martes, 23 de junio de 2020

Buscando a Nina.

b&w film copy neg.
Esta semana hubiéramos celebrado los 117 años del nacimiento de Al Hirschfeld, el caricaturista que retrató el mundo del arte americano en sus casi 80 años de trayectoria profesional.

Hirschfeld era hijo de una pareja poco convencional para la época. El padre, estadounidense, se quedaba en casa cuidando de los tres hijos, mientras que la madre, inmigrante rusa, hablaba ruso y yidis pero escaso inglés, regentaba una tienda de chuches.

Con diecisiete años Hirschfeld se colocó de director artístico en los estudios de Selznick. Allí estuvo cuatro años, hasta 1924, cuando, con el dinero que le dio un tío suyo, se marchó a París a compartir estudio y penalidades propias de la vida bohemia con otros dos artistas. Para sacarse un dinerillo extra, Hirschfeld bailaba claqué y tocaba el ukelele en los clubs nocturnos parisinos, (aunque también era diestro con el piano, su madre le enseñó a tocar, y con los instrumentos de percusión). En París tendrá ocasión de caricaturizar a figuras como Hemingway, Dos Passos, Picasso, Maurice Chevalier o Josephine Baker. Este gusto por el mundo de la farándula también se le coló por los esfuerzos de su madre, que, de pequeño, lo llevaba a ver los vodeviles.

Tras la aventura francesa, el teatro ruso capta la atención del joven Al. Así que, en 1927, lo tenemos en la Unión Soviética. Sus caricaturas se tornan un tanto comunistas, aunque esta tendencia ideológica pronto se borrará. Más viajes y experimentación de los que saldrán sus maravillosas acuarelas. Bagdad, Yalta, Teherán... Nadie, con la excepción de Charlie Chaplin, mostrará interés por su adquisición.

En 1931 lo tenemos dos meses en Tahiti, pero no le gustó. Su amigo, el caricaturista mexicano Miguel Covarrubias, lo invitó a que fuera a vivir con él a Bali, y allí se quedó un año hasta que Chaplin le compró las acuarelas. Con el dinero, Hirschfeld pudo adquirir el pasaje de vuelta a los Estados Unidos.

Para entonces el arte de Hirschfeld ya estaba bastante pulido: los grabados en madera japonés de Utamaro, Hokusai e Hiroshige, el trazo fino de Covarrubias y la influencia de los caricaturistas ingleses Max Beerbohm y Aubrey Beardsley y del americano John Held Jr., impregnaron su caraceterístico trazo, el arte de la línea imprescindible, capaz de revelar la psicología del retratado con excepcional maestría.

El nacimiento de su hija Nina en 1945 le trajo a Hirschfeld más fama. En los dibujos que entregaba al New York Times, se le ocurrió esconder el nombre de su hija, (siempre incluía el número de veces que aparecía la palabra NINA para alertar al curioso). Era una especie de buscando a Wally del que luego renegó. Hirschfeld trató de dejar esta práctica, pero las quejas le llovieron al periódico y tuvo que volver a retomar la ocurrencia. 

Y para los amantes de la rutina de los artistas: aquí dejo la de Hirschfeld.

Sobre las 10 de la mañana se subía a su silla de barbero (que se conserva en la Biblioteca Pública de Nueva York para las Artes Escénicas), para comenzar con su jornada laboral. A las 12 parada y sobre las 12:45 vuelta a la silla. A las 4 de la tarde receso para té y galletas y así hasta las 5 más o menos, cuando echaba el cierre a su escritorio. La noche, para la cena y otros menesteres, en especial salidas al teatro. Y este sistema no debió dañar su constitución, ya que casi vivió cien años. Aunque, probablemente, la genética tampoco estuviera en su contra. Su madre alcanzó los 91 y el padre los 93.

Y para los que quieran y puedan, magnífico recorrido de su vida en The Line King, El Rey de la línea. 

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