domingo, 14 de marzo de 2021

Nickel And Dimed: On (Not) Getting By In America.

 Y ahora que Nomadland se ha llevado un montón de premios, que el salario mínimo interprofesional de 15 dólares la hora se ha desestimado, que Amazon, a lo mejor permite a sus empleados de Alabama que tengan su sindicato, y que estamos en el Mes de la Mujer, una autora brillante e indispensable, Barbara Ehrenreich, que, en el 2001, viera publicado su magnífico libro, Nickel And Dimed: On (Not) Getting By In America (Por cuatro duros: cómo (no) poder apañárselas), una obra que denuncia la precariedad salarial de los trabajadores en Estados Unidos, y que continúa rezumando la misma validez que alcanzó entonces. El libro no tiene desperdicio. Es ameno, engancha, y sobre todo, es real. Tanto, que se sale sudoroso de la experiencia. 

En 1998, Ehrenreich, haciéndose pasar por divorciada, se echó a las carreteras estadounidenses en busca de trabajo. Casi dieciocho meses fuera de casa y empleos en distintos estados: Florida, Portland, Maine, Minnesota. Ehrenreich hizo de todo: camarera, asistenta por horas, trabajadora en una residencia de ancianos, dependienta en Wal-Mart... Todo para llegar a la misma conclusión: para poder malvivir, un adulto con dos niños necesitaba al año unos ingresos mínimos de 30000 dólares o, si se prefiere, 14 dólares a la hora. Y han pasado veinte años. Según Ehrenreich, entre 1998 y 2000, solo un 40% de los americanos ganaba este mínimo necesario, con lo que, si echamos cuentas, más de la mitad vivía por debajo de ese umbral. Ehrenreich llegó a esta conclusión con trabajos en los que no cobraba más de ocho dólares la hora. Y otro datito. Los que ganaban menos de 8,89 dólares a la hora, que se olvidaran de alquilar un estudio con una habitación. Si querían sobrevivir, les tocaba compartir piso.

Y si Ehrenreich se muestra crítica con el capitalismo, tampoco tiene reparos a la hora de sacar los colores a la masa trabajadora. Ehrenreich, por ejemplo, no entiende cómo algunos trabajadores son capaces de justificar el trato vejatorio que les dispensa el patrono. Los someten a test de drogas, los vigilan con cámaras, y no se quejan. La respuesta: si ellos fueran los dueños, tendrían comportamiento similar. El trabajador aguanta porque tiene la convicción de que, algún día, su sueño dejarará de serlo. Otra práctica que enfada a Ehrenreich es la habilidad de los empleadores para manipular a sus trabajadores y hacerlos creer que no merecen un salario mejor. La conciencia del Tanto ganas, tanto vales, marcada a hierro. Para empeorar las cosas, la ingenuidad del trabajador de por medio. Algunos incluso se vanaglorian de su exiguo salario, aduciendo que, en cuanto quieran, pueden permitirse el lujo de pedir una subida de sueldo y pasar a cobrar 7 dólares con 50 centavos, sin temor a que les rechacen la petición o los despidan. 

En otras ocasiones, la periodista observó que las tácticas de la compañía era confesarse con el trabajador y apelar con su "te comprendo perfectamente, todos estamos pasando lo mismo, pero si quieres seguir con nosotros toca apretarse el cinturón", recurso especialmente esgrimido por empresas con mayores beneficios. En algunos lugares, se les acallaba el estómago con dónuts gratis y con arengas, también gratuitas, para levantarlos la moral. En fin, técnicas que no nos han abandonado. Solamente se han ido puliendo. Pero eso merece relato aparte...  

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