martes, 9 de agosto de 2016

¿Quién hay detrás de la velocidad?

Hace unos días Verizon adquirió Yahoo. El año pasado también compró AOL. Verizon es el mayor operador de telefonía móvil en Estados Unidos con aproximadamente unos ochenta millones de usuarios, siendo AT&T Mobility y Comcast, sus competidores más cercanos. Yahoo, por su parte, es el portal de Internet más antiguo aunque no más usado, pues, como bien sabemos, ese título lo ostenta Google.

Con la compra Verizon ha adquirido algo valiosísimo: datos. Esos maravillosos seres que proporcionan a las empresas información sobre los hábitos de consumo de la población. Pero, lógicamante, la entrada a este club de élite resulta muy costosa. Justamente 4.8 billones de dólares es lo que ha pagado Verizon, o mejor dicho, los clientes de dicha empresa, por saber cuáles son los hábitos consumistas de sus conciudadanos.

Verizon, al ser la compañía más demandada, mantiene prácticamente un monopolio que favorece que sus precios sean elevados. No soy cliente de Verizon, y no es que no haya intentado abducirme para su causa. Que recuerde, la compañía nos habrá mandado al menos a cuatro encuestadores, por no mencionar el bombardeo postal semanal que publicita su plan Fios, un paquete que ofrece Internet y televisión. Los precios varían dependiendo de la velocidad que quiera adquirirse. Lo que sí es cierto es que estos precios, en oferta el primer año de suscripción, por cierto, nada asequibles, recaerán en los clientes, al menos hasta que se salde la deuda. Aunque, una vez que están, ¿por qué no dejarlos? Al fin y al cabo la competencia apenas existe y los usuarios demandan, quieren la dichosa velocidad. Ella es, sin duda, la nueva reina de la pista. Y, por lo que parece, todos quieren sacarla a bailar. Pero, la muy ladina, como sabe que la buscan, rechaza al que no le pueda costear sus preciosas exigencias. A los que tienen menos, claro está, ni los mira. A tirar de cable que ella es de fibra óptica y muy sensible, pero, sobre todo, corre que se las pela.

Yo soy de las que se apañan con cable y contenta de la vida. Apenas noto estas diferencias con las que los grandes monstruos intentan aturdirnos. La única diferencia está en el bolsillo. Y agradecida.

lunes, 8 de agosto de 2016

Caerse de feo

Grant Wood. Autorretrato
Con American Gothic (1930) (Gótico americano) de Grant Wood me pasa algo parecido que con los Hummer. No soy capaz de decidir si son bonitos o no.

Este cuadro tiene su residencia permanente en el Art Institute de Chicago y está considerado como una obra maestra de la pintura estadounidense. El autor desgraciadamente tuvo una vida abreviada. Nacido en 1891 en Iowa, pasó varios años en Francia, Italia y Alemania, estudiando, entre otros, a Brueghel el Viejo, Jan van Eyck y Hans Memling, clásicos flamígeros del siglo XV y XVI, o a los italianos Giotto y Piero della Francesca, o a los impresionistas y postimpresionistas franceses, como Cézanne o Seurat.

Tras una pobre acogida de su obra en París en 1926, Wood decidió poner punto y final a su aventura europea, y, aunque en 1928 regresaría a Alemania para ayudar en la elaboración de unas vidrieras en el estudio Emil Frei, su época bohemia ya había quedado casi en el olvido. Fue precisamente, al regresar de Alemania, cuando, una imagen, el bordado en el mandil de su madre, le hizo darse cuenta. Se había pasado la mitad de su vida buscando la respuesta en el extranjero cuando la tenía en Iowa.

A ese gusto por lo mundano en el Medio Oeste rural, alimentado bajo la terrible escasez de la Gran Depresión, y por la apreciación del día a día de sus gentes, ha venido a llamarse American Regionalism, regionalismo americano, un movimiento en el que también participaron otros autores. Thomas Hart Benton (1889-1975) y John Stewart Curry (1897-1946) son los otros dos grandes en esta tríada.

Dos personajes, una mujer de treinta y dos años y un hombre que prácticamente le dobla la edad, son los protagonistas de American Gothic. Ella es rubia y cuellilarga. Está firme y seria, casi que se la nota incómoda. Lleva un camafeo, pertenece a su madre, Grant se lo regaló a Hattie, así se llama la madre. Nan, la hermana, también lleva el mandil de la madre. Grant quería que su madre fuera la modelo, pero dado que la madre tendría que pasar muchas horas de pie, decidió que era mejor que posara su hermana. El hombre tampoco sonríe y tal vez parezca aún más serio que la mujer. En la mano derecha sostiene una horca con tres dientes de hierro. Lleva gafas, y un mono descolorido que cubre con una chaqueta negra abierta. Aunque se conocen, no se miran. Quizás estuvieran pendientes de las instrucciones del artista u ocupados enjuiciándolo o intentando abstraerse de lo absurdo de la situación. El caballero en cuestión es el dentista del pintor, un hombre del que siempre admiró la fuerza de sus manos. De fondo, una casa de labranza de finales de siglo XIX, perteneciente al estilo de lo que se conoce por Carpenter Gothic (gótico del carpintero), con una ventana ojival, de ahí que la obra se haya titulado gótico, tapada con una cortina adquirida en los almacenes Sears, una especie de Corte Inglés.

El hecho de que las cortinas oculten la presencia de lo que está sucediendo en el interior de la casa hace al cuadro desasosegante. La verticalidad de las lineas, pronunciada a través de la horca, la rigidez de los personajes, la tirantez de sus cuellos, el arco apuntado, la pesadez de las ropas, todo, contribuyen a dar una grave solemnidad a la escena, una escena que para repelernos aún más, el autor ha decidido resaltar con la falta de volumen. Las figuras son planas, y es con el color, con lo que Wood nos trae las gradaciones. Es como si un Hummer les hubiera pasado por encima, convirtiéndolos más en personajes de cómic que en seres de carne y hueso.

Pero con todo y con eso Wood quedó tercero en el concurso convocado por la misma institución en la que el cuadro vive perennemente. El Instituto de Arte de Chicago. Aunque, por supuesto, siempre surgen detractores. Parece ser que una mujer encontró su cuadro de muy mal gusto, grotesco y una mofa del mundo rural del Medio Oeste, amenazándolo con morderle una oreja. También existían los puristas, los que aducían que una horca de tres dientes era, simplemente, inadmisible. Cuatro, cuatro era la proporción correcta. Otra crítica a la que el autor tuvo que hacer frente fue a la elección de los modelos. Decidió que la pareja retratada sería un matrimonio. Pero cambió de idea, haciendo que, de marido y mujer, pasaran a ser padre e hija. La disparidad generacional a muchos les había parecido una aberración, de ahí que se viera forzado a cambiar su interpretación, aunque también hay que decir que, en parte, cedió a las presiones de Nan, a la que tampoco le hacía mucha gracia que esta identificación, la de ser esposa de un hombre tan mayor, quedara para la posteridad.

No cabe duda de que Wood, además de crear otras piezas que me chirrían, estoy pensando en la que se conoce como Daughters of the Revolution, (Hijas de la Revolución), tenía talento. Solo hay que fijarse en Vegetable Garden de 1924, The Spotted Man, también de 1924, Death on the Ridge Road de 1935 o Sultry Night de 1937 para atestiguarlo. Esta última, una de mis favoritas, le costó muchos quebraderos de cabeza. En ella aparece un hombre de frente y desnudo, echándose por encima el agua de un cubo. Ni que decir tiene que fue prohibida por considerársela pornográfica. Esto condenó al artista a una etapa de secano. Las desgracias no vienen solas, y esta vez se manifestaron en forma de investigación llevada a cabo por la revista Time, la cual tenía, parece ser, un enorme interés por desvelar los asuntos privados del autor, en concreto su homosexualidad. Con la esperanza de que pudiera dar esquinazo a la opinión pública, se casó con una cantante de ópera para divorciarse años después. Hastiado, ese acoso tal vez lo volvió olvidadizo, dejó declaraciones de Hacienda sin hacer, con la consiguiente persecución del Fisco. Y la guinda, claro estaba. La Universidad de Iowa, sabedora del dato y dudosa de la longevidad del regionalismo americano, le invitó a que dejara su plaza de profesor.

Entonces, una vez reconocido que a Wood le sobraba talento, ¿por qué muchas veces decidía presentarnos personajes y escenas tan planas, tan, admitámoslo, aburridas? Su decisión no deja dudas: Wood, perfecto conocedor de la tierra y de las gentes de Iowa, consideraba la solemnidad del espíritu del Medio Oeste, del American Gothic, aburrida. El dentista, aburrido. Y su hermana, sintiéndolo mucho, también. Su interés no era criticar lo que veía, sino exponerlo con el mayor grado de objetividad posible. Tan estilizada, depurada y transparente dejaba la evidencia, casi que lo convertía en un caso de hiperrealismo, que, de natural, más bien parecía que se mofaba.

Y para la parodia de verdad también reservaba el mismo efecto. No hace falta más que una visita a las Daughters of the Revolution para constatarlo. Solo cuando a Wood realmente le interesaba lo que veía, cuando sentía respeto y dignidad por el objeto o apreciación por el sujeto, lo envolvía con la maravillosa paleta de sus colores o lo abombaba con la sinuosidad de sus imponentes curvas.

Si Nan hubiera sabido que su hermano la consideraba un muermo, lo mismo le hubiera dicho que se pusiera en remojo y que se buscara a otra modelo. ¿No les parece?

viernes, 5 de agosto de 2016

Kit de inglés 2: ¿Surfista o atareado?

Hoy es viernes, así que toca lección de inglés.

La expresión que os traigo, estoy segura de que todos, o la inmensa mayoría, la conocéis. Se trata de You're welcome. Esta frase literalmente significa "Eres bienvenido" y se utiliza como respuesta a Thank you (gracias). La mejor traducción, por tanto, sería "De nada". La pronunciación de You' re welcome sería algo así como iúar uélcom.

Como en español, en inglés también existen muchas formas para responder. You're welcome es una de ellas. Las expresiones varían según el contexto. Por ejemplo, no es lo mismo hablar con el jefe que con un amigo. Tampoco es lo mismo que tu amigo sea californiano que de Nueva York. O que la brecha generacional entre los participantes sea notable.

Es cierto que, entre los jóvenes, también se utiliza la expresión You're welcome, pero parece que está teñida de un barniz de sarcasmo. La usan con carácter reprobatorio e indica que el comportamiento de la persona con la que se comunicaban es censurable. En su lugar prefieren expresiones como No problem (literalmente "No hay problema") o No worries que podríamos traducir por "No hay preocupaciones". No problem equivaldría a nuestro "Sin problema", mientras que la segunda me recuerda más a nuestro "tranquilo". La pronunciación de No problem es muy parecida a la del español, solo tenemos que quitarle la -a final a problema y listos. Nóu próblem. No worries es un poco más complicada. Es algo así como Nóu güéris. 

Parece ser que también existen preferencias en el uso de estas dos expresiones. Los de la zona este se inclinan más por el No problem, mientras que los de la costa pacífica prefieren el No worries. Por lo visto No worries recaló en California desde Australia, y lo hizo en la cresta de una ola, ya que es a los surfistas a quienes se les atribuye la incorporación de dicha expresión en el corpus estadounidense.

Y, si se mira bien, estas preferencias no parecen extrañas, ya que reflejan el temperamento de los usuarios. A los de la zona del Pacífico, a los californianos en particular, se tiende a asociarlos con un aire de despreocupación que, seguramente a los neoyorquinos les parezca inconcebible, siempre envueltos en su constante ajetreo.  

Aquí concluye nuestra lección del día. Y no olvidéis que, a menos que queráis que os despidan, al jefe nunca le responderéis con un No problem o No worries.

Y vosotros, ¿sois de los surfistas o de los atareados? 

jueves, 4 de agosto de 2016

Para mi cumpleaños quiero...

Hoy, por ser el cumpleaños del presidente Obama, me gustaría comenzar con una cita suya que, me parece, es un canto a la prudencia y al buen juicio.
America has changed over the years. But these values my grandparents taught me -- they haven't gone anywhere. They're as strong as ever; still cherished by people of every party, every race, every faith. They live on in each of us. What makes us American, what makes us patriots, is what's in here. That's what matters. And that's why we can take the food and music and holidays and styles of other countries, and blend it into something uniquely our own. That's why we can attract strivers and entrepreneurs from around the globe to build new factories and create new industries here. That's why our military can look the way it does -- every shade of humanity, forged into common service. That's why anyone who threatens our values, whether fascists or communists or jihadists or homegrown demagogues, will always fail in the end.
Esta es mi traducción. 
América ha cambiado con el paso del tiempo. Pero estos valores que mis padres me enseñaron no se han perdido. Siguen más fuertes que nunca, aún apreciados por las gentes de todos los partidos, de todas las razas, de todas las creencias. Viven en cada uno de nosotros. Lo que nos hace americanos, lo que nos hace patriotas, es lo que está aquí. Eso es lo que importa. Y es por eso que podemos hacer nuestra la cocina, la música y las fiestas y estilos de otros países, y fundirlos en algo que nos hace únicos. Es por eso que podemos atraer tanto a los que están intentando abrirse paso como a los emprendedores de todo el mundo para levantar fábricas y crear nuevas industrias aquí. Es por eso que a nuestra defensa se la vea como se la ve. Cada tinte de humanidad, al servicio de la comunidad. Es por eso que cualquiera que amenace nuestros valores, ya sean fascistas o comunistas o jihadistas o demagogos hechos aquí, al final, siempre fracasarán.
Seguramente, de estar vivo, Paul Robeson hubiera apreciado las palabras del presidente. Este hombre, nacido en Princeton, Nueva Jersey, en 1898, es, lo que podríamos llamar, la encarnación del humanista. Intelectual, estudió abogacía, hablaba, según la biografía de su hijo, veinte idiomas, también era un atleta extraordinario, magnífico cantante, buen actor y excelente orador. Y digo que, seguramente, porque Robeson es otro de esos americanos a los que, injustamente se les ha perseguido, porque, sino lo han adivinado ya, Paul Robeson era afroamericano y, además con coletilla. La fatídica palabra, la innombrable. La gran C, no me refiero al cáncer, aunque la estela de la que hablo también, a estas alturas, se sigue viendo como una enfermedad. Lo han adivinado: comunista.


Por sus simpatías, aunque nunca fue militante del partido comunista, hacia lo que él veía como la defensa de la dignidad y la justicia encarnada en Rusia y la causa republicana, incluso fue a España a dar moral a los combatientes con sus insuperables versiones de Ol' Man River, fue estigmatizado y perseguido, hasta el punto de que, probablemente, el estrés producido por esta situación, fuera el desencadenante de sus problemas de salud.

Por sus estrambóticas exigencias, pedía que se tomaran medidas para acabar con el linchamiento de la población de color, el por aquel entonces presidente Truman no solo lo despidió con gaitas destempladas, sino que además, activó el resorte para que, años más tarde, fuera sometido a la famosa «caza de brujas». Con la retirada del pasaporte, e incapaz de encontrar trabajo en su propio país dada su condición de enemigo, se le condenó a un estado de pobreza del que comenzó a salir con el fin del macartismo.

Happy Birthday, Mr. President.

miércoles, 3 de agosto de 2016

¿Cuesta ser pobre?

Recuerdo un sketch de Louis C.K. en el que, en clave de humor, repasaba lo que es ser pobre.


Ahí contaba que tenía una cuenta bancaria con veinte dólares, era todo su capital, y que, pasado un tiempo, la cuenta, en lugar de devengarle intereses, pasó a tener "menos diez dólares y ahora no es que no tuviera dinero, sino que le quedaba menos que nada", con lo cual no tenía más remedio que buscar diez dólares si quería saldar la deuda contraída y volver al estado de bancarrota primigenio.

Esta circunstancia no es única al ámbito bancario. Su onda expansiva también repercute en las demás áreas del día a día, y, por supuesto, se ceba con los que menos recursos económicos tienen. En inglés existe una palabra para designar esta situación: ghetto tax. Literalmente "el impuesto del gueto". No se trata realmente de un impuesto, aunque las limitaciones a las que están sometidas las personas que las sufren, lo convierten en uno. En sociología hay un fenómeno ligado al ghetto tax que se conoce como "el efecto Mateo" o "ventaja acumulada". Básicamente resume el concepto de que, al que más tiene, más se le da, mientras que al pobre, se le quita.

Este impuesto imaginario tiene una estrecha relación con la falta o presencia de coche. Su posesión garantiza una acción libertadora que permite al consumidor salir en busca de los mejores precios, en lugar de subyugarlo al monopolio de la zona en la que está confinado. Sin coche, el ciudadano está castigado a comprar el pan, la leche, los huevos a unos precios exorbitantes, lo cual le resta recursos para hacer frente a otras necesidades que, igualmente, están por las nubes, haciendo prácticamente imposible que pueda salir de este círculo vicioso.

La vivienda es otra de esas necesidades donde encontramos el ghetto tax. Sobra decir que los inquilinos de los inmuebles no pueden tener un piso o una casa en propiedad con lo que viven de alquiler. Puesto que, como su movilidad está restringida pues carecen de coche y están condenados a vivir en el radio de acción que les permitan sus pies, el transporte público normalmente es abominable en estas áreas, no tienen más remedio que resignarse y agarrarse a lo que puedan. Y los caseros lo saben. Por que no hay competencia pueden poner los precios que consideren oportunos. "El cielo es el límite", dicen los americanos.

Estos caseros son traficantes de desesperación. Es una de las cosas que he descubierto con la lectura de Evicted:Poverty and Profit in the American City (Desahuciado: pobreza y beneficios en la ciudad americana), el último libro de Matthew Desmond. El autor es un profesor de Sociología en Harvard, jovencísimo, no creo que llegue a los cuarenta, ganador de la prestigiosa beca de la MacArthur Foundation.

Con ojo de etnógrafo, el tercero en discordia que trata de pasar desapercibido, aunque a veces, según él, no lo consiguiera, Desmond desmiga el día a día de distintos personajes, casi todos inquilinos, en su mayoría mujeres de color, dolorosamente jóvenes algunas de ellas, cargadas de hijos y de la responsabilidad de la supervivencia. Otra cosa que he aprendido con la lectura de esta obra es que los caseros se especializan en distintos grupos. Así, tenemos a los tres grandes: los inmigrantes, casi todos hispanos, los afroamericanos y los blancos sin recursos. Normalmente estas clases no se tocan y viven separadas unas de otras.

Desmond sabe mucho de desahucios, porque sus padres también perdieron la casa en la que se crio. Huelga decir que muchas emociones lo inundaron, entre otras la rabia, la impotencia y la vergüenza. Quizás es por eso, que se decidió a estudiar sociología y a pasar el 2008 y el 2009 en un camping con casas rodantes, casas que se pueden desplazar siempre y cuando se tengan los medios para alquilar la pieza que hace las veces de grúa y costearse la gasolina de tan terrible peso, siempre bajo el supuesto de que, en primer lugar, se tenga un coche con la fuerza necesaria para el arrastre.

Allí, Desmond descubrió a Scott, un enfermero caído en desgracia por su homosexualidad y adicción a las drogas o a Tobin y Lenny, o a los gerentes encargados de la vigilancia y el mantenimiento del camping de Milwaukee en Wisconsin, también con problemas de drogadicción. A través de ellos, Desmond contactó con Sherrena, la propietaria de múltiples apartamentos que dejó de ser profesora de escuela para dedicarse al lucrativo negocio del alquiler de casas y apartamentos, y con su esposo, el encargado de manejar las finanzas. También con Arleen y sus hijos o con Crystal. Por razones de privacidad el autor ocultó la identidad de los participantes bajo nombres ficticios. Incluso él, en su esfuerzo por pasar desapercibido, evita el uso de la primera persona.

Dicen que la neutralidad es imposible, pero Desmond se las apaña bastante bien. Sí, Sherrena, la casera, es una oportunista, pero también lleva comida a sus inquilinos. Sí, Scott robaba medicamentos de los pacientes para mantener su adicción, pero a él también le quitan sus pertenencias en el camping. Nadie escapa a su ojo de etnógrafo. Todo para gritar que esta situación, además de ser inmoral, es innecesaria.

El ghetto tax está vivito y coleando, ¿no les parece?

martes, 2 de agosto de 2016

Cómo lo quiere, ¿mucho o poco natural?

El comentario de Trump a raíz de la Convención Democrática Nacional del pasado jueves le está haciendo sudar a Pence. Aprovechando la intervención del matrimonio Khan, Trump despachó otra pedrada al islamismo. Pero esta era infinitamente más difícil de justificar, porque, el hijo de los Khan, un héroe de guerra, dio su vida por Estados Unidos. 

No es la primera vez que Pence tiene que hacer de tripas corazón y sacar del atolladero al candidato. Días antes tuvo que lidiar con la invitación que Trump le hizo a Rusia para que escarbara en los correos electrónicos de su opositora.

«¿Es que no puedo responder?», se defendió Trump con el candor que le caracteriza.

Faltaba más. La cuestión es lo que se dice y cómo se dice. Y, a todas luces, esta respuesta parece más propia de un niño de tercero, acusando a su compañera de clase de haberle quitado el bollicao, que la de un candidato a la Casa Blanca. Recuerdo que Reagan también tenía ese mismo encanto y dejó a Estados Unidos pasándolas canutas, aunque me parece que, seguramente por influencia del cine, Reagan sabía muy bien cómo controlar sus impulsos frente a las cámaras.

Los que lo defienden argumentan que ya es hora de que haya salido un candidato con arrestos suficientes para decir "verdades como puños", un candidato al que no le importe desafiar lo "políticamente correcto", alguien con valor, alguien que se atreva a decir lo que nadie se atreve a decir; en una palabra, alguien que sea capaz de soltar lo primero que le venga a la boca, independientemente de que sea cierto o no. Los detractores, por supuesto, se amparan en esta incapacidad suya para reprimir sus arrebatos. Eso sí, siempre avalados por la llama, inextinguible, de su candor.

Incluso entre los republicanos ha surgido un movimiento que pide el voto para Clinton, argumentando que el candidato es «totalmente inadecuado para el cargo dado su carácter, temperamento, experiencia y las ideas que profesa». Supongo que sus meteduras de pata irán incluidas en el lote.

La cuestión es decidir si el concepto que Trump y sus votantes tienen de "decir verdades como puños" es lo suficientemente natural como para darle el empujón que reclama.

Y a ustedes, ¿qué les parece?

lunes, 1 de agosto de 2016

La paciencia, ¿sirve de algo?


Gracias a Descifrando Enigma sabemos que Alan Turing, genio de la informática y de otras muchas disciplinas, fue condenado por su homosexualidad y que esa afrenta lo llevó al suicidio. De informática apenas sé nada. Lo que sí sé es que Grace Murray Hopper era, como diríamos vulgarmente, otra bestia parda en la materia.

A la contraalmirante Hopper, pertenecía a las Fuerzas Armadas, a veces se la llamaba Amazing Grace (Increíble Grace), probablemente en alusión al himno escrito por el poeta inglés John Newton en el siglo XVIII, aunque otro de sus apodos era La abuela del COBOL. A Grace también se la conoce, entre otras hazañas, por ser la creadora de lo que se denomina compilador, un programa informático que sirve para pasar de un lenguaje computacional a otro, por desarrollar la depuración de errores de software y también por ser experta en hackear. Por supuesto, cuando informó del descubrimiento de su compilador nadie la creyó y tuvo que esperar unos cuantos años a que su trabajo fuera reconocido.

Pero el saber, como siempre, cuesta, y el precio que puede llegar a pagarse por él a veces desborda, sobre todo, cuando de la persona se espera que cumpla con las funciones que se le han asignado, inutilizando así, una parte de su capacidad para maniobrar.

Eso mismo es lo que le sucedió a esta brillante mujer. A raíz del ataque a Pearl Harbor en 1941 decidió alistarse en la Marina. Pero el camino elegido no sería instantáneo, y, mucho menos, un camino de rosas. Tres veces se le denegó la entrada en la reserva naval porque se consideraba que su labor como profesora de matemáticas en la Universidad de Vassar en el estado de Nueva York podía serle de mayor utilidad a los Estados Unidos durante el conflicto bélico, enseñando a las nuevas hordas de mujeres matemáticas. (Hasta 1969 Vassar solo admitía a mujeres). Las otras dos razones por las que se le denegaba la entrada al cuerpo eran, su edad, se la consideraba demasiado vieja, tenía treinta y siete años, justo la misma edad a la que aprendió a programar, y que, aparentemente, estaba demasiado delgada. Como se ve, todas razones de peso.

Quiso enseñar en Harvard, pero no la contrataron. La constante resistencia del cuerpo burocrático, dominado, claro estaba, por hombres, parece que la hizo caer en manos del alcohol. Incluso estuvo presa en una cárcel de Filadelfia, acusada de desorden público y de conducir en estado de embriaguez. Pero la futura contraalmirante no se desalentó, sino que siguió adelante, escalando con tesón y mucha confianza en sí misma los nudos de la negativa. Desde luego, el efecto Dunning-Kruger, (ver post El limón en la cara), a ella le pasaba de largo. Dicen que Grace también tenía don de gentes y que era un hacha para los negocios. Un acorazado en paciencia, ¿no les parece?