jueves, 23 de enero de 2020

Ese niño es mío

Y aprovechando que el pin parental está on por las Españas y que en la Carnegie Library, la biblioteca pública de Pittsburgh, también tenemos meneíto con la Drag Queen Story Hour (Hora del cuentacuentos infantil de la mano de una artista Drag Queen), marchando una de aniversario del Caso Roe contra Wade, o lo que es lo mismo, el derecho a decidir si se quiere seguir adelante con un embarazo o no. Cuarenta y siete años hace, un 22 de enero de 1973, que entró en vigor este derecho en Estados Unidos y sigue amenazado.

Group of mothers and babies on Hilo, Hawaii, who come regularly to the A.R.C. baby welfare conferences. Left to right: Japanese, Chinese

Un problemita que, según la profesora de la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign, Leslie J. Reagan, autora del que es, probablemente hasta la fecha, el mejor libro sobre la historia del aborto en Estados Unidos, When Abortion Was a Crime (Cuando abortar era un delito), comenzó en 1880, ya que antes, abortar era una práctica bastante común que no se consideraba delito, siempre y cuando la mujer abortara antes de cruzar la barrera de los cuatro meses, momento en el que el feto ya da sus pataditas. Pero fue, una vez más, gracias a la inestimable ayuda de los doctores, la que impuso mayores restricciones a la capacidad de decisión de la mujer. En esta ocasión no fue la religión, no, la que tiraría de ese carro, aunque a nadie le amarga un dulce. 

Fue la American Medical Association (Asociación médica americana) la que comenzó a menear la cola en 1857, pero el que más latigazos daba sin duda fue el doctor Horatio Storer, ginecólogo y obstetra licenciado en Harvard y fallecido en 1922. A él le debemos el éxito de su dominadora cruzada en este país. Una vez más, el negocio. Y las ganas de fastidiar, claro. A las mujeres, se entiende. Primero, porque el doctor veía como las matronas y los homeópatas le estaban quitando clientela y había que asegurar el filón fuese como fuese. Además, los hospitales estaban en sus comienzos y la abortona traía a toda la parentela, esposo, hijos, suegros, primos, amigos y conocidos, y no era plan de estar tirando el dinero por la ventana. (Estas mujeres solían ser de clase media alta). Y digo lo de ganas de fastidiar porque, por aquellos años, las mujeres ya estaban pidiendo que les dejaran entrar en las aulas de Harvard para estudiar ginecología y obstetricia y no querían permitir semejante descaro. 

Storer por lo visto era un buen patriota: había que incentivar que las blancas tuvieran más hijos. Si no lo hacía, el país caería en manos de los negros, los católicos, los mejicanos, los chinos o los indios. Pero aunque esta práctica se hizo ilegal, muchas mujeres se vieron obligadas a llevarla a cabo. Durante la Depresión, por temor a perder el empleo, (a las mujeres que trabajaban no se les permitía estar casadas y mucho menos tener hijos), el número de fallecimientos por abortos clandestinos subió considerablemente. En las dos décadas siguientes se calcula que el número de abortos osciló entre los 200000 y el 1, 2 millones anuales. Y en los 60 nos plantamos con el movimiento hippy y las burguesas liberadas que buscan apropiarse de sus derechos reproductores.

El entusiasmo del doctor Storer nos ha traído, a uno de septiembre de 2019, veintinueve estados que rechazan el Caso Roe contra Wade, catorce estados que lo apoyan y siete que no lo miran con muy buenos ojos y que, en cuanto puedan, le meten mano. La siguiente arremetida puede que llegue en marzo de este año, cuando el Tribunal Supremo tendrá que pronunciarse sobre una ley de Louisiana que afecta a los doctores que ofrecen aborto quirúrgico en clínicas particulares. La intención de la ley es, básicamente, eliminar clínicas. Y así, de cuña en cuña. 

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