miércoles, 19 de julio de 2017

En su bicentenario celebramos el arte de conocerse

El 12 de julio, uno de los pensadores americanos que más influencia ha tenido en Estados Unidos, aunque su estela también la recogieron hombres fuera de estas fronteras, Gandhi fue uno de ellos, hubiera cumplido 200 años. Y creo que, de estar con nosotros, se hubiera llevado las manos a la cabeza.

Porque Henry David Thoreau (1817-1862), padre de la ecología, estaba a favor de la simplificación, del minimalismo zen, por aquel entonces ya usaba la palabra yoga, la comunicación con la naturaleza, con sus conciudadanos los árboles, con sus adorados pinos, su río, con Walden, su estanque... Todo ello para trascender y traerse la vida por medio de la meditación y la escritura.


Desgraciadamente Thoreau no ha podido parar la sobreexplotación y el consumismo desmesurado que nos desgarra y desorienta, bien sea por competitividad, por no quedarse atrás del que nada en la abundancia, por imitación o simple inercia. Eso sí, menos mal que a Thoreau le quedan herederos como Pico Iyer o Paul Theroux, ensayistas y viajeros profesionales, que nos demuestran que conseguir una vida en la abundancia espiritual y emocional siempre es posible, aunque a veces a una la dé por pensar que los Waldens escasean y que la salud espiritual solo se puede comprar con contantes y sonantes. El propio Thoreau tuvo a su mecenas, Emerson, que fue el que le compró el terreno junto al estanque, aunque luego él se levantara la casa y se abasteciera con los animales del bosque.

Precisamente hace unos días que, después de casi quince años, he vuelto a pisar Walden. Estaba repleto de bañistas, y el agua, me dio la impresión de que estaba más limpia. No sé si se deberá al empeño de Don Henley, sí, el de los Eagles y su famoso Hotel California, otro hijo de Thoreau, que recaudó los fondos para comprarnos el terreno colindante y evitar así que se levantaran monstruos de placas prefabricadas.  

En Walden Thoreau encuentra un refugio para su conciencia. Vivir en una sociedad que defienda la esclavitud le resultaba inconcebible. John Brown, el abolicionista, era buen amigo suyo. Se dice que cuando Emerson fue a verlo al calabozo, pasó un día en la cárcel por negarse a pagar los impuestos a una sociedad a la que consideraba corrupta, este le preguntó que qué estaba haciendo ahí y Thoreau, con la flema que da el saberse limpio de conciencia y con la calma de la innegable evidencia le respondió: no, ¿qué haces tú ahí?

A veces me da por preguntarme lo mismo.

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