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lunes, 7 de noviembre de 2016

Los intríngulis del Colegio Electoral

De la revista Puck, 1907, L.M. Glackens
Hace unos días nos llegó la noticia de que dos delegados demócratas del estado de Washington estaban contemplando la posibilidad de no respaldar a Hillary Clinton, incluso si la candidata se hacía con el voto popular.

Le pregunté a mi esposo si sabía cómo funcionaba el Colegio Electoral y su respuesta fue que nadie lo sabe. Sensacional. No obstante, aquí dejo unos apuntes que espero lancen algo de luz.

El Colegio Electoral básicamente es un sistema de sufragio indirecto ideado por los Padres Fundadores hace más de doscientos años.

El número de delegados de cada estado varía según el número de habitantes. Por ejemplo, Nueva Jersey, el estado en el que me encuentro, cuenta con catorce. California, con sus casi cuarenta millones de almas, tiene cincuenta y cinco, seguido de Texas que con sus veintisiete millones se lleva treinta y ocho. A la cola van estados como Alaska o Delaware, donde apenas llegan al millón de habitantes. Entre medias tenemos a los famosos estados columpio, Ohio, Pensilvania o Florida, con un número importante de delegados, dieciocho, veinte y veintinueve respectivamente.

Para hacerse con la carrera hacia la Casa Blanca se requiere que el ganador consiga 270 votos del Colegio Electoral de los 538 que hay.

¿Cómo funciona?

La lista con los delegados propuestos es un proceso que tiene dos fases: en la etapa previa a las elecciones, cada partido elige en cada estado una lista de posibles electores. En la segunda, el mismo día de las elecciones, los votantes de cada estado decidirán quiénes son los delegados designados. Así California, tradicionalmente feudo demócrata, probablemente conseguirá esos 55 delegados, mientras que Texas, reserva de votantes republicanos, tiene asegurados sus 38.

Y estos delegados, ¿quiénes son?

Pues la verdad es que es muy difícil saberlo. La Constitución no da muchos detalles al respecto. Sabemos que no pueden ser ni senadores ni diputados. Solo ocho estados incluyen en la papeleta los nombres de los delegados. Normalmente son miembros afiliados a un partido, miembros respetables a los que se intenta recompensar por años de servicio y dedicación.

¿Quién gana las elecciones? ¿El candidato con el mayor número de votos?

Sí, siempre y cuando la mayoría de los delegados del Colegio Electoral ratifiquen la voluntad de los votantes con su voto. Es decir, que son los delegados los que tienen la última palabra.

Al Gore lo experimentó en sus propias carnes. En las presidenciales del 2000 obtuvo más votos que George W. Bush, pero el republicano se hizo con 271 votos del Colegio Electoral frente a los 266 del demócrata.

El Colegio Electoral es una manera de contrarrestar la influencia de los estados con más votantes, otorgando a esos famosos estados columpio la capacidad de casarse con un candidato u otro. Por eso casi siempre vemos a los candidatos en mítines en los estados determinantes, porque zonas como California o Texas ya están bien definidas.

Veintinueve estados y también el Distrito de Columbia cuentan con leyes que obligan a los delegados a votar por el candidato presidencial elegido por el voto popular. Por eso, cuando aparecen delegados como Robert Satiacum que expresan que no respetarán la voluntad del voto popular, se les llama faithless electors, electores infieles, y, aunque es raro que cambien el resultado de las elecciones, la verdad es que dejan con muy mal sabor de boca. El ir contracorriente a Satiacum le va a suponer una multa de 1000 dólares.

Por cierto que, para rizar el rizo, los votos para la presidencia y la vicepresidencia son independientes. Así, queda dentro de los límites de lo probable que un candidato presidencial se haga con el Colegio Electoral mientras que, el compañero por la vicepresidencia no convenza, y se quede sin el apoyo del Colegio.

Esperemos que nos ahorren los rizos.

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