El profesor universitario Patrick Sharkey nos dice en su último libro Uneasy Peace (Paz Precaria) que desde mediados de los años 90 del siglo pasado los crímenes violentos y delitos contra la propiedad siguen descendiendo en casi todas las ciudades grandes de Estados Unidos. No cabe duda de que son buenas noticias. Según el doctor Sharkey, al esfuerzo comunitario de cientos de rostros desconocidos se debe esta hazaña. Curiosamente la página wiki no recoge este esfuerzo, aunque sí que menciona la acción policial, las leyes emitidas durante la presidencia Clinton para atajar la violencia, el aumento de reclusos, la legalización del aborto, el aumento de los ingresos, la presencia de plomo en las viviendas o el aumento de la inmigración como posibles factores contribuyentes al descenso.
Sin embargo, el doctor Sharkey, al igual que la página wiki, admite que desde el 2015 el número de homicidios y crímenes violentos está volviendo a recuperarse. Curiosamente los ataques contra la propiedad siguen bajando, al menos hasta el 2016. No he podido dar con datos más recientes.
Ya sabemos que uno de los grandes regalos que Estados Unidos ha dado al mundo es la desigualdad bochornosa. Skid Row, en Los Ángeles, es buena prueba de ello. Hay muchos skid rows, aunque los más importantes están en la costa oeste. Se trata de zonas habitadas por los desposeídos y los que han caído en desgracia. Una especie de la Cañada pero con distintas raíces.
En Estados Unidos estos barrios arrancan a mediados del siglo diecinueve con el despegue del ferrocarril. Por la demanda, pronto se crearon zonas con servicios clave como el burdel y la taberna para que el trabajador pudiera cubrir sus necesidades más básicas. Los hostales para albergar al temporero también proliferaron. Con el tiempo las hordas se fueron renovando. La depresión de los años 30, los 50 y los 60 también se dejaron ver. En los 70 la situación de los residentes empeoró notablemente. Los hábitos alcohólicos de los olvidados se remplazaron con los de los veteranos de Vietnam, que, rechazados por su gobierno, (a este le pareció que no era necesario hacer un seguimiento de los pacientes con problemas mentales en los centros de asistencia integrados en la comunidad) trajeron las drogas a Skid Row. Los excombatientes ya no están. Tampoco quedan los hostales. Casi todos se tiraron abajo, no rentaba arreglarlos, los precios que cobraban eran modestos y los propietarios no podían subsistir, pero la droga sigue. Adictos y vendedores de la mercancía, el spice es la estrella, se hacinan en las aceras de unas cuantas calles que en total suponen menos de un kilómetro cuadrado. Se calcula que unas 2521 personas han hecho de esta franja su hogar. El ayuntamiento ya ha anunciado que la gentrificación, es decir aburguesamiento y desplazamiento de la población existente, está cerca.
A ver si con un poco de suerte el optimismo pinkeriano que nos dice que con el tiempo nos hemos vuelto mejores y más empáticos sale a relucir entre los políticos y especuladores inmobiliarios y procuramos que a todos nos llegue lo suficiente para vivir con dignidad, en lugar de empujar y echar el fardo de la responsabilidad a lomos de otros.
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