domingo, 26 de junio de 2022

Educación en casa.

Ahora que la mano trumpera ha sentenciado que ya era hora de que las mujeres al delantal y la pata quebrada en casa, aprovechemos la ocasión para sacar papel y boli y apuntar gastos domésticos en el libro de contabilidad. No seguiremos el método Kakebo de la periodista japonesa Hani Motoko, de 1904, sino que utilizaremos uno anterior. El de la escritora y educadora, Catharine Beecher, recogido en A Treatise on Domestic Economy, (Tratado de economía doméstica), de 1841. Y sí, Harriet Beecher Stowe, autora de La cabaña del tío Tom, y Catharine, estaban emparentadas. Catharine era su hermana mayor.   

Catharine creía fervientemente en las ideas diéteticas del ministro presbiteriano Sylvester Graham, aunque luego Beecher se relajara y aumentara las opciones gastronómicas. En la bebida, abstinencia absoluta. Y el puchero, ligero. Tan ligero, que a Graham se le tiene por el padre del vegetarianismo en Estados Unidos.

Catharine, magnífica educadora, consideraba que la asignatura de economía doméstica debía incluirse, desde la infancia, en la instrucción de la alumna. Economía familiar, productos químicos en el hogar, urbanismo y vivienda, almacenamiento en la despensa y cuidado de la ropa y el mobiliario formaban parte del currículum educativo propuesto por Beecher en sus clases avanzadas. También les enseñaba a no despilfarrar comida ni a derrochar las fuentes energéticas. Clases de fontanería iban incluidas. Como no existía libro de texto que llevarse a la boca, la profesora escribió el Tratado. Trescientas noventa y seis páginas para hacerle la vida más fácil a la mujer. Al año siguiente salió su libro de cocina, también considerado el primer libro de texto para sus clases de química alimenticia.  

No sé, no sé. Tal vez a algunos el manual en cuestión les parezca demasiado avanzado. Al fin y al cabo, las lectoras acaban saliendo con una preparación, harto preocupante, aunque solo sea en un arte, el arte de la casa y sus habitaciones. Si la decisión estuviera en mis manos, lo de la fontanería, fuera. Y las clases de química con ella. Nada bueno puede salir de la fémina mano que juega a la combinatoria. Un rebozo sulfoglicérico, una sopa cáustica, un pollo en salsa cianhídrica. Sí, ya lo creo que las quitaría. 

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