La tarde del artista de George Bellows. |
Bellows, aunque seguidor de dicha escuela, no es uno de sus fundadores. De hecho, fue un círculo de ocho, que, en realidad, debería reducirse a cinco, ya que tres de sus miembros pronto se alejaron del estilo ashcanizado pero aún se asocian al movimiento por los lazos de amistad que les unían con los miembros de este círculo, a los que debemos dicho estilo. Un estilo que, cronológicamente, arranca a principios del siglo XIX y que será el eslabón que dé a conocer al público americano el impresionismo francés por una parte, y, por otra, el arte moderno que se practicaba en esos momentos en Estados Unidos.
Es 1908, la fecha en la que se exhibe en la galería de arte Macbeth, en la famosa Quinta Avenida de Nueva York, las obras de Robert Henri, John Sloan, George Luks, Everett Shinn, William Glackens, Arthur Bowen Davies, Ernest Lawson y Maurice Prendergast. La paleta de los cinco primeros se caracterizaba principalmente por los colores sobrios y las pinceladas sueltas, a la manera impresionista pero sin los tonos pastel usados por los franceses, para retratar los barrios obreros de Nueva York y de Filadelfia, lugar del que, por cierto, despegó este movimiento. En cambio, la tabla de colores de Davies, Lawson y Prendergast es más brillante y, a veces, retrataban entornos alejados de la gran ciudad.
Seguramente sean Henri y Sloan los pintores más conocidos de este grupo. Henri, formado en la Pennsylvania Academy of the Fine Arts, en Filadelfia, bajo la tutela de Thomas Anshutz, que, a su vez, había estudiado con Thomas Eakins, el gran incitador victoriano, estaba profundamente influenciado por las obras de Velázquez, Goya y Manet. Siete veces, de 1900 a 1926, vino a España. De hecho, una de sus obras, el retrato de la Gitana española, en el Metropolitan de Nueva York, fue la primera obra de un autor ashcan que adquiriera el museo allá por 1914.
Henri, magnífico docente y maestro del retrato, fue el mentor de los otros cuatro. Como él, estos artistas también se dedicaban a dibujabar viñetas, muchas veces satíricas, para periódicos y revistas.
Sloan, más interesado en captar al ser humano en su contexto, toma, entre otros, a los ilustradores satíricos, Daumier y Du Maurier, como referencia. Su estilo desembocará en una apropiación personalísima del art nouveau francés y de las impresiones japonesas en madera.
A Luks, que fue corresponsal del Philadelphia Bulletin en Cuba para cubrir el conflicto entre Estados Unidos y España en 1895, le podemos considerar la influencia más directa, especialmente en el tratamiento que este hace de la luz, sobre un artista muy querido en Europa, quizás por su captación de una austera y misteriosa soledad, propia de novela negra americana, que resulta casi adictiva. La de Edward Hopper. Solo hay que fijarse en Bleeker And Carmine Streets para que nos hagamos una idea de la presencia de Luks en la obra de Hopper.
Luks, siempre deseoso de captar el dinamismo de la escena, famoso es su cuadro de una pelea de boxeo, Shinn, por su parte, parece tener más devoción por el circo y, siguiendo a Degas, por el mundo de las bailarinas.
Glackens, al igual que Luks, también se encuentra más cómodo retratando escenas dotadas de dinamismo, en especial aquellas que captan el bullicio de Nueva York. Coches de caballos, compras navideñas, restaurantes o escenas en el parque abundan en su repertorio. Decir que, en su caso, Renoir es la luz que ilumina su trabajo.
Lawson, fiel seguidor del impresionismo, resumía así su teoría pictórica: los colores deben usarse para reflejar tres emociones principales en el hombre: anticipación, entendimiento y retrospección.
El canadiense Maurice Prendergast, el mayor de todos, siente predilección por el fovismo y el postimpresionismo, mientras que en Arthur Bowen Davies, observamos el gusto por el simbolismo y lo onírico. Davis sentía especial admiración por la obra del muralista francés Pierre Puvis de Chavannes. A sus esfuerzos debemos que se celebrara con éxito la Exposición Armory (Armory Show) de 1913, la cual sirvió para catapultar a artistas europeos, en especial a Matisse, Duchamp y Picasso. El precio a pagar por esa presentación a los ashcan les costó caro, ya que su estilo pronto quedó en el olvido, desbancado por los aires europeos y las corrientes modernistas que se estaban fraguando en Estados Unidos. Unos escasos años de gloria que, eso sí, allanaron el camino a otros grandes, como a nuestro bienamado Hopper. Los gusanos ashcanos resultaron ser de seda. Delicados y efímeros.
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