
Un problemita que, según la profesora de la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign, Leslie J. Reagan, autora del que es, probablemente hasta la fecha, el mejor libro sobre la historia del aborto en Estados Unidos, When Abortion Was a Crime (Cuando abortar era un delito), comenzó en 1880, ya que antes, abortar era una práctica bastante común que no se consideraba delito, siempre y cuando la mujer abortara antes de cruzar la barrera de los cuatro meses, momento en el que el feto ya da sus pataditas. Pero fue, una vez más, gracias a la inestimable ayuda de los doctores, la que impuso mayores restricciones a la capacidad de decisión de la mujer. En esta ocasión no fue la religión, no, la que tiraría de ese carro, aunque a nadie le amarga un dulce.
Fue la American Medical Association (Asociación médica americana) la que comenzó a menear la cola en 1857, pero el que más latigazos daba sin duda fue el doctor Horatio Storer, ginecólogo y obstetra licenciado en Harvard y fallecido en 1922. A él le debemos el éxito de su dominadora cruzada en este país. Una vez más, el negocio. Y las ganas de fastidiar, claro. A las mujeres, se entiende. Primero, porque el doctor veía como las matronas y los homeópatas le estaban quitando clientela y había que asegurar el filón fuese como fuese. Además, los hospitales estaban en sus comienzos y la abortona traía a toda la parentela, esposo, hijos, suegros, primos, amigos y conocidos, y no era plan de estar tirando el dinero por la ventana. (Estas mujeres solían ser de clase media alta). Y digo lo de ganas de fastidiar porque, por aquellos años, las mujeres ya estaban pidiendo que les dejaran entrar en las aulas de Harvard para estudiar ginecología y obstetricia y no querían permitir semejante descaro.
Storer por lo visto era un buen patriota: había que incentivar que las blancas tuvieran más hijos. Si no lo hacía, el país caería en manos de los negros, los católicos, los mejicanos, los chinos o los indios. Pero aunque esta práctica se hizo ilegal, muchas mujeres se vieron obligadas a llevarla a cabo. Durante la Depresión, por temor a perder el empleo, (a las mujeres que trabajaban no se les permitía estar casadas y mucho menos tener hijos), el número de fallecimientos por abortos clandestinos subió considerablemente. En las dos décadas siguientes se calcula que el número de abortos osciló entre los 200000 y el 1, 2 millones anuales. Y en los 60 nos plantamos con el movimiento hippy y las burguesas liberadas que buscan apropiarse de sus derechos reproductores.
El entusiasmo del doctor Storer nos ha traído, a uno de septiembre de 2019, veintinueve estados que rechazan el Caso Roe contra Wade, catorce estados que lo apoyan y siete que no lo miran con muy buenos ojos y que, en cuanto puedan, le meten mano. La siguiente arremetida puede que llegue en marzo de este año, cuando el Tribunal Supremo tendrá que pronunciarse sobre una ley de Louisiana que afecta a los doctores que ofrecen aborto quirúrgico en clínicas particulares. La intención de la ley es, básicamente, eliminar clínicas. Y así, de cuña en cuña.
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