miércoles, 5 de octubre de 2016

Old Farmer's Almanac o los secretos de la supervivencia

Hace unos cuantos martes, siempre es el segundo martes de septiembre, salió un nuevo número de la revista Old Farmer's Almanac (Almanaque del Viejo Granjero). En ella se pueden encontrar todo tipo de curiosidades que van desde predicciones meteorológicas, tablas de mareas, fechas para la siembra, datos de astronomía, jardinería, deportes, recetas de comida, decoración, moda y suma y sigue.

Pero lo que más me llama la atención es su resistencia, ya que data de 1792. Para que nos hagamos una idea de su vetustez, Benjamin Franklin no llegó a verla por dos años. ¿Cómo ha podido llegar hasta aquí?, me pregunto. Tal vez se deba a su periodicidad, es anual, y su precio es bastante asequible, se puede adquirir entre 6,99 y 7,95 dólares, dependiendo del estado en el que se compre el ejemplar.

A juzgar por el grosor, 272 páginas en su edición para el sur, la zona occidental y el territorio canadiense, y 304 para el resto, también se llega a la conclusión de que no han escatimado en información, aunque siempre aparece el inevitable anuncio salpicando el interior, y de que, no cabe duda, saben adaptarse a las necesidades de sus lectores. Quizás sea que en América todos consideran que tienen algo de granjero o, al menos, de jardinero, y por eso la revista ha sobrevivido los vaivenes del mercado. O que la blandura con la que tratan los temas sea lo que ancle a sus seguidores. O simplemente la inercia de la continuidad de generación en generación.

Aquí no se encontrarán los horrores que nos asaltan a diario, sino que estamos ante una revista para el escapismo, aunque bien atada al planeta Tierra. Casi que se trata de una especie de Geórgicas, un canto a la tierra y al mundo de la naturaleza, apuntalado con el respeto a las tradiciones. Y sus lectores agradecen esta labor de retención del pasado, no hay más que fijarse en la cubierta con los rostros de, precisamente, Benjamin Franklin y su creador, Robert B. Thomas, enmarcados, uno a cada lado, en un medallón neoclásico. Una representación de las cuatro estaciones, una por cada esquina, dulcifica tanto el espíritu que a uno de pronto le entran ganas otoñales de cubrirse el cuerpo con una manta y ponerse a beber un caldo mientras se entretiene en la lectura del Almanaque.

Ese marketing visual llega hasta la misma punta de una esquina. Alguien tuvo la feliz idea, seguramente un asesor con estudios de Económicas, de sugerir que dejaran de hacer el taladro situado en la parte superior izquierda de la revista, argumentando razones de costo para su retirada. La utilidad del taladro no era otra que para permitir colgar el Almanaque ya fuera en una viga del granero, en el garaje o en la despensa. Inmediatamente saltaron las voces de alarma. Revuelo generalizado. Cómo se atrevían, nada menos que desde 1818. Incluso los que no la compraban, vociferaban que les devolvieran su agujero.

Esa sabia combinación de pasado y presente la aderezan sus mantenedores con el futuro pues, obviamente, esta revista se anticipa al tiempo, un año, claro. ¿De qué otro modo podrían avisar entonces a sus hortelanos qué plantar en los meses venideros o cómo señalar a sus navegantes los tiempos propicios para echarse a la mar? El Viejo Granjero, sin duda, se ha hecho un hueco en la sociedad americana que nadie se atreve a usurpar, pues, al fin y al cabo, todos son granjeros.

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