Hace unos días celebrábamos los 50 años del Abbey Road de los Beatles y mañana (del 15 al 18) celebraremos otros cincuenta para Woodstock. La idea salió de Joel Rosenman, un niño con pudientes que, junto a su amigo aún más pudiente, (se conocieron jugando al golf), el desaparecido John P. Roberts, heredero del imperio Polident, especialista en dentaduras postizas, buscaba, además de un proyecto con el que entretenerse, sacarse unos dineros.
A Nueva York que se van en 1967 dispuestos a saciar su espíritu emprendedor. En cuanto tienen piso, colocan un anuncio en el Wall Street Journal para sacar ideas para una comedia televisiva: "Dos jóvenes forrados buscan propuestas de negocio lícitas e interesantes". Ese mismo año también invierten capital en la construcción de un estudio: el Media Sound. Aunque casi todas las propuestas que les llegan efectivamente son material de comedia, otras les parecen perfectamente viables.
Que entre el abogado, Miles Lourie. Conocedor de los planes de sus clientes Rosenman y Roberts, les presenta a Michael Lang, también cliente suyo. Lang, que en 1968 ya había traído al Miami Pop Festival a Frank Zappa, Lee Hooker y Jimi Hendrix, también quiere levantar un estudio, pero en Woodstock, Nueva York. La idea es construir el estudio y trabajar en los planes para el concierto al mismo tiempo. Artie Kornfeld, amigo de Lang y el que más sabía de la industria musical, también participa en el proyecto. En la calle 57 de la Gran Manzana montaron la oficina. En su libro Young Men With Unlimited Capital, Jóvenes con dinero a patadas, Rosenman y Roberts nos cuentan su aventura.
Encontraron un huequito (previo pago de 10000 dólares) en Wallkill, también en Nueva York. Pero cuando los nativos se enteraron de que cabía la posibilidad de que más de 50000 greñudos en pelotas se desplazaran a sus tierras para fumar maría mientras se ponían a la luz de los focos les entró un ataque de pavor que despidió a los organizadores y a la plantilla, que ya tenía medio escenario levantado, con aguas destempladas. Max Yasgur, un granjero republicano de Woodstock, les sacó del apuro. Por otros 10000 que luego le sabrían a poco ya que los desmelenados le dejaron el campo hecho un asco y tuvo que reclamar daños y perjuicios, se opuso a la resistencia de sus conciudadanos haciendo valer el arma más poderosa que esgrime este país: el derecho a la libertad. Y con eso logró acallarlos. Los habitantes de Wallkill se quedaron cortos en los cálculos: más de trescientos mil asistentes.
Colocarlos no resultó nada fácil: de hecho, la logística de los imberbes organizadores fue un desastre: Atascos nunca vistos, (los músicos solo podían llegar en helicóptero), ausencia de taquillas para asegurarse el pago de las entradas (unas chicas monas en bata fueron luego pasando un cesto pero solo lograron recaudar una ínfima parte), escasez de cabinas sanitarias para aliviarse, falta de médicos para atender a los vomitadores mariáticos, (el gobierno envió médicos en helicóptero para atenderlos), falta de apósitos o vendas, (a uno hasta lo mordió un mapache). Lo peor sin duda fue la falta de comida y agua al tercer día. Pero de nuevo el buen republicano salió al rescate. Fustigó a aquellos conciudadanos que querían cobrar el agua a los sedientos. Los convenció para que donaran sus huevos, pan, leche... De su granja salieron botellas de agua y abundante comida. Solo la seguridad con Wavy Gravy y su Hog Farm parecía funcionar.
Pero el joven ardor no se extinguió: posiblemente pensaron que el miedo a una cancelación hubiera podido arrebatar los espíritus de aquella nación improvisada. Además, también cabía la posibilidad de que los representantes de los artistas les pidieran indemnizaciones. De hecho, ya tenían problemas con algunos, que no se fiaban de que fueran a cobrar. Me parece que el agente de The Who era uno de ellos. Price, el encargado de los depósitos bancarios, después de una llamada telefónica nocturna de Rosenman, fue abducido en bata y zapatillas desde un helicóptero para sacar del banco el efectivo que el representante les pedía de inmediato. Mejor dejarlo como estaba.
El escenario lo inauguró Richie Havens. Fue el primero que llegara a Woodstock. Y tuvo la ocasión de chupar más focos porque los que lo seguían estaban en medio del atasco. Entre medias, Joan Baez, Jefferson Airplane, Janis Joplin, Crosby, Stills & Nash, Joe Cocker, The Band... Y para el final, cuando ya muchos de los veinteañeros se habían marchado porque al día siguiente tenían que trabajar, el que más dinero cobró, Jimi Hendrix con su himno nacional. De su guitarra seca salían ráfagas que, al oído, parecían imitar la violencia de la metralla en un ataque aéreo. Un Vietnam musical...
Doce años estuvieron pagando deudas del festival. Pero no les importó. Al fin y al cabo eran jóvenes forrados que lo habían pasado fenomenal. Gracias Polident.
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