The Family Reunion (La reunión familiar), de 1939, el escritor nos vuelve a reiterar el espanto que le produce esta estación: Is the spring not an evil time, that excites us with lying voices? ¿No es la primavera una época malvada, que nos alienta con voces mentirosas?  

Desconozco si, Helen Vendler, la gran crítica literaria que nos dejó una concienzuda interpretación de la obra de estos gigantes de las letras, también compartía la aversión eliotana por el mes o si abril y todo lo que oliera a primavera era de su agrado. Lo que sí sabemos es que Vendler sabía a la perfección unos cuantos idiomas, especialmente el español, al que consideraba su segunda lengua. Su padre, profesor de secundaria, había pasado catorce años entre Cuba y Puerto Rico, y siempre se ocupó de hablar a las hijas en latín, español, francés e italiano. Era la suya una familia extremadamente católica y, aunque se leía mucho en casa, su madre también fue profesora, en su caso de primaria, solamente se permitían ciertas lecturas. 

    Vendler fue una estudiante brillantísima, con una especialidad en Química Orgánica y Matemáticas. Pero sus amores pronto cambiarían. Y es que, entre 1947 y 1950, compra en Boston, allí nació, la Little Anthology of Modern Poetry, Pequeña antología de poesía moderna, de Oscar Williams. En ella encuentra el poema de Eliot, su poema favorito de adolescencia porque era “rico, trágico, erudito, desesperanzado y musical”, “la creación poética más importante y deslumbrante del siglo XX escrita en inglés”. 

    Un noviembre bostoniano, no hacía mucho que había adquirido el libro, asistió a una conferencia del mismísimo artesano, lo que, sin duda, le impulsó a cambiar el rumbo académico que sus padres ya habían trazado para ella. Vendler no lo tuvo fácil, pues la hija se les rebeló. Los padres no veían con muy buenos ojos que se dedicara a la lectura y análisis de autores poco honrosos, con lo que, para evitarse su obstinación y una vergüenza temida, procedieron a ignorarla. 

Después de muchos años en Boston University y otras universidades estadounidenses, en 1981 Vendler finalmente consigue hacerse un hueco en el departamento de inglés de Harvard, enseñando lo que más le gustaba. Cómo adentrarse en la estética de un poema. Porque a ella poco le importaban los contextos históricos o las biografías de los autores. Esta preferencia sin duda alguna le vino de la labor crítica de I.A. Richards, una de las figuras fundamentales del New Criticism, Nueva crítica, y que trabajaba el texto efectuando lo que se denomina un close reading o lectura interior. La lectura era tan minuciosa, que el profesor podía pasarse toda una clase analizando una palabra, estableciendo asociaciones que le permitían saltar de poeta a poeta. 

    Vendler estaba dotada de un gran poder analítico, recordemos que estudió Química Orgánica y Matemáticas, lo que le posibilitaba, como si de una molécula se tratara, contemplar en su mente múltiples rotaciones del poema y, por tanto, un mejor acercamiento a su estructura. Sus estudios siempre terminaban con el poema horadado en su centro, abierto con un pozo por el que Vendler le descolgaba su personalísimo candil, dispuesta a verle las entrañas poéticas y, de paso, a dar con el proceso creativo del autor.

La esplendorosa crueldad de abril también fue de Vendler. Un 30 de abril de 1933 nació, (sí, también un 30 de abril nos quitó a Paul Auster), y nos despidió, desde la puerta abrileña, con un tanto de justicia poética, ni más ni menos que el pasado 23, a compartir con los grandes.  

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