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En La muerte contada por un sapiens a un neardental, Arsuaga le dice a Millás que, "las sillas son, junto con el azúcar refinada, el peor invento de la humanidad". El azúcar ya sabemos que causa inflamación, mientras que la silla puede llevarnos a que tengamos divertículos o padezcamos de hemorroides. La sentencia de Arsuaga sobre la silla no es desconocida y el rechazo al asiento se viene practicando desde tiempos inmemoriales. Recordemos a los peripatéticos.
Estados Unidos también tuvo seguidores de la verticalidad. El primero que me viene a la cabeza es Hemingway, aunque hacía un poco de trampa porque de tanto en tanto apoyaba los codos. Mucho antes la buscaron Benjamin Franklin y Thomas Jefferson. Thomas Wolf también perteneció al grupo de los derechones. Wolf, con sus casi dos metros de estatura, hacía de la nevera su mesa de trabajo. El dramaturgo August Wilson también escribía de pie. Igual que lo hacían Philip Roth y Saul Bellow. A Winston Churchill, por ser hijo de madre estadounidense, lo mencionamos. El músico Oscar Hammerstein o el periodista Edward R. Murrow, (la película Buenas noches, y buena suerte rescata su figura), también trabajaban de pie. Otros preferían combinar la silla con la bipedestación. Este fue el caso del poeta Henry Wadsworth Longfellow y el de Nabokov. Y también estaban los del bando contrario. Los que combatían el dolor de pies escribiendo en la cama. El americano más ilustre y devoto de esta práctica fue Mark Twain. Truman Capote vino después.
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