lunes, 8 de julio de 2019

Poético misterio es la verdad

Photographs, second annual exhibition, Sioux City Camera Club
Hace unos días vi el documental sobre la vida del fotógrafo neoyorquino Garry Winogrand: All Things Are Photographable. (Garry Winogrand: todas las cosas son fotografiables). La obra la firma Sasha Waters Freyer. El año pasado participó en el Festival Internacional de Cine de San Francisco y se llevó el premio especial del jurado en el Festival SXSW (SXSW Film Festival), en Austin, Tejas.

Mi curiosidad por este maestro de la fotografía apareció hace unos meses, gracias al Museo de Arte de Fitchburg y a su catálogo de nuevas adquisiciones. A Winogrand se le conoce principalmente por la realidad y el dinamismo de sus instantáneas. Sus capturas, la mayoría en blanco y negro, (el Kodachrome atempera la velocidad del momento), casi que le hacen sentir al vidente espectador del disparo.

A sus protagonistas, una suerte de actores bailarines que actuaran bajo la coreografía de su lente, los atrapa en movimiento, ya sea adelantando un pie para descansar, subir un peldaño o subirse a un coche. Una lente de 35 mm era su favorita, ya que esta le ofrecía una imagen más nítida, capaz de captar mayores espacios. Y no escatimaba en rollos para hacer esas capturas: todas las cosas son fotografiables. En la última etapa de su vida, en Los Ángeles, llegó a disparar 1500 rollos al año, que, a veces, dejaba sin revelar. Winogrand no reparaba en gastos porque vivía en esta magnífica obsesión, aunque el Fisco y su casero no la disculparan y él y sus familias (se casó tres veces, su hijo mayor, músico de jazz, está afincado en Oviedo) siempre tuvieran que vivir en esta agonía.

De Nueva York Winogrand nos trae a los vampiros de la noche. Intelectuales, como su amigo el escritor Norman Mailer, pasándoselo en grande. Winogrand se recrea buscando su aspecto diabólico: de sus risas, la piel tensa y la boca desencajada, saca un aura malévola y espectral. En el zoo, por ejemplo, nos acerca a una familia distinguida que tiene dos hijos: chimpancés. En su  época de Texas, la década de los 70, Winegrand deja la burla para concentrarse en lo social. Y en Los Ángeles lo tenemos retratando la vulgaridad californiana. 

En el documental no solo descubrimos la pasión profesional de Winogrand: también se nos revelan otras facetas humanas de este neoyorquino con habla a lo Al Pacino en Scarface. A veces es intimidante, siempre inteligente, buen conversador, apasionado de los excesos, café y tabaco a granel, exuberante, pantagruélico, enamorado de los animales, pero, sobre todo, es un padre arrepentido. Y un hombre convencido de que La verdad era un poético misterio.

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