jueves, 15 de octubre de 2020

El saber más, cuestión de supervivencia.

El formato virtual o híbrido al que nos ha condenado la pandemia parece que ha descontrolado la cantidad de deberes que los profes mandan para casa. Si esta hubiera pillado a los niños de 1901, por lo menos a los de California, se hubieran librado de ellos. Es más, por aquel entonces, una ley prohibía que los menores de 15 años se llevaran trabajo a casa, ley que fue derogada en 1917. 

Pero no fue hasta la Guerra Fría, en concreto hasta el lanzamiento del Sputnik, en 1957, cuando el país comenzó a tomarse en serio "la amenaza rusa". Y de ahí, el ascenso meteórico de los deberes, sobre todo de las tareas de ciencias, matemáticas e idiomas, hasta llegar a otra nueva amenaza en los 80: la competitividad japonesa. Durante las décadas intermedias, los años 20 y la Gran Depresión, se siguió defendiendo, sobre todo por aquellos que eran de ideología más liberal, que hacer deberes en casa era una pérdida de tiempo y que, además, era pernicioso para la salud del estudiante. El filósofo y psicólogo John Dewey fue uno de los máximos exponentes de este movimiento antideberes. En los años 30, la Asociación de la Salud del niño le dio la razón a Dewey, defendiendo en un estudio que mandar deberes era un delito legalizado y que, hacerlos, aumentaba la tasa de mortalidad adolescente. El sedentarismo era el culpable, ya que propiciaba la diabetes, enfermedades cardiacas y la tuberculosis. 


Pero con la escasez de empleos que dejó la Gran Depresión, los estudiantes comenzaron a quedarse en el cole o en el insti después de clase con la esperanza de aprender más y hacerse con un buen empleo. Y así, hasta el Sputnik, que, a su vez, lanzó la National Defense Education Act, La Ley educativa para la defensa nacional, un billón de dólares americanos que se tomaban el saber más como una cuestión de supervivencia.  

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