Pero el efecto de la pócima no dura para siempre y el príncipe ya se sabe en lo que se transforma: en sapo. Aunque sabio en algunas cosas, digo yo que será por la edad, vuelve a las andadas, sacando de su maletín un kit de trucos apolillados.
Uno de sus favoritos es desacreditar a su oponente llamándola imbécil. Otro medio rancio es su vocabulario absolutista y catastrófico con el que a veces logra noquear a Clinton. Pero el prestidigitador también sabe renovarse sorprendiendo a su audiencia con el no va más, lo nunca visto, el truco definitivo que, de salir, lo elevará a la cumbre de los presidentes más entrañables. Nada se puede comparar, ni siquiera su admonición de que las elecciones están amañadas, con su gusto por el suspense.
Wallace: ¿Aceptará el resultado de las elecciones?
Trump: Ya veré.
Wallace le pide confirmación.
Trump: Le dejaré con el misterio.Precisamente esta falta de heroicidad, la de dar por perdida la guerra en buena lid, es algo que el ciudadano americano se toma muy en serio, incapaz de tolerar que la integridad del proceso quede mancillada. Pero ¿no habíamos quedado en que Trump encarnaba el ideal de masculinidad o era simplemente conversación de vestuario? La verdad es que no le envidio lo que le espera, las nuevas conversaciones de vestuario en las que dejará de ser considerado héroe para pasar a ser poco menos que la sombra de Cantinflas.
Pero tal vez aún quede algo de luz al final de ese túnel. Si se negara a aceptar la derrota, ¿será porque tenía un plan B? No... Él nunca podría amañar unas elecciones, pero por si acaso el truco se le va de las manos,
You're fired.
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