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jueves, 24 de octubre de 2024

¿Quién es Augerino?

A ver si hoy, cumple de las Naciones Unidas, nos echamos un poquito de paz. Y un granito de arena con una de criaturas mitológicas. Nos acercamos a la bestia Augerino. ¿Y quién es Augerino? Bichito mitológico que vive en las zonas más secas de Colorado. Al Augerino le va la vida subterránea y cava agujeros para hacer que el agua mane y no perecer así deshidratado. 

Los que lo han visto juran que tiene forma de gigantesco sacacorchos y que construye sus madrigueras con una capita de sílice que hace su hogar indestructible. El nombre de Augerino procede de auger, en español barrena, ese instrumento con rosca en espiral y que sirve para taladrar. 

En 1938 Ronald Lorenz Ives, escritor, geógrafo, geólogo, explorador, folclorista y más, no confundir con los tres Ives que hace tiempo visitamos, escribió un relato sobre la criatura titulado The Augerino Oil Company y que salió en la revista Coronet de Chicago. A ver si me hago con él antes del Halloween.    

lunes, 16 de agosto de 2021

Nanci Griffith, elegancia y evocación.

El cardenal Burke tiene la Covid-19. Está con respirador. Hoy pudiéramos hablar de aquellos que se niegan a creer en la efectividad de la Ciencia y a arruinar su credibilidad, y de paso, la vida de otros, apoyando en algunos medios teorías conspiratorias. La elegida del cardenal: las vacunas llevan un microchip que nos colocan bajo la piel, con el que, el Gran Estado, controla nuestros movimientos. 

Muchas veces me he preguntado cómo es posible que personas de la inteligencia del cardenal puedan creerse estas barbaridades, aunque otras veces me da por pensar que nada de creérselas, sino que lo hacen alentados por el ora et labora. Me explico. Hay que seguir agitando esa jaula repleta de serpientes para que su labor no decaiga.

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Pero no es del cardenal ni de los negacionistas de quien quiero hablar, sino de una grande de la música que, desconozco si estaría vacunada, nos dejó hace unos días. Nanci Griffith. A esta hija de Texas, tierra que ha dado grandes de la música, Phil Ochs o B.W. Stevenson entre ellos, se la reconocía por sus contribuciones en la música folk y country. Fuera de las fronteras estadounidenses, Griffith quizás fuera más conocida en Irlanda. Su voz, amplia y cristalina, y su habilidad para contar historias hacían una delicia escucharla. Aquí la dejo con Love at the Five and Dime. Mi traducción: Amor en la tienda de la esquina, sin duda, un canto a la elegancia y a la evocación. 

martes, 2 de junio de 2020

¿Quién es el Tío Remus?

Hace unos días escuchaba una de mis canciones favoritas de Frank Zappa, Uncle Remus. El video incluido es un homenaje musical que Dweezil Zappa hizo a su padre. El sensacional George Duke, voz y teclado.

Uncle Remus, aunque nombre ficticio, se piensa que está basado en un personaje de carne y hueso, Uncle George Terrell, un esclavo de la plantación de Joseph Addison Turner. Turner, también propietario del periódico The Countryman, (El Paisano), puso de aprendiz en su imprenta al joven Joel Chandler Harris, a cambio de comida, techo y ropa. El jovencito, siempre con la espina clavada de ser hijo ilegítimo, pronto se hizo amigo de los más desfavorecidos, los esclavos que trabajaban las tierras de Turner. En los escasos momentos de ocio que unos y otros pudieran tener, no es difícil imaginarse al muchacho pidiéndoles con admiración que le contaran historias de sus ancestros.

Cuatro años estuvo con el propietario, hasta 1866. Después pasó a formar parte de otro periódico, también en Atlanta. El Atlanta Constitution, pero sus oídos nunca olvidaron las narraciones del Tío George Terrel, ni las del Viejo Harbert o las de la Tía Crissy. Así, en 1880, sale su primera colección con la saga del Tío Remus, un narrador afroamericano que contará las aventuras de distintos animales. Hermano Conejo, hermano Zorro, hermano Lobo o hermana Tortuga visitan con asiduidad sus páginas.

Harris, consciente de que se estaba adentrando en terrenos farragosos al intentar capturar, entre otras cosas, el dialecto de estos esclavos, dijo que su labor recopilatoria era una especie de homenaje a la tradición afroamericana, a la que, sin duda, veía amenazada. La polaridad se extendió como la pólvora. Las escritoras Alice Walker, Toni Morrison y el criticón de Mencken, que lo eleva a la categoría de poco más que amanuense, se encuentran entre los detractores.


Del otro bando, figuras como Mark Twain, y si es palabra de Mark Twain parece difícil refutarla, llegaron a considerarlo "el único maestro que este país ha dado" en lo que se refiere a la captura del dialecto afroamericano. Rudyard Kipling escribió a Harris para hacerle saber que los estudiantes ingleses devoraban sus historias en las aulas. Y James Joyce, aunque no le mandó niguna carta, en Finnegans Wake le hace un guiño con su "Romunculus Remus".

Independientemente del efecto Harris, hay que agradecerle esa labor recopilataria, aunque solo sea para disfrutar del Uncle Remus de Zappa y Duke. Aquí, una tesis doctoral en español sobre lo fabuloso de Harris.

lunes, 20 de abril de 2020

En tiempos de pandemia necesitamos...

Un héroe. Y el que traigo hoy no tiene nada que envidiarle ni a Iron Man, ni al Increíble Hulk. Nuestro hombre se llama Joe Magarac, y es el salvador de los trabajadores de las minas de acero. Era tan fuerte y su capacidad de resistencia tal, se dice que nació en una montaña de mineral de hierro, que podía hacer el trabajo de 29 hombres al mismo tiempo, (al día se hacía unas 2000 toneladas de acero él solito), cortaba las planchas de metal con los dientes, podía parar un tren con un brazo y, en el trabajo, nunca se tomaba un respiro para comerse un sándwich y bañarlo con una cerveza. Seguro que los dueños de las acerías no pondrían reparos a esta devoción por el trabajo. 

Magarac era tan fuerte que una vez evitó que una mole de acero de crisol que pesaba cincuenta toneladas aplastara a sus compañeros de fundición, librándolos así de una muerte segura. Medía unos siete pies de altura. Su cuerpo estaba hecho de acero, aunque eso no le impedía llevar una vida normal. Vivía de pensión en casa de la señora Horkey, el jornal no le daba para más, y estaba enamorado. A la chica, la más bella del lugar, la ganó en un concurso de levantar peso, pero desgraciadamente la jovencita, Mary Mestrovich, así se llamaba, no le correspondía, y él dejó que se uniera a Pete Pussick, su verdadero amor. 

No se sabe a ciencia cierta de dónde era Magarac. Algunos dicen que era húngaro, otros, serbio, los hay que dicen que era croata y otros de Bohemia. Su apellido es burro en croata, pero, lo que queda fuera de duda, es que era inmigrante. Su nombre se deja caer por primera vez en 1931, cuando Owen Francis escribe un artículo que se publica en la revista Scribner. Francis dijo haber obtenido la historia de boca de los inmigrantes croatas que trabajaban en la fábricas de acero de Pittsburgh. 

Statue of Civilization, in front of Capitol, Washington, D.C.

Años más tarde, en 1948, Irwin Shapiro le carga a Joe en una novela infantil con otra heroicidad: la de sobrevivir a la discriminación. En la novela, titulada Joe Magarac and His USA Citizen Papers, Joe Magarac y sus papeles para la ciudadanía estadounidense, Joe consigue recaudar los 1000 dólares que le cuesta hacerse ciudadano. Cantidad nada desdeñable si tenemos en cuenta que, en 2014-15, creo recorder que pagué una cantidad similar. Con la administración Trump, las cuotas han subido. 

Por desgracia, Joe da con dos senadores de turno que le instan a que se vuelva a su país. Esos senadores desconocen el horror en el que han caído. En su cólera, Joe arrasa con lo que se le pone por delante: vías del tren que había ayudado a levantar, edificios... La rabia de Magarac termina encaramada en el Capitolio, en Washington, D.C. Al final, sin chica y sin papeles, Joe decide derretirse y hacer un último sacrificio, ofreciéndose en forma de barra de acero para que de él salga un edificio.

Que la fuerza de Joe quede con nosotros.