domingo, 26 de marzo de 2017

El Napoleón que llevamos dentro

Acabamos de enterarnos de que otro fichaje de la prestigiosa universidad de la Universidad de California en una de sus sedes, la de Berkeley, ha sido acusado de acoso sexual. Y me sabe mal primeramente por él, porque el profesor en cuestión tiene ya unos cuantos añitos, 84, y lógicamente, por las personas que lo quieren y respetan. 

Recuerdo que la primera vez que entré en contacto con las ideas de la filosofía del lenguaje del profesor Searle fue en mis años de universitaria. Pero mi intención no es traer aquí sus teorías pragmáticas ni tampoco evaluarlas, ni siquiera me interesa su comportamiento, atestiguado o no.

Yo, de lo que quiero hablar es de otra cosa, de ese pequeño complejillo napoleónico que, seguramente, hemos debido de tener todos, o muchos, y que suele dar en la veintena y que es especialmente agudo entre los estudiantes americanos de clase media alta de ideología liberal (nótese que este término lo uso en contraposición al término conservador) y que pueden permitirse el lujo de estudiar en las universidades estadounidenses más prestigiosas. La Universidad de California es, seguramente, el buque insignia de la liberalidad de este país.   

Si ya de niños despuntan nuestras dotes de mando, es en la juventud cuando nos hacemos inaguantables. Y claro, en la universidad liberal (aunque precisamente Searle haya declarado haber votado a 
G.W. Bush) es donde ese caldillo bulle a borbotones. 

Ahora resulta que, a muchos estudiantes, esta acusación no les ha tomado por sorpresa. Algunos de los que han pasado por las clases del profesor lo califican de tremendo egocéntrico, libidinoso y misógino. Vamos, que lo que ha pasado les parecía inevitable. Y no dudo de que pueda ser todo eso y más, pero cuando uno busca matricularse con un profesor determinado tiene que aguantar eso. Ojo, vaya por delante que no estoy intentando justificar el comportamiento del citado profesor. 

Distinto sería, lógicamente, que dijera o cometiera barbaridades injustificables. Pero si el profesor/a es un misógino y se queda en comentarios, otra cosa es que sean de mal gusto, el que pierde es él o ella, aunque, francamente, a decir por la cantidad de alumnos que se matriculan en sus clases, la verdad es que no debe importarles mucho esas rarezas. 

Eso sí, cuando les importan de verdad, esos alumnos lo hacen notar. Hace tiempo que las universidades, sobre todo las liberales, están acalambradas por una labor de limpieza. Lo suyo es casi de dentista porque a los alumnos tomados por esta misión lo que les importa es mantener una buena higiene bucal. Me explico. Se trata del código "eso no se puede decir". Su labor depurativa es tan concienzuda que su instinto napoleónico se ha encaramado a la tarima del aula. Con estos ejemplos se verá lo que quiero decir. En Harvard algunos alumnos pujaron por eliminar de las clases de Derecho las leyes que trataban las violaciones. En otra universidad de Massachusetts una profesora escribió un artículo que versaba sobre el uso y abuso del sempiterno tema del sexo y de cómo se está manipulando para crear una especie de paranoia en las universidades. Rápidamente, y a instancias de los alumnos que se habían sentido ofendidos, se la sometió a una investigación. 


Los estudiantes también tienen que andarse con pies de plomo entre ellos. Una metedura de pata puede ser mortal y requerir una extirpación inmediata. La hasta el momento inocua pregunta del "¿y tú, de dónde eres?" (al preguntarse se puede presuponer que no se es americano) ha pasado a tener la fuerza de una manada de elefantes. El rizo rizado de la tontería llega hasta límites irrisorios cuando, en una universidad que conozco bastante bien, unos alumnos asiáticos colgaron una pancarta en la que se podía leer: "Pero, ¿no eras bueno en Matemáticas? Soy daltónico. No veo razas", pero que duró menos que el cantar de un vizcaíno, pido perdón por adelantado, no pretendo herir susceptibilidades, porque otro grupo de alumnos, también asiático, se sintió a su vez ofendido porque consideraba que la pancarta resaltaba su asiaticidad y, por tanto, su superioridad matemática.

Tóxico, en caso de que me lo pregunten. Tóxico. El tener que andarse con parihuelas hace que todos salgamos perdiendo. Nociones que son de obligado aprendizaje, 
¿cómo se va a defender o acusar de otra forma a una persona implicada en una violación si no se conocen las leyes? Se me ocurre, por ejemplo, que en las clases de anatomía se pasen de largo ciertas partes o que, en un boca a boca, el pecho ni tocarlo, tiremos de bomba para bicicletas en lugar de labios para la resucitación. Ni que decir tiene que la alarma ha cundido y que muchos profesores no es que no estén a gusto, es que salen temblando de las clases. Así no hay quien dé pie con bola.  

No es que se esté perdiendo el sentido del humor, es que algunos están empeñados en aplastarlo. Si las bocas de Richard Pryor, George Carlin o Lenny Bruce, probablemente la más sucia de las tres, volvieran a abrirse, pondrían el grito en el cielo. 
Chris Rock, otro comediante, ya ha dejado de ir a las universidades y Seinfeld también ha dejado oír su queja. Sí. Los estereotipos existen y, precisamente por eso, hay que saber tomárselos con humor. El propio Pericles tenía sus imitadores. ¿Es que vamos nosotros a ser más que Pericles? 

Aquí dejo un video del sensacional Don Rickles para ver si nos sacudimos un poco la tontería. Momento desternillante 2:37-3:14

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