martes, 3 de septiembre de 2019

¿Qué es casi tan americano como el helado?

Se acerca el otoño y con él la temporada de un clásico: el pastel de manzana. A principios del siglo XX, parece que algunos le hacían ascos. No por motivos económicos, que seguro que existirían, sino por cuestiones morales. "El pastel es verdaderamente un mal americano", además de ser "inmoral", puede ser "motivo de divorcio", y al que lo come también lo deja "sin lustre o con un brillo antinatural en los ojos" y, de paso,"dispépsico". Aunque también los había del bando contrario, de los que miraban a los pasteles de manzana como artículos de primera necesidad. Este bando era el de los tradicionales o más americanos.

Parece ser que el amor por este tipo de pastel (con masa por arriba y por abajo) salió de la cocina del señor presidente Adams. El suyo era de calabaza, pero por lo visto estaba para hacerle reverencias. De hecho, este tipo de tarta que en inglés se llama pie (se pronuncia pái) salió de Massachusetts y de allí se extendió a Nueva Inglaterra. Este gusto por los pasteles de manzana no le era desconocido a Rudyard Kipling. En una carta que escribiera un 7 de febrero de 1921 a su entrañable amigo Nelson Doubleday, llama a Nueva Inglaterra el "cinturón del pastel americano". Por supuesto, los antecedentes de estos pasteles dulces hay que buscarlos en Inglaterra, en esas empanadas redondas rellenas de judías y carne.


Con la llegada de más inmigrantes a Estados Unidos, los pastelitos comenzaron a identificarse con las clases bajas. Supongo que el deseo de cuadrar en la nueva sociedad y el costo asequible de los productos (sobre todo una vez que despegara la industria conservera) tendría algo que ver. Con la Primera Guerra Mundial el pastel de manzana sale de las cocinas obreras para convertirse en un símbolo de patriotismo y democracia. Solo un postre supera el patriotismo del pastel de manzana: el helado.

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