domingo, 7 de julio de 2019

A ver si con el Monumento aprendo

Lincoln Statue, Lincoln Memorial, [Washington, D.C.]
A nuestro presidente no es que le maraville Lincoln. Nixon parece proporcionarle más alegrías. Y como Nixon no tiene monumento en Washington, y Nixon también peregrinara hasta la tierra que los mismísimos Lincoln y Martin Luther King pisaran, el presidente habrá pensado que sería bueno hacer de pararrayos, lo mismo le llegaban unos cuantos destellos. Aunque debería andarse con ojo si es que va tras los resplandores de Nixon, porque el monumento no le sentó muy bien que digamos. Y es que un 9 de mayo de 1970, por darle gusto a su chófer, Manolo Sánchez, que nunca había hecho un Lincoln La Nuit, acabó enzarzándose (verbalmente) con unos estudiantes que paseaban al amor del monumento. En menos que canta un gallo las voces contra la invasión de Camboya retumbaron en el mármol georgiano. La intención del presidente era dialogar y sacarles un poco del miserable estado intelectual en el que vagaban.

En cambio, si Trump iba buscando iluminación para hacer sus discursos más convincentes, lograr claridad y, sobre todo, reforzar su autoridad moral, entonces no cabe duda de que estaba en el lugar adecuado. Porque Lincoln era perfectamente sabedor del secreto: que, para hacer América grande de nuevo, tenía que incluir a todos sin denigrar, rodearse de las mejores mentes, aunque fueran las de demócratas que se oponían a la esclavitud.

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