En los escasos seis minutos a pie que me separan de su domicilio, siempre me voy fijando en las parcelas de las casas. De la mayoría apuntan un par de banderillas que, inmediatamente, identifico con una pancarta electoral. Casi todas apoyan a Trump. Y las pocas demócratas que veo, debo decir que estilísticamente me decepcionan. No sé a quién se le ocurrió el logotipo, insípido, que más que atraer votantes, los repele. Para empezar, ¿qué hace una flecha azul atravesando horizontalmente la H de Hillary? Más bien parece que se estuviera anunciando un hospital o peor aún, que se estuviera indicando que en dicho hospital Clinton y Kaine han ingresado. La flecha, por cierto, mira hacia la derecha.
La de los republicanos, por su parte, es mucho más vistosa y, para romper la monotonía, presenta distintas variantes. Eso es saber mantener a la audiencia en vilo. La más simple es orgánica. Nada de H o en su caso T, y mucho menos flechas que confundan al observador. La pancarta está limpia, tan solo cubierta con los apellidos, encuadrados y separados en su mitad, de los dos candidatos. La fecha electoral discretamente estampada en el margen inferior.
En su capacidad para imaginar han dado con otras posibilidades. La que más me ha llamado la atención es la apropiación y distorsión del eslogan demócrata de Hillary for President 2016 (Hillary como presidente en el 2016), al que le han añadido un toque de frescura: Hillary for Prison 2016 (Hillary a prisión en el 2016).
Y creo que está gustando mucho porque cada dos por tres los propietarios se quejan de su desaparición, obligándolos a reemplazarlas previo desembolso, lo que, imagino, estará contribuyendo a que el mercado, ¿chino?, fluya con mayor entusiasmo. Aunque algunos propietarios, hartos del hurto, ya han aprendido la lección, y para disuadir a los vándalos, han puesto cámaras y electrificado esta posesión.
Afortunadamente, de momento no he visto ninguna pancarta en la parcela de mi estudiante, pero me andaré con ojo la próxima vez que toque mi visita. No sea que, me entre el síndrome de Stendhal, alargue la mano, y, el resto, sea historia.
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