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martes, 13 de septiembre de 2016

Las tesis doctorales, ¿obligan a mentir?

De vez en cuando, el tiempo nos obsequia con personajes sacados de novelas de misterio. Joseph Olander es uno de ellos. Este hombre que ocupó durante cinco años el rectorado de Evergreen College en el estado de Washington, fue obligado a dimitir, aun a pesar de que le fuera renovado el contrato. ¿El motivo? Se descubrió que había falsificado sus credenciales académicas. Una de las piedras de toque era el tema de su tesis. Dijo que escribió sobre el escritor afroamericano James Baldwin, cuando en realidad el campo de especialización había sido el efecto del comunismo en las familias chinas. Esto sucedió en 1990.

En el 2006, nos encontramos con el caso de Marilee Jones, decana del Departamento de Admisiones, nada menos que en MIT, El Instituto Tecnológico en Massachusetts. Su crimen: incluir en su currículum títulos de universidades a las que nunca asistió. Como en el caso de Olander, se la consideraba muy competente y brillante en sus tareas.

Más cerca aún, en el 2014, tenemos el caso de David Broxterman, profesor en Polk State College, en Florida. A Broxterman se le acusa de incluir servicio militar inexistente. Una presencia en Somalia y condecoraciones por actos de heroísmo que nunca se dieron forman parte de su hoja de vida. Académicamente hablando, también se le acusa de fingir estar en posesión de un doctorado. De nuevo, a Broxterman se le consideraba muy apto en la impartición de sus clases.

Pero el caso que más me ha impactado es, sin duda, el de Rachel Dolezal. Elegida en 2014 presidente de la NAACP en la demarcación de Spokane, una ciudad en el estado de Washington, de su breve periodo destacan su buena gestión. Para los que no lo sepan, la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP) se encarga de asuntos de interés para la comunidad afroamericana. Lógicamente, el cargo requiere una persona de color. Y Rachel Dolezal es blanca por los cuatro costados. Supongo que, como portavoz, entre otras cosas no tuvo más remedio que someterse a largas sesiones de maquillaje y horas de entrenamiento vocal.

Dolezal no da muestras de arrepentimiento y declara identificarse plenamente con esta identidad. Olander se tomó a guasa el asunto de su destitución. "¿Nos estamos divirtiendo?" mientras que Broxterman, rizando el rizo, aludió que él también había sido víctima de un fraude: Le habían expedido un doctorado que no existía. Jones, la más discreta, se disculpó ante la comunidad admitiendo que "no tuvo valor para hacer las correcciones necesarias en su currículum", aunque no sé si tuvo que hacer de tripas corazón cuando en su libro Less Stress, More Success (Menos estrés, más éxito), incluyó en sus consejos al estudiante que "no inventara información para pretender ser alguien que no era", además de un "siempre ser absolutamente sinceros con la identidad".

Independientemente del fraude, no cabe duda de que su idoneidad para el cargo, aunque su persona sea ficticia, los une. Quizás el perenne miedo a ser descubiertos era lo que les llevaba a desempeñar las funciones exigidas con mayor esmero. Fuere lo que fuere, la pregunta es inevitable. ¿Se necesita un título para el correcto ejercicio de ciertas funciones? ¿Nos engaña la vista?

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Pues sí, comparto las preguntas de la autora pero añadiría otras. ¿Por qué resulta universalmente tan tentador poner en la tarjeta de visita mil y un títulos? Pensaba que la titulitis era algo más español... pero la realidad nos demuestra que es más universal de lo que pensaba.

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