domingo, 27 de diciembre de 2020

Esos ojos son míos.

Mientras esperamos a que el presidente coja el bolígrafo para firmar el paquete rescate, (acabo de enterarme que hace menos de una hora que lo ha firmado), el vicepresidente, como ya está vacunado, ha metido primera y se ha subido a las alturas de las pistas de esquí en Colorado y no aparecerá hasta que el paquete dé un suspiro a principios de enero. 

También en enero, el mismo día 1, suspirará un monumento estadounidense. Nada más ni nada menos que una de las vacas sagradas de la literatura estadounidense: El gran Gatsby. Ese día Gatsby será de todos ya que pasa a ser de dominio público. Muchos ya están temblando, pensando en los destrozos que sufrirá la obra a manos de unos desalmados. Tengamos en cuenta que, a partir de ese día, cualquiera podrá hacer lo que se le antoje con la obra. Añadir un final alternativo o colar monigotes entre párrafo y párrafo con la cara de Trump, por ejemplo, se librarán de la furia de herederos y abogados. (A menos que el presidente decida enzarzarse con el dibujante, que también es posible). En cambio, otros sufrirán más por el dinero que dejarán de embolsarse. 

Días después de su liberación, justo el 5 de enero, ya tenemos novela basada en el texto de Fitzgerald. Nick de Michael Farris Smith, una protosecuela del clásico que sigue los inicios de Nick Carraway. El libro arranca unos años antes de que el personaje se instale, en el verano de 1922, en el distrito West Egg, en Long Island. Farris Smith escribió la obra hace más de cinco años, pero la editorial, para evitarse problemas y disgustos, prefirió retrasar su publicación.

En la cubierta, los ojos, redondos y brillantes de una chica joven. Ojos que, inevitablemente, nos recuerdan a los que creara el artista Francis Cugat, hermano mayor de Xavier Cugat, para la obra de Fitzgerald. En los suyos, titulados Ojos celestiales, un desnudo femenino inunda cada pupila. Por lo visto fue un cartel publicitario que viera Cugat en lo que hoy es Flushing Meadows, un parque público en Queens, en la ciudad de Nueva York, el que le diera la inspiración. Por cierto que, al bueno de Hemingway, la cubierta le pareció horrorosa. 

Pues aunque a Hemingway le disgustara, afortunadamente esos ojos ya son nuestros.

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