miércoles, 12 de octubre de 2016

Ni la familia ni el perro: la universidad

Como Robert Morin no tenía familiares ni animales en casa a los que dejar su fortuna, le pareció que, su alma mater, entidad para la que trabajó casi cincuenta años como bibliotecario, merecía sus dineros. Y la universidad, en concreto la Universidad de New Hampshire, con buen criterio destinó cien mil dólares para la biblioteca y un millón de dólares para un videomarcador, porque, al fin y al cabo, a quién le interesan los libros.

Recuerdo que en una de las universidades por las que pasé, uno de los rectores, no llegué a conocerlo, compartía la misma filosofía, aunque ya le hubiera gustado el mismo donativo. ¿Para qué mantener bibliotecas cuando los alumnos pueden descargarse el material de Internet?  Me viene ahora a la mente que se le invitó a que se marchara, según tengo entendido, por unos fondillos mal empleados.

El videomarcador, por otra parte, es una inversión de futuro con fabulosas aportaciones. El ánimo y el rendimiento del equipo de fútbol americano agraciado con esta tecnología subirá como la espuma. A partir de ahora, nada de ser el patito feo. Y para la universidad. Menudo touchdown. Un aluvión de peticiones solicitando el alquiler de su flamante campo la desbordará.

De esto, las universidades, sobre todo las privadas, saben mucho porque, para mantenerse en juego, un estadio deportivo es prácticamente una cláusula insalvable. Por cierto, que sigo leyendo y me doy cuenta de que el legado asciende a cuatro millones de dólares. Dos millones y medio serán destinados a embellecer otras zonas del campus. Si los cálculos no me fallan, dos y medio más la cantidad arriba mencionada asciende a tres millones seiscientos mil dólares.

Los cuatrocientos mil que faltan, ¿los emplearán en pompones para las animadoras?

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