martes, 27 de agosto de 2019

Más whisky

digital file from original photographic print
Y otra de historia. Parece que la Rebelión del whisky iniciada por los colonos de las zonas rurales colindantes a Pittsburgh le dio bastante trabajo al tándem presidente Washington y secretario del Tesoro, señor Hamilton. Tanto, que el mismísimo presidente decidió acercarse por estos lares para apagar la insurrección popular que demandaba la eliminación de un impuesto sobre su whisky, impuesto que ya existía en otras bebidas.

Pero el federalista Hamilton era implacable. Lo acusaban de ayudar a las grandes destilerías con tarifas planas, que, sin duda, perjudicaban a los pequeños negocios. El secretario tal vez consideraba que, en la defensa de las grandes empresas, el trabajador se beneficiaría. El caso es que Hamilton no se achantó y consiguió que Washington desplegara 13000 hombres a las zonas subordinadas. El famoso impuesto entró en vigor en marzo de 1791 y es en octubre de 1794 cuando los hombres de Washington sofocan la rebelión, una rebelión que prácticamente fue inexistente, ya que la población, sorprendida con la respuesta del gobierno, acató las órdenes de inmediato. Solo se castigó a unos pocos.

Lo bueno de la visita es que dejó sus dineros, porque unos cuantos desplegados decidieron asentarse en la zona. No sé si para dedicarse a la elaboración de whisky. Las carreteras también mejoraron sustancialmente, el miedo a otra insurrección requería un acceso rapidito a la zona. El comercio se revitalizó. Restaurantes, hoteles... todo gracias al whisky. Cuando vino Jefferson, némesis de Hamilton, fuera impuesto.

En la actualidad el estado de Pensilvania lleva el negocio alcohólico. Por cierto, que las leyes de la Commonwealth de Pensilvania en esta materia son para caerse de espalda. Se necesita una guía para no perderse. Una de sus rarezas. Las bebidas espirituosas no se mezclan con la cerveza. Para comprar cerveza hay que irse a otro tipo de establecimiento. Y esta locura gracias al que fuera gobernador de Pensilvania de 1923 a 1935, Gifford Pinchot, un abstemio con un odio feroz por el alcohol. Parte de su plan era desanimar y agotar al posible comprador antes de que echara mano a la botella. No sé si lo conseguiría. Pero a datos del 2017, Pensilvania está empatada con Tejas en el consumo de alcohol per cápita. Curiosamente los estados menos bebedores fueron Utah, donde sobra el dinero pero las convicciones religiosas derrotan los placeres terrenales, y Virginia Occidental, donde no sobra el dinero para permitirse el lujo de comprar una botella con asiduidad. El estado más beodo, Nuevo Hampshire, la tierra del vive libre o morirás. Lo mismo de cirrosis. O en la carretera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario