lunes, 28 de agosto de 2017

¿Y dónde nos metemos?

Con un sueldo anual de cien mil dólares, en ciudades como San Francisco, Nueva York o Boston, a uno le llega para vivir. Pero cuando ya se anda en pareja y no digamos con hijos, la cosa cambia. Y mucho.

Los gastos se disparan. Sin ir más lejos, el otro día vi una barra de pan, la famosa baguette, por 4 dólares. Un café, por dos cincuenta, y, a veces, en algunos lugares cobran un extra por la leche de soja.

Los seguros médicos tampoco es que sean una ganga. Todo depende del plan al que se acoja uno o, mejor dicho, pueda permitirse. Visitar al médico y al dentista puede resultar en un verdadero quebradero de cabeza si no se tiene cobertura, pero incluso con cobertura de por medio, los bolsillos quedan temblando.

Los estudios de los niños, sobre todo cuando se les quiere mandar a la universidad, es otro de esas limas.

Y la casa, en una entrada de hace unos meses ya lo mencionaba, el alquiler es otro de esos glotones que devoran buena parte del sueldo. Se dice que para poder ahorrar algo no se debe emplear en el alquiler más de un 25-35% de lo que se gana, pero estas cifras en ciudades como las que he mencionado anteriormente, son inalcanzables, a menos que se comparta piso. Los caseros de estas ciudades desde luego que han tenido buen ojo. Saben dónde quieren vivir los nuevos ricos, muchos de ellos muchachitos sin corbatas del mundo punto com a los que se les permite trabajar desde casa para que sigan diseñando juegos y creando otro tipo de encargos.

El precio de la habitación varía, pero fácilmente se puede pagar mil dólares al mes por compartir baño. Si se busca la soledad, a pagarla. Un estudio en Brooklyn para un artista sale por cerca de 3000 dólares al mes la broma. A mayor número de habitaciones, más se paga, claro. La zona en la que se encuentre el inmueble dictará el alquiler.

Los nuevos burgueses son los que dictan lo que nos va a costar vivir. Brooklyn, en Nueva York, ya está más que gentrificada, esto es, los ricos han puesto contra las cuerdas a los menos favorecidos, los cuales ya no pueden permitirse vivir en la zona elegida y son expulsados al extrarradio o a otras zonas más deprimidas.


En cuanto una avanzadilla de burgueses pone el ojo en algún terrenito, la toma es segura. Así pasó en Asbury Park, Nueva Jersey. En Boston este fenómeno lleva ya un tiempo. Recuerdo que, hace años, vivía en una zona bastante hispana, Jamaica Plain. Ahora es diferente. No digo que de la gentrificación no venga nada bueno, lógicamente se prefiere una vista agradable para los ojos que bolsas de pobreza, pero con la gentrificación han venido los barrios escaparate. Se mira pero no se toca. Los precios han subido, los caseros no hacen mejoras en las casas aunque se estén cayendo a cachos porque saben que se las quitan de las manos al precio que ellos estipulen, al fin y al cabo la gente se mata por vivir allí. Otro ejemplo es South Boston, conocido como el Southie. Hace años era un reducto irlandés al que solo los más valientes se aventuraban, y ahora alquilar un piso de una habitación sale por unos dos mil dólares. Aún quedan ejemplos de vivienda social en esta zona, aquí se los llama projects, pero en cuanto la opinión pública mire para otro lado los tiran abajo. East Boston me parece que es la zona más amenazada en estos momentos. Mayoritariamente hispana, la gentrificación ya le ha echado el guante y los caseros, con el olor del dinero impregnado en la pituitaria, se buscan las mañas para echar a los pobres pagadores que tienen dentro y remplazarlos con los potentados.

A Patti Smith, la madrina del punk, tampoco es que le guste mucho esto de la gentrificación y reconoce que Nueva York no es lugar para pobres ni para bohemios. Palabra de Patti.

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